La "muerte de Dios" en Nietzsche

Friedrich Nietzsche: La “muerte de Dios”

En esta entrada referida al planteamiento de Friedrich Nietzsche en torno a la “muerte de Dios”, nos acercamos al conocido fragmento 125 de su obra de madurez, La Gaya Ciencia, escrita en 1882. La contundente afirmación “Dios ha muerto” presente en este fragmento es probablemente el lema más célebre de la filosofía nietzscheana. Sin embargo, la frase alude a mucho más que la constatación de que la fe en el Dios cristiano se ha convertido en algo poco creíble para los europeos de su tiempo.

Friedrich Nietzsche habla de "la muerte de Dios" en La Gaya Ciencia.

Es que, durante el avance del siglo XIX, la consolidación de las cosmovisiones contrarias a la religión, como el darwinismo o el socialismo, provoca una pérdida creciente de la fe en todas las capas de la sociedad. De modo que la idea de la “muerte de Dios” no era una novedad para cuando Nietzsche la proclama. Sin embargo, con ella no se está constatando simplemente el ateísmo imperante, sino la crisis de un sistema de pensamiento vigente en Occidente durante al menos veinticinco siglos.

Biografía de Friedrich Nietzsche https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Nietzsche,_Friedrich

Nihilismo decadente

La clave está en que la palabra “Dios” no designa únicamente al Dios de la Biblia, sino a toda una manera de pensar que va mucho más allá del ámbito estrictamente religioso. Para Nietzsche Dios simboliza la metafísica occidental. Ésta se basa en un desdoblamiento de la realidad a partir de la a filosofía de Platón que, de ahí, pasa a la teología cristiana.

¿Qué significa el concepto de “La muerte de Dios”?

De este modo, todo el pensamiento de Nietzsche está impregnado de esta resistencia al carácter dual de la metafísica, tan propia del pensamiento religioso y al menos en su mayor parte, del filosófico. Un pensamiento, según el cual el mundo se divide en diversos niveles: el natural y el sobrenatural; el mundo de las apariencias y el mundo de la verdad; la esfera de las sombras y la esfera de las ideas.

Según este esquema metafísico, por un lado está el mundo físico, o sensible, en el que vivimos. En él todas las cosas aparecen en el espacio y el tiempo y las captamos a través de los sentidos. Por otro lado, está el mundo metafísico o suprasensible, el reino de las ideas platónicas y de Dios. Es el mundo de las “esencias”, realidades que están fuera del espacio y del tiempo y que solo pueden intuirse a través del entendimiento.

La "muerte de Dios" involucra a toda la metafísica occidental.

Más aún,  esto introduce además una jerarquía valorativa. En términos de “ser”, lo sensible es menos valioso que lo suprasensible. El mundo de las apariencias es “engañoso”,“ relativo”, “falso”, mientras que el mundo de las esencias es “auténtico”, “absoluto”, “verdadero”.

Esta concepción dualista ha provocado tradicionalmente que los filósofos hayan menospreciado el cuerpo frente a la mente, y que los apetitos corporales sean vistos como despreciables, fuente de error y pecado, en tanto el espíritu, el alma o el intelecto sean entendidos como motivo de elevación y virtud.

La metafísica también involucra el dualismo “mente-cuerpo”

Así, el metafísico concluye que la esencia de cada cosa es su causa o fundamento. La causa del azul del cielo, es la esencia absoluta de lo Azul. Pero también algo es bello, gracias a que participa de la Belleza, o un acto es justo, porque participa de la Justicia. En suma, todos los atributos del mundo están anclados en el mundo de las esencias. No obstante, para Nietzsche esta dualidad sólo muestra nuestra incapacidad para pensar la existencia en su desconcertante simplicidad; simplicidad que no tiene que pensarse como “esencia” sino como “superficie”, detrás de la cual no se esconde nada.

Por lo tanto, con su expresión “Dios ha muerto”, Nietzsche pretende ahora  cuestionar esta tendencia metafísica a creer que la razón de ser de todas las cosas se encuentra siempre fuera de ellas. Considera que este hábito de pensamiento es especialmente dañino cuando se refiere a valores o criterios que resultan decisivos para codificar nuestra relación con el mundo, el resto de las personas o nosotros mismos.

En efecto, para Nietzsche, esta manera de pensar nos hace olvidar que nociones como lo “verdadero” o lo “bueno” no son “externas” ni “objetivas”, sino ficciones arbitrarias que los seres humanos hemos creado para que la vida nos resulte más llevadera.

En suma, el filósofo ve aquí el “nihilismo” como decadencia vital. Una forma de nihilismo que se da en toda cultura que cree en una realidad absoluta donde se establecen como objetivos los valores objetivos de la “Verdad” y el “Bien”. El cristianismo, al concentrar esta realidad absoluta en Dios y oponerla al mundo natural, también cae en el nihilismo, ya que este “mundo superior” es una mera ilusión, y la cultura occidental, en general, también lo es, al dirigir su pasión y esperanzas hacia algo inexistente. Y aquí está la clave: esta actitud  implica un desprecio indirecto hacia la única realidad existente: la del mundo sensible y la vida misma.

Nihilismo pasivo

De este modo, la “muerte de Dios”, la desaparición de este mundo trascendente, significa nada menos que la pérdida de la principal herramienta con la que los occidentales han estructurado el mundo durante veinticinco siglos. En esto consiste ahora el “nihilismo pasivo”, el concepto que Nietzsche utiliza para nombrar el espíritu de su tiempo.

No obstante, Dios ha muerto y sin embargo, ante un suceso tan grave, todo sigue igual, dice Nietzsche. Por eso, los que se encuentran en la plaza ejemplifican la actitud pasiva típica de la modernidad. Se ríen del loco porque no entienden que el anuncio de la muerte de Dios es mucho más que una simple declaración de ateísmo. Reconocen que “Dios ha muerto”, pero al mismo tiempo quieren mantener los privilegios de un mundo regido por la antigua concepción metafísica de las cosas.

Friedrich Nietzsche pone en boca del "hombre loco" la verdad que nadie comprende todavía.
El “hombre loco”

En otras palabras, el nihilismo pasivo se manifiesta a través del reconocimiento del carácter radicalmente infundado de la creencia en lo sobrenatural y en el mundo del espíritu. Y a esa pérdida de la fe en Dios, la acompaña una crisis del sentido y la convicción de que la existencia carece de fundamentos, lo que muchas veces conduce a la desesperación, la inacción, la renuncia a los deseos e incluso al suicidio.

Nihilismo activo

Para Nietzsche, sin embargo, no se trata ahora de poner otra cosa en el lugar que ocupaba Dios: la Humanidad, la Razón, el Progreso, la Nación, sino de que cada uno de nosotros se convierta, en cierta forma, en un “dios”. Para ello, a partir de ahora, Nietzsche tratará sin descanso de abordar el problema de la vida de forma inmanente, sin recurrir a nada que esté “por encima” de ella misma.

Nada debe ocupar el lugar de Dios

Para él, el mundo es un gigantesco escenario en el que todo está en constante movimiento. No hay nada que no esté de algún modo sometido al cambio. ¿Y por qué, entonces, el filósofo metafísico “momificaba” el ser? Por miedo. El metafísico percibe la vida como amenaza. Tiene miedo al cambio, a envejecer, a la muerte. Por eso fabrica un microcosmos de reposo y orden en el que sentirse a salvo. En ese sentido, igual que el científico, no se mueve por la “voluntad de conocer”, sino por la “voluntad de protegerse del caos”.

Por el contrario, en su elogio del devenir, Nietzsche reivindica a Heráclito, el filósofo presocrático que afirmaba “todo fluye, nada permanece”. Es ése el vértigo que hay que asumir. El carácter del mundo en su conjunto es un eterno caos, dice en La Gaya Ciencia: el mundo es flujo y devenir, nacimiento y muerte sin reposo, un proceso de transformación incesante en el que nada permanece y si algo permaneciera sólo podría ser mentira y autoengaño.

Y esto vale para todo. Sólo podemos hablar de una “cosa”, de una entidad delimitada, cuando esta corriente del devenir, este continuo cambio y movimiento, cesa. Pero, precisamente, lo que realizamos con nuestro uso de conceptos y de categorías es este cese arbitrario y, justamente por eso, ya no tratamos de la realidad tal como es en sí, sino que, incapaces de ello, la violentamos con esta elaboración intelectual.

Para Netzsche el lenguaje colabora en el engaño sobre la realidad.
El lenguaje “recorta” la realidad

Hablando en sentido estricto, habría que decir que la realidad no puede ser expresada, porque con las palabras, las categorías lógicas y gramaticales, se está destruyendo el carácter fluido y cambiante de esta realidad que no presenta “cosas fijas”, o “identidades”. No somos siquiera capaces de pensar de forma adecuada esta realidad, debido a que nuestro pensamiento sólo sabe operar sobre la ilusión de que hay cosas perdurables, que hay cosas idénticas, que hay cosas, sustancias, cuerpos. “Nuestro intelecto no está preparado para los conceptos del devenir”, dice.

Esto es lo trágico del pensamiento, pero también hay que añadir que éste es su mayor éxito, dado que esta ilusión inevitable es, al mismo tiempo la condición necesaria que le permite al hombre sobrevivir en un entorno hostil. El ser humano tiene que crearse un mundo que se pueda “asir”, y el grado en que lo consiga determinará sus posibilidades de supervivencia. Y por eso, el conocimiento es un instrumento de la autoconservación, esto es, de la sumisión del mundo a las propias necesidades.

Sin embargo, el conocimiento tuvo tal éxito que, poco a poco, el hombre dejó de verlo como un instrumento para considerarlo una representación de la realidad, la silueta de algo más profundo, que se escondía detrás del mundo y que constituía su propia verdad.

El conocimiento ayuda a sobrevivir

La vida como experimento

Para Nietzsche, en cambio, la vida es un experimento continuo. El “filósofo artista”, entonces, hace de sí mismo una obra de arte. Es un pintor que utiliza todo el espectro de colores de lo humano. Y esto trae consigo un aspecto estimulante y a la vez inquietante: el perspectivismo. Si tradicionalmente los filósofos se han preocupado por las esencias, lo importante ahora es fijarse en las condiciones o presupuestos vitales de los juicios que emitimos acerca de la realidad. Los ideales morales ya no se conciben como entidades que flotan en el reino de lo inteligible, sino como productos culturales que se han ido fabricando a lo largo de los siglos.

Así, el perspectivismo nietzscheano nos dice que todos los juicios morales son meras interpretaciones que dependen de la perspectiva desde la que se realizan. Y en ese sentido, su crítica tiene implicancias relativistas. Sin embargo, Nietzsche no se detiene aquí: el hecho de que todas sean interpretaciones no significa para él que todas valgan igual. Así, su criterio absoluto es la posibilidad de que cada individuo sea capaz de desplegar su existencia de forma autónoma y en armonía con las fuerzas activas de la vida.

Se impone, entonces, una negación de lo que hasta ahora ha sido tenido por verdadero, por bueno, por divino, una negación de todas las formas y resquicios de lo suprasensible. Nada es ya verdad, no existe el bien, “Dios ha muerto”… Pero, en lugar de caer en la desesperanza y en el desánimo, hay un remedio, según Nietzsche, para la locura que inevitablemente ha de seguir a tan espantoso descubrimiento: vencer el temor que nos impide expresar el mundo y afirmarlo. El orden de los valores está, entonces, ligado radicalmente al individuo, y ligado a las necesidades vitales del momento en cuestión.

Nietzsche entiende la vida como “arte”

Así, todo lo que en un determinado momento favorece la vida, es decir: todo lo que, en ese mismo momento, la vida somete de motu propio al valor, es bueno; en tanto todo lo que está en detrimento de la vida, es decir, todo lo que se impone a la vida como criterio exterior, haciendo que la vida ipso facto se someta a una instancia ajena es malo. “¡Sólo como creadores podemos destruir!”, proclama entonces Nietzsche. Y sólo la aceptación, la afirmación libre y gozosa de lo que la vida es en toda su riqueza, en su sobreabundancia y original pluralidad, puede garantizar una verdadera trasmutación de los valores que enderece al hombre hacia la exaltación y la realización auténtica de sí mismo.

Fragmento de La Gaya ciencia

125. El hombre loco

“No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en pleno día encendió una linterna, fue corriendo a la plaza y gritó sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!” Como en aquellos momentos estaban allí reunidos muchos de los que no creían en Dios, provocó gran regocijo. ¿Es que se ha perdido?, dijo uno. ¿Es que se ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Emigrado? -así gritaron y rieron a coro. El hombre loco saltó hacia ellos y los fulminó con la mirada. “¿Dónde se ha ido Dios?”, gritó. “¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿Cómo hemos hecho esto? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos al desatar esta Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde va ella ahora? ¿A dónde vamos? ¿Alejándonos de todos los soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia adelante, hacia todos los lados?¿Existe todavía un arriba y un abajo? ¿No estamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace ahora más frío que antes? ¿No cae continuamente la noche, y cada vez más noche? ¿No es preciso ahora, encender linternas en pleno día? ¿No oímos aún nada del ruido de los sepultureros  que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la podredumbre divina?- También los dioses se pudren!¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podemos consolarnos, asesinos de asesinos? Lo más santo y poderoso que ha habido en el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos limpia de esta sangre?¿Con qué agua podríamos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué jugos sagrados tendremos que inventar? La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros en dioses para aparecer dignos de él? ¡Jamás ha habido acto más grande y todos los que nazcan después de nosotros pertenecerán por obra de este acto a una historia más grande que toda historia hasta ahora habida!” Entonces se cayó el hombre loco, mirando de nuevo a sus oyentes: también éstos callaron, mirándolo extrañados. Al fin él arrojó al suelo su linterna, así que se rompió en pedazos y se apagó. “Llego demasiado pronto”, dijo luego.Este acontecimiento tremendo está todavía en camino – no ha llegado aún hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno requieren tiempo, la luz de los astros requiere tiempo, los actos requieren tiempo, aún después de cometidos, para ser vistos y oídos. Este acto para ellos está todavía más lejos que los astros más lejanos.- ¡y sin embargo , han sido ellos quienes lo cometieron!-. Se cuenta que ese mismo día el hombre loco penetró en varias iglesias  y en ellas entonó su requiem aeternam deo, y que cada vez que lo expulsaron y le pidieron cuentas se limitó a replicar: “¿qué entonces son aún estas iglesias sino las tumbas y monumentos fúnebres de Dios?”

Referencias

Por eso, para Nietzsche, tales sujetos son, todavía, son unos “nihilistas incompletos”. Ante este hecho, él mismo se autoproclama el primer filósofo antimetafísico de la historia. El primer filósofo que puede, por fin, desprenderse del viejo mapa trazado por Platón. Asume plenamente que la muerte de Dios es una pérdida terrible porque se esfuma nuestra creación poética más importante, la más útil, la que nos daba mayor cobijo. Pero se trata también de una ocasión única; la posibilidad de librarnos de una ficción que nos empequeñecía. Así, los huérfanos de Dios tenemos una oportunidad histórica de conquistar la autonomía perdida,  de devolver al ser humano lo que durante miles de años regalamos a la divinidad.

La Gaya Ciencia desempeña, entonces, en el conjunto de la obra nietzscheana, la función de bisagra, porque, por una parte, pone punto final a una cierta tendencia positivista, por la que se había dejado arrastrar Nietzsche durante el período 1878-1882, orientándose de forma resuelta hacia la ciencia, pero, por otra, es también la cuna de los grandes temas de las obras posteriores: el eterno retorno, el espíritu libre, el superhombre, la transmutación de los valores y la cuestión que más que ninguna otra ha suscitado equívocos, la voluntad de poder.

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