Benjamin Constant: "Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos"

Benjamin Constant: “Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”

En esta entrada sobre Benjamin Constant y su texto “Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”, recorremos las principales ideas de este pensador político, activista y escritor nacido en Lausana, Suiza, en 1767, procedente de una familia de protestantes franceses emigrados a ese país. Dado que recibe una educación cosmopolita en su paso por las universidades de Oxford, Erlangen y Edimburgo, lo que lo configura como miembro cabal del pensamiento de la de la Ilustración, a la vez que el recorrido de su carrera política pertenece al siglo XIX, es considerado como uno de los representantes más ilustres y controvertidos de este período de transición.

Benjamin Constant brinda su conferencia en 1819

En efecto, testigo privilegiado de los disturbios de la Revolución francesa, intenta desde muy pronto integrarlos en una explicación general, sosteniendo el principio de la evolución progresiva de las sociedades. En su intento de combinar la historia y la teoría, trabaja y reflexiona junto a Madame de Staël, Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi, los hermanos Schlegel, entre otros, elaborando investigaciones en áreas tan diversas como la religión, la política, la historia, la literatura, y el teatro, a la vez que se convierte en un intermediario entre varias culturas: por un lado, la alemana, la inglesa, y la francesa; por otro, entre dos grandes corrientes de pensamiento, el clasicismo y el romanticismo.

Su dedicación a la política comienza durante el periodo de la Revolución, tras el cual recibe la nacionalidad de ese país. Posteriormente toma contacto con el pensamiento romántico, que luego contribuye a difundir en Francia, y se distingue como crítico feroz de la dictadura de Napoleón Bonaparte, aunque luego llegaría a apoyarlo, tras el retorno de éste de la isla de Elba en 1815, mostrándose sorprendentemente confiado en que el emperador dotaría a Francia de un marco institucional legítimo.

Mapa conceptual Benjamin Constant https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/04/Benjamin-Constant.-Sobre-la-lib

Benjamin Constant y su Conferencia

Sobre la Revolución francesa https://www.worldhistory.org/trans/es/1-19568/revolucion-francesa/?utm_source=pocket_saves

En ese periodo, tensionado entre el impulso revolucionario de unos y la intención de volver al Antiguo Régimen de otros, Constant puso su empeño en educar a los franceses en el ideario liberal a través de una intensa actividad como escritor de panfletos, artículos y libros, y como diputado. En este contexto publica, en 1815 sus Principios de política aplicables a todos los gobiernos representativos, obra en la que defiende a ultranza las libertades individuales, poniendo a su servicio un modelo político moderado y pragmático de monarquía constitucional, con división de poderes y responsabilidad ministerial ante el Parlamento.

“Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”

El escrito que nos ocupa, es, en rigor, una conferencia pronunciada en el Ateneo de París en febrero del año 1819. Nos dice Constant en ella que se propone exponer algunas distinciones, aún bastante nuevas, entre dos tipos de libertad, cuyas diferencias han permanecido hasta su época demasiado poco observadas. Una es la libertad propia de  los antiguos; la otra, la que comienzan a disfrutar las naciones modernas. Constant adelanta entonces que esta investigación será interesante, ya que, la Revolución francesa -a pesar de sus excesos- ha conducido a disfrutar de los beneficios de un gobierno representativo, forma del ejercicio del poder casi enteramente desconocida por las naciones libres de la antigüedad.

Constant alude en primer lugar a las libertades de los modernos
Constant alude primero a la “libertad de los modernos”

Comienza este autor por preguntarse lo que en su época entienden los modernos, es decir, un inglés, un francés, un habitante de los Estados Unidos de América, por la palabra “libertad”. Y responde que para ellos es el derecho de estar sometido solo a las leyes, de no poder ser detenido, ni condenado a muerte, ni maltratado de ningún modo, por el efecto de la voluntad arbitraria de uno o varios individuos. También es el derecho de dar su opinión, de escoger su industria y de ejercerla; de disponer de su propiedad. Es el derecho de ir y venir, sin requerir permiso y sin dar cuenta de sus motivos o de sus gestiones, el derecho de reunirse con otros individuos, sea para dialogar sobre sus intereses, sea para profesar el culto que él y sus asociados prefieren, sea simplemente “para colmar sus días y sus horas de un modo más conforme a sus inclinaciones, a sus fantasías”.

Finalmente, afirma, “es el derecho, de cada uno, de influir sobre la administración del gobierno, sea por el nombramiento de todos o de algunos funcionarios, sea a través de representaciones, peticiones, demandas que la autoridad está más o menos obligada a tomar en consideración”.

Constant nos insta entonces a comparar esa libertad con la de los antiguos. Esta consistía, dice, en ejercer colectiva, pero directamente, varios aspectos incluidos en la soberanía, tales como deliberar en la plaza pública sobre la guerra y la paz, celebrar alianzas con los extranjeros, votar las leyes, pronunciar sentencias, controlar la gestión de los magistrados, hacerles comparecer delante de todo el pueblo, acusarlos, condenarlos o absolverlos.

Pero, al mismo tiempo que los antiguos llamaban “libertad” a todo esto, advierte, admitían como compatible con esta libertad colectiva, la sujeción completa del individuo a la autoridad del conjunto. Por lo tanto, todas las acciones privadas estaban sometidas a una severa vigilancia; nada se abandonaba a la independencia individual, ni en relación con las opiniones, ni con la industria ni, sobre todo, en relación con la religión. La facultad de escoger el culto, señala, capacidad que defendemos como uno de nuestros más preciosos derechos, habría parecido a los antiguos un crimen y un sacrilegio. Así, hasta en las cosas que nos parecen más fútiles, la autoridad del cuerpo social se interponía y entorpecía la voluntad de los individuos.

Y ejemplifica: Terpandro, el poeta y músico griego, no pudo añadir ni una cuerda a su lira sin que los éforos -magistrados en Esparta, con autoridad para contrapesar el poder del Senado y de los reyes-, se ofendieran. En Roma, los censores dirigían un ojo incisivo al interior de las familias. No había nada que las leyes no regularan. De modo que, entre los antiguos, el individuo, habitualmente casi soberano en los asuntos públicos, era “esclavo” en todas sus relaciones privadas.

Terpandro, músico griego, no pudo agregar una cuerda a su lira en Esparta
Terpandro

Como ciudadano, el hombre libre decidía sobre la paz y la guerra; pero como particular estaba limitado, observado, reprimido en todos sus movimientos; como parte del cuerpo colectivo, tenía la capacidad de exiliar a otros; aunque como sometido al cuerpo colectivo, podía ser, a su vez, desterrado a muerte, por la voluntad discrecional del conjunto del que formaba parte.

Constant reconoce aquí que, de todos los estados antiguos, Atenas es el que más se asemejó a los modernos. Sin embargo, reconoce que sus habitantes no tenían ninguna noción de los derechos individuales. Los hombres no eran sino “máquinas” cuyos resortes y engranajes eran regulados por la ley. Y la misma sujeción caracterizaba a la república romana, sostiene; “el individuo, de algún modo, se había perdido en la nación, el ciudadano en la ciudad” .

Sobre el liberalismo https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Liberalismo

Origen de la diferencia entre los antiguos y los modernos

Constant pasa entonces a destacar las principales razones para que se den tan importantes diferencias en estas dos formas de entender la libertad. Y destaca, en primer lugar, que todas las antiguas repúblicas estaban encerradas en límites estrechos. La más poblada, la más poderosa, la más considerable de entre ellas, dice, no era igual en extensión al más pequeño de los estados modernos.

Como consecuencia inevitable de su poca extensión, entonces, el espíritu de esas repúblicas era belicoso, cada pueblo ofendía continuamente a sus vecinos o era ofendido por ellos. Empujados por la necesidad los unos contra los otros, se combatían o amenazaban sin cesar. Los que no querían ser conquistadores no podían dejar las armas bajo pena de ser conquistados. Todos compraban su seguridad, su independencia, su existencia entera, al precio de la guerra, que era el constante interés de los estados libres de la antigüedad, destaca.

Finalmente, y por un resultado necesario de esta manera de ser, todos esos Estados tenían esclavos. Las profesiones mecánicas, e incluso en algunas naciones las profesiones industriales, estaban confiadas, dice, “a manos cargadas de grilletes” .

Argumenta Constant entonces que el mundo moderno nos ofrece un espectáculo completamente opuesto. Los estados menores de nuestros días son incomparablemente más vastos de lo que fuera Esparta o de lo que fuera Roma durante cinco siglos.

Constant señala que una de las diferencias es que los estados modernos tienen mayor extensiónn
La mayor extensión vuelve más insignificante al individuo

De allí se desprende que existe en ellos una masa de hombres bajo diferentes nombres y diversos modos de organización social, y, sin embargo, homogénea en su naturaleza y lo bastante fuerte como para no tener nada que temer de “las hordas bárbaras”, lo bastante lúcida como para que la guerra le sea una carga. De modo que su tendencia uniforme es hacia la paz.

Y esta diferencia trae otra: el comercio. En este sentido, advierte Constant, el comercio suplanta en gran medida a la guerra, dado que ambos no son sino dos medios diferentes de alcanzar la misma finalidad: poseer lo que se desea. El comercio no es sino un homenaje ofrecido a la fuerza del poseedor por el aspirante a la posesión. “La guerra es el impulso, el comercio es el cálculo”, afirma.

Constant admite aquí que no es que no haya habido entre los antiguos pueblos comerciantes; pero ellos han constituido, en cierto modo, la excepción de la regla general. Es que la ignorancia de la brújula forzaba al máximo a los marinos de la antigüedad a no perder de vista las costas, de manera que el comercio era, entonces, solo “un feliz accidente”. Por lo tanto, sostiene, es gracias al comercio, a la religión y a los progresos intelectuales y morales de la especie humana que “no hay más esclavos en las naciones europeas”; aunque, debido a ello, ahora son los hombres libres quienes deben ejercer todas las profesiones y proveer a todas las necesidades de la sociedad.

Los ciudadanos modernos deben realizar sus negocios y no disponen de tanto tiempo para la participación política

Implicancias de estas diferencias.

Constant pasa entonces a deducir algunas implicancias de las diferencias ya señaladas, y destaca: primeramente, cuanto mayor es la extensión de un país, más disminuye la importancia política que le toca compartir a cada individuo. El más oscuro republicano de Roma y Esparta era una potencia, sostiene. No sucede lo mismo con el simple ciudadano de Gran Bretaña o de los Estados Unidos. Su influencia personal es un elemento imperceptible frente a la voluntad social que imprime su dirección al gobierno.

En segundo lugar, la abolición de la esclavitud ha privado a la población libre de todo aquel ocio que disfrutaba cuando los esclavos hacían la mayor parte del trabajo productivo. Sin la población esclava de Atenas, veinte mil atenienses no habrían podido deliberar cotidianamente en la plaza pública.

En tercer lugar, el comercio no deja, como la guerra, intervalos de inactividad en la vida del hombre para dedicarlos a la política. Así que el perpetuo ejercicio de los derechos políticos, la discusión diaria de los asuntos de Estado, los conciliábulos, que se daban en la vida de los pueblos de la antigüedad, solo ofrecerían turbación y cansancio a las naciones modernas, donde cada individuo, “ocupado de sus negocios y empresas, de los goces que obtiene o espera, no quiere ser distraído sino momentáneamente y lo menos posible”.

Constant vuelve aquí sobre el caso de Atenas, que era, de todas las repúblicas antiguas, la más comerciante, a la vez que concedía a sus ciudadanos bastante más libertad individual que Roma y Esparta. Sin embargo, también en Atenas se daban circunstancias que incidían sobre el carácter de otras naciones antiguas: había una población esclava y el territorio era muy pequeño; y aunque el pueblo elaboraba las leyes y examinaba la conducta de los magistrados, también imperaba allí la institución del ostracismo que, para él, es una arbitrariedad legal que debe parecerle a los modernos una indignante iniquidad. Todo esto prueba, afirma, que el individuo “estaba aún mucho más avasallado por la supremacía del cuerpo social en Atenas que hoy en ningún Estado libre de Europa”.

Para Constant, Atenas está más cerca de los Estados modernos pero no escapa a los rasgos de los antiguos
Atenas es el Estado más cercano a los modernos

Conclusiones de Constant sobre el contraste entre antiguos y modernos

Constant avanza, así, hacia las conclusiones que saca de todas estas diferencias. Y lo que deduce es que, en principio, ya no podemos disfrutar de la libertad al modo de los antiguos, consistente solo en la participación activa y constante en el poder colectivo. Nuestra propia libertad, dice, debe consistir en el goce apacible de la independencia privada. Los antiguos estaban dispuestos a hacer muchos sacrificios  para conservar sus derechos políticos y su parte en la administración del Estado, dado que cada uno sentía con orgullo cuánto valía su sufragio, y hallaba en esta conciencia de su importancia personal una amplia compensación.

Pero este resarcimiento no existe ya para los modernos, señala. Perdido en la multitud, el individuo no percibe casi nunca la influencia que ejerce y nada constata su cooperación ante sus propios ojos. Por lo tanto, el ejercicio de los derechos políticos no le ofrece sino una parte mínima de los goces que los antiguos encontraban en ellos, al mismo tiempo que los progresos de la civilización, la tendencia comercial de la época, la comunicación de los pueblos entre sí, “han multiplicado y variado hasta el infinito los medios de felicidad particular”.

Los modernos deberían sacrificar más para obtener menos de la participación política que los antiguos

Constant concluye de ello que los modernos deben estar mucho más ligados que los antiguos a su independencia individual, dado que los antiguos, cuando sacrificaban esta independencia a los derechos políticos, sacrificaban menos para obtener más; mientras que haciendo el mismo sacrificio loas modernos darían más para obtener menos. Y concluye: la finalidad de los antiguos era compartir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria. Estaba ahí lo que ellos llamaban libertad. La finalidad de los modernos es la seguridad de los goces privados; y ellos llaman libertad a las garantías acordadas a esos goces por las instituciones.

La influencia de Rousseau

Constant pasa entonces a revisar lo sucedido en la Revolución francesa, y reconoce que los revolucionarios habían tomado varias de sus teorías de las obras de dos filósofos, uno de los cuales, el más ilustre, dice, es J. J. Rousseau, a quien le concede que lo animaba “el más puro amor por la libertad”, pero que, sin embargo, proporcionó, “funestos pretextos a más de un tipo de tiranía”. No obstante, considera ahora que no es exactamente a Rousseau a quien debemos atribuir principalmente el error que él pretende combatir; tal error pertenece más bien a uno de sus sucesores, el abate de Mably. Es él quien puede ser considerado como el representante del sistema que, conforme a las máximas de la libertad antigua, pretendía que los ciudadanos estuvieran completamente sometidos para que la nación fuera soberana, y “que el individuo fuera esclavo para que el pueblo sea libre”, afirma.

Tal como él lo ve, el abate de Mably habría confundido, como Rousseau y como muchos otros, siguiendo a los antiguos, la autoridad del cuerpo social con la libertad y, por lo tanto, todos los medios le parecían buenos para extender la acción de esta autoridad. Los seguidores revolucionarios de estas ideas creyeron, así, que todo debía someterse a la voluntad colectiva y que todas las restricciones a los derechos individuales serían ampliamente compensadas por la participación en el poder social. Sin embargo, afirma ahora Constant, aquel “renovado edificio de los antiguos se derrumbó, a pesar de muchos esfuerzos y muchos actos heroicos que merecen toda la admiración”. Esto ocurrió porque se vulneraba la independencia individual.

Rousseau fue una influencia determinante en la Revolución francesa
Rousseau influyó en la Revolución francesa

De manera que la independencia individual es la primera de las necesidades modernas y jamás hay que pedir su sacrificio para establecer la libertad política. Hoy nadie tiene derecho a exiliar un ciudadano si no es condenado por un tribunal regular, destaca, según una ley formal que liga la pena del exilio a la acción de la que él es culpable. Por lo tanto:

“Nadie tiene derecho de arrancar al ciudadano de su patria; el propietario tiene sus tierras, el negociante su comercio, el esposo su esposa, el padre sus hijos, el escritor sus meditaciones estudiosas, el viejo sus costumbres”.

Asimismo, considera Constant que existen instituciones antiguas que ya no son admisibles pero que en su tiempo se están intentando restablecer. La censura romana significaba, como el ostracismo, un poder discrecional; y, sin embargo, no faltan quienes intentan ejercer la censura en los tiempos modernos, advierte. Del mismo modo se pretende influir en la educación; por ejemplo, cuando se dice que debemos permitir que el gobierno se apodere de las generaciones nacientes para “formarlas a su voluntad”.

Sin embargo, los modernos desean disfrutar cada uno de sus derechos; desarrollar cada una de sus facultades como mejor les parece, sin perjudicar al prójimo; velar por el desarrollo de esas facultades en los hijos, sin necesidad de ninguna autoridad, excepto para conseguir de ella los medios generales de instrucción que pueda proporcionarles, “como los viajeros aceptan la autoridad vial, sin ser por ello dirigidos en el camino que quieren seguir”.

La religión también está ahora, por momentos, expuesta a actitudes propias de otros siglos, destaca, ya que, por ejemplo, los defensores de los derechos de la Iglesia católica se apoyan en el caso de los atenienses, que condenaron a muerte a Sócrates por haber “quebrantado el politeísmo”. Pero ahora Constant llama a desconfiar de esta admiración por las reminiscencias antiguas, y convoca a las monarquías de su tiempo,  a “no pedir prestado a las repúblicas antiguas medios para oprimirnos”.

Entre los antiguos, Sócrates fue condenado a muerte por sospechas de atentar contra la religión estatal
Sócrates condenado a muerte

Cabe aclarar aquí que este autor desarrolló una nueva teoría de la monarquía constitucional, en la que se pretendía que el poder del rey fuera un poder neutral, protegiendo, equilibrando y restringiendo los excesos de los otros poderes activos, es decir, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Todo esto, al servicio de la libertad individual, repite, ya que he ahí la verdadera libertad moderna. Y aunque la libertad política es, también indispensable, considera que pedir a los pueblos actuales sacrificar, como en el caso de los antiguos, la totalidad de su libertad individual en nombre de la libertad política, es el medio seguro de arrebatarles, finalmente, las dos.

No resignar ninguna de las dos libertades

Constant concluye, de todo lo afirmado, que no es a la libertad política a lo que quiere renunciar, sino que es la libertad civil, individual, lo que reclama. Los gobiernos no tienen derecho hoy como ayer de arrogarse un poder ilegítimo, insiste; ellos tienen nuevos deberes, dado que los progresos de la civilización, los cambios producidos por los siglos, ordenan a la autoridad más respeto por las costumbres, por los afectos, por la independencia de los individuos. La autoridad debe tratar con una mano más prudente y leve estas cuestiones, sugiere, y asumir que el despotismo que era posible entre los antiguos ya no lo es más entre los modernos.

Constant propone para su tiempo una monarquía constitucional
Sistema representativo de gobierno

No obstante, de manera central a su argumentación, Constant reconoce, llegado este punto, que los modernos son, a menudo, menos atentos que los antiguos a la libertad política, y menos apasionados por ella. De este hecho concluye que descuidan, a veces demasiado y siempre por error, las garantías que esa libertad les asegura. Por empezar, necesitan del sistema representativo, que no es otra cosa que una organización con cuya ayuda una nación descarga en algunos individuos lo que ella no puede o no quiere hacer por sí misma. Define entonces Consant:

“El sistema representativo es una procuración dada a un cierto número de hombres por la masa del pueblo que quiere que sus intereses sean defendidos y que no obstante no tiene tiempo de defenderlos él mismo.”

Sin embargo, advierte, los pueblos, que, con el fin de gozar de la libertad que les conviene, recurren al sistema representativo, deben ejercer una vigilancia activa y constante sobre sus representantes, y reservarse, en épocas que no estén separadas por intervalos demasiado largos, el derecho de apartarles si han equivocado sus votos, y de revocar los poderes de los que ya han abusado. Sintetiza entonces:

“El peligro de la libertad antigua consistía en que los hombres, atentos únicamente a asegurarse el poder social, no apreciaban los derechos y los goces individuales. El peligro de la libertad moderna es que absorbidos por el disfrute de nuestra independencia privada, y en la gestión de nuestros intereses particulares, renunciamos demasiado fácilmente a nuestro derecho de participación en el poder político.”

A lo que agrega: “que las autoridades que nos representan se limiten a ser justas, nosotros nos encargaremos de ser felices”. Pero, ¿Podríamos serlo con goces si estos goces estuvieran separados de las garantías?¿Dónde encontraríamos esas garantías  si renunciáramos a la libertad política?, se pregunta. No, responde; renunciar a ellas sería una demencia similar a la de un hombre que bajo el pretexto de que no ocupa el primer piso, pretendiera construir sobre la arena un edificio sin fundamentos.

Pero además, dice Constant: ¿tan cierto es que la felicidad, cualquiera ella sea, es la única finalidad de la especie humana? Y reitera la advertencia de que el peligro de la libertad moderna es que, absorvidos por nuestros intereses renunciemos con mucha facilidad al derecho de tomar parte en el gobierno político. Reconoce, entonces, ahora, que la mala comprensión de la libertad de los modernos desemboca en el debilitamiento de la sociedad civil, cuya existencia es la piedra angular de la verdadera democracia.

Constant considera que el ciudadano moderno no está llamado solo a la felicidad

De manera que no es sólo la felicidad lo que debe perseguirse; considera que nuestro destino también nos llama al perfeccionamiento; y que la libertad es el medio que “engrandece el espíritu, ennoblece los pensamientos, y establece entre los ciudadanos un tipo de legalidad intelectual que constituye la gloria y la potencia de un pueblo”.

Lejos está él, por tanto, de renunciar a ninguna de las dos clases de libertad de las que habló. Considera que es preciso aprender a combinar la una con la otra, dado que la obra del legislador no está totalmente completa cuando sólo ha tranquilizado al pueblo. Aun cuando ese pueblo esté contento queda mucho por hacer, advierte. Es preciso que las instituciones concluyan la educación moral de los ciudadanos, respetando sus derechos individuales y no perturbando para nada sus ocupaciones. Pero también ellas deben llamarlos a concurrir al ejercicio del poder, garantizándoles un derecho de control y de vigilancia en la posibilidad de manifestar sus opiniones, e infundiéndoles, a la vez, el deseo y la facultad de cumplir con esas funciones.

Benjamin Constant e Isaiah Berlin

Cabe agregar, finalmente, que una gran parte de la bibliografía tradicional en torno a esta cuestión sostiene que es este texto de Benjamin Constant el principal inspirador de la conferencia de Isaiah Berlin titulada “Dos conceptos de libertad”. Sin embargo, parte de la crítica se ha preguntado si es posible hacer una asimilación completa de la libertad de los antiguos a la, así denominada por Berlin, “libertad positiva”, a la vez que asociar la “libertad negativa” a la de los modernos.

En este sentido, se afirma que puede ser cierto que la libertad positiva se identifique en gran medida con la libertad de los antiguos, dado que ambas tienen que ver con quién ejerce efectivamente el poder de autodeterminación. Sin embargo, hay que recordar que, para los antiguos, se trataba solamente de la autoderterminación colectiva, y en absoluto de la personal. Por eso, justamente, Berlin recela en gran medida de la libertad positiva al modo de los antiguos, dado que, para él, es allí donde han enraizado las mayores tentaciones autoritarias de muchos gobiernos, incluso en el pasado reciente.

Suele compararse la libertad de antiguos y modernos con la libertad positiva y negativa de I. Berlin
Isaiah Berlin

Por otro lado, la libertad negativa, entendida por Berlin como ausencia de interferencias a la acción personal es, para él, la prioridad a defender, dado que garantiza el pleno despliegue del pluralismo, permitiendo a cada individuo decidir qué sistema de creencias defender y qué bienes sociales disfrutar. Berlin asume, así, que solo gracias a la libertad negativa se accede a bienes moralmente superiores a los que podían aspirar los antiguos.

No obstante, Constant -si bien coincide en valorar esa libertad individual que asocia, ciertamente, a los modernos-, también contempla el peligro de que tales individuos, centrados solo en sus propias vidas y actividades se vuelvan completamente despolitizados, y desentendidos de la “cosa pública”. Por lo tanto, hay en el él una atención al fenómeno político que no se da en Berlin, quien antepone la inquietud por las tendencias totalitarias de la política bajo el formato de la libertad positiva, cercana a los antiguos. En ese sentido, este autor no manifiesta mayor inquietud por los efectos nocivos de la despolitización y ni siquiera se detiene en afirmar que la representación política esté vinculada a la protección de la libertad negativa.

Por lo tanto, aunque se da efectivamente un acuerdo entre estos dos autores en cuanto a que el gran acontecimiento de la historia de la libertad lo protagoniza el surgimiento del individuo y sus derechos, Constant insiste, a diferencia de Berlin, en que sin el debido interés por la participación política, faltará no sólo la necesaria garantía para el mantenimiento de la libertad individual, sino también, a su juicio, una de las más importantes fuentes del perfeccionamiento cívico y personal.

Así, se ha llegado a sostener que la diferencia entre ambos parece residir en su diferente manera de conciliar la relación entre individuo y comunidad.  En tanto Berlin interpreta que la libertad solo se da plenamente tras la disminución de la injerencia de la comunidad en la vida personal, Constant asume que, tanto en sentido instrumental -de constituirse en garantía-, como en carácter de fin en sí mismo – en la medida en que contribuye al perfeccionamiento humano-, continúa siendo imprescindible el compromiso cívico de cada ciudadano con la vida política de la propia comunidad.

Ver también en el Blog:

Isaiah Berlin: “Dos conceptos de libertad”

Referencias

Constant, B. “Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”, en Revista de Estudios Públicos N° 59, 1995.

Mansuy, D. “Las dos libertades de Benjamin Constant”, en  Tópicos, Revista de Filosofía N° 69, 2024.

Sarlegui, M. “La libertad de los modernos y la libertad negativa”. Diferencias y similitudes entre los discursos ‘liberales’ de Constant y Berlin”, en Thémata. Revista de Filosofía. N° 38, 2007.


Constant, B., “Sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/03/discurso-de-la-libertad-de-los-antiguos-comparada-con-la-de-los-modernos-1.pdf

Mansuy, D. “Las dos libertades de Benjamin Constant https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/04/Mansuy.pdf

Sarlegui, M. “La libertad de los modernos y la libertad negativa. Diferencias y similitudes entre los discursos ‘liberales’ de Constant y Berlin”, https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/03/Sarlegui-M.pdf

Varela Suanzes, J. “La monarquía en el pensamiento de Benjamin Constant (Inglaterra como modelo)” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/04/Dialnet-LaMonarquiaEnElPensamientoDeBenjaminConstantInglat-1050928.pdf

Mapa conceptual Benjamin Constant https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/04/Benjamin-Constant.-Sobre-la-lib

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