En esta entrada sobre Nietzsche y la Historia analizaremos su segunda Consideración Intempestiva, titulada Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, escrita hacia 1874, momento en el que Nietzsche vivía un período crucial de transición entre su carrera académica y su desarrollo como filósofo crítico de la cultura. Aunque todavía ocupaba su puesto como profesor de Filología Clásica en la Universidad de Basilea, ya había empezado a cuestionar profundamente los fundamentos de la educación, la ciencia y la cultura de su tiempo.
Su primer libro, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música no había tenido el impacto positivo que Nietzsche esperaba en el mundo académico, y esto marcó el inicio de su transición hacia un pensamiento más radical y crítico, que lo llevaría a publicar escritos destinados a un público más amplio. Estos ensayos, en conjunto, se conocen como Consideraciones intempestivas (Unzeitgemäße Betrachtungen). El nombre se debe a que tenían como objetivo ir en contra de las corrientes dominantes de pensamiento de su tiempo.
Consideraciones Intempestivas
La primera Consideración, titulada David Strauss: El confesor y el escritor (1873), es una severa crítica al historiador y filósofo alemán David Friedrich Strauss, a quien Nietzsche considera frívolo en su abordaje de la historia. La segunda, es la que nos concierne aquí: Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (1874). La tercera, Schopenhauer como educador (1874), está dedicada a este filósofo, a quien ve como un ejemplo de individuo que ha vivido de acuerdo con su propia concepción del mundo, rechazando las normas sociales y culturales. Y la cuarta, Richard Wagner en Bayreuth (1876) está referida al célebre compositor, especialmente en relación con su visión del arte y la música.
Nietzsche, vida y obra https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Nietzsche,_Friedrich
Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida
La segunda Consideración es el único escrito en el que Nietzsche aborda explícitamente su propia interpretación del tema de la Historia. A esta ciencia y a sus representantes Nietzsche les dedica su sarcasmo, porque ellos consideran que sus métodos los llevan a profundizar en los “hechos históricos”, cuando en realidad, a su juicio, sólo se hunden en un cúmulo de datos.
Para Nietzsche, el historicismo es una actitud cultural e intelectual que otorga un valor excesivo al estudio y la acumulación del conocimiento histórico, a menudo a costa de la vida y el impulso creativo. De modo que en este ensayo critica esta tendencia, ala que ve como propia de la modernidad europea, argumentando que el historicismo conduce a una parálisis cultural y personal.
En efecto, en la Alemania de Nietzsche la veneración por el pasado y los estudios históricos impregnaban la cultura. Se pensaba en ese momento que entender y documentar el pasado era la clave para el progreso. Pero Nietzsche, percibe algo más profundo: una parálisis espiritual, un culto al pasado que drena la vitalidad del presente. Se pregunta en cambio: ¿Cómo usar el pasado para alimentar la fuerza vital, en lugar de agotarla? A fin de desentrañar esta cuestión, Nietzsche escribe un Prefacio y diez capítulos.
Prefacio
Nietzsche comienza el Prefacio con una frase de Goethe:
“Por lo demás, me es odioso todo aquello que únicamente me instruye, pero sin acrecentar mi actividad o animarla de inmediato.”
Esto significa, para él, que la historia, abordada como conocimiento superfluo y artículo de lujo, tiene que resultarnos necesariamente odiosa. Por eso es que esta meditación es “intempestiva”, porque intenta comprender algo de lo que se enorgullece este tiempo -su cultura histórica- pero viéndolo como “perjudicial”, como defecto y carencia de esta época. Y aclara que él, como filólogo clásico que es, está obligado a hacer esta tarea, porque no sabría qué sentido tiene esta disciplina en su época si no fuera el de actuar intempestivamente dentro de ella, gracias a haber sido “discípulo de la Antigüedad”.
I.
Nietzsche llega así al primer apartado de su escrito al que comienza con un párrafo conmovedor. Dice:
“Contempla el rebaño que pasta delante de ti: ignora lo que es el ayer y el hoy, brinca de aquí para allá, come, descansa, digiere, vuelve a brincar, y así desde la “mañana a la noche, de un día a otro, en una palabra: atado a la inmediatez de su placer y disgusto, en realidad atado a la estaca del momento presente y, por esta razón, sin atisbo alguno de melancolía o hastío. Ver esto se le hace al hombre duro, porque él precisamente se vanagloria de su humanidad frente a la bestia y, sin embargo, fija celosamente su mirada en su felicidad. Porque él, en el fondo, únicamente quiere esto: vivir sin hartazgo y sin dolores como el animal, aunque lo quiera, sin embargo, en vano, porque no lo quiere tal y como lo quiere éste. Así el hombre pregunta al animal: ¿por qué no me hablas de tu felicidad y únicamente me miras? El animal quiere responderle y decirle: “esto pasa porque siempre olvido lo que quisiera decir». Entonces, también se olvidó de esta respuesta y calló, de modo que el hombre se quedó asombrado.”
Y continúa afirmando que ese hombre también se asombró de sí mismo por no poder aprender a olvidar y depender siempre del pasado; porque cuanto más lejos va, cuanto más rápido corre, esa cadena siempre lo acompaña. Dice:
“Es asombroso: ahí está el instante presente, pero en un abrir y cerrar de ojos desaparece. Surge de la nada para desaparecer en la misma nada. Sin embargo, luego regresa como un fantasma perturbando la calma de un presente posterior. Continuamente se separa una hoja del libro del tiempo, cae y se aleja aleteando para, de repente, volver al seno del hombre.”
“Entonces, el hombre dice “me acuerdo”, y a la vez envidia al animal que olvida inmediatamente mientras observa cómo ese instante presente llega a morir y vuelve a hundirse en la niebla y la noche desapareciendo para siempre. Por esta razón no puede sino emocionarle, como si de un paraíso perdido se tratara, ver un rebaño pastando o al niño que juega entre el pasado y el futuro sin tener que rechazar todavía nada de su pasado.”
Sin embargo, vaticina Nietzsche, ese juego del niño un día tendrá que ser perturbado. Será el momento en que aprenda la palabra “fue”; y esto le recordará lo que es en el fondo su existencia: algo imperfecto que nunca llega a realizarse de modo completo. Hasta que un buen día la muerte, finalmente, le traerá el ansiado olvido, y el conocimiento de que la existencia es un ininterrumpido “haber sido”. Por eso, dice Nietzsche, posiblemente ningún filósofo tenga más razón que el cínico, con respecto a la felicidad de animal. Ya que la más pequeña dicha que “no se interrumpe”, como ocurre con la tranquilidad interior del animal, es una felicidad incomparablemente mayor que cualquier tipo de dicha que sólo “se manifiesta episódicamente”.
Pero hay algo clave, afirma, en lo que hace que la felicidad sea tal: el “poder olvidar” o, en otras palabras, la capacidad de sentir de manera “no histórica”, abstrayéndose de toda duración. Para él, solo quien es capaz de instalarse en el umbral del presente, sabe lo que es la felicidad y es capaz de “hacer felices a los demás”. Por el contrario, dice Nietzsche sobre la imposibilidad de olvidar:
“Imaginemos el caso extremo de un hombre al que se le hubiera desposeído completamente de la fuerza de olvidar, alguien que estuviera condenado a ver en todas partes un devenir. Ese hombre no sería capaz de creer más en su propia existencia, ya que vería todas las cosas fluir separadamente en puntos móviles. Se perdería así en esta corriente del devenir…”
Como un digno discípulo de Heráclito, sentiría que se diluye en un puro fluir. Y es que, para Nietzsche, en toda acción hay olvido, de la misma manera en que la vida de todo organismo no sólo necesita luz sino también oscuridad. Un hombre que sólo sintiera “históricamente” se asemejaría, piensa, a alguien obligado a prescindir del sueño o a un animal que tuviera que vivir condenado continuamente a rumiar…
Y agrega:
“Es posible vivir casi sin recuerdos, e incluso vivir feliz, como muestra el ejemplo del animal, pero es completamente imposible vivir en general sin olvidar. O, para explicar mi tema de modo más sencillo: existe un grado de vigilia, de rumia, de sentido histórico, en el que se daña lo vivo para, finalmente, quedar destruido, tanto en un pueblo, en una cultura o en un hombre.”
Conexión con “Funes, el memorioso”
Todo esto hace que estas reflexiones de Nietzsche hayan sido habitualmente asociadas al cuento de Jorge Luis Borges, “Funes, el memorioso”. En él, Borges narra una historia que se desarrolla en el año 1887, acerca de un joven indio, Ireneo Funes, quien, tras caerse del caballo, repentinamente se despierta dotado de una memoria absoluta.
Antes de la caída Ireneo era como cualquiera, dice Borges, un desmemoriado, ansioso de acción y de vida, pero cuando recobró el conocimiento “el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales”. Poco después se dio cuenta de que estaba totalmente paralizado. Pero este hecho apenas lo conmovió. Atado a su lecho, “sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882, y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez”. Podía reconstruir “todos los sueños, los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero”, aunque cada reconstrucción había requerido a su vez de todo un día. Sin embargo, era incapaz de elaborar pensamientos abstractos, y tampoco le interesaba, a diferencia de los que crean conceptos y definiciones para poder orientarse en el mundo y reconocerlo.
Borges nos dice, además, que Ireneo murió pronto, de una congestión pulmonar, en 1889; y que corrió el rumor de que en realidad fue el peso de su memoria el que destruyó su joven vida. De este modo, el escritor nos deja saber por pequeños detalles de su cuento, -como el de que Ireneo murió el mismo año en el que Nietzsche perdió la cordura- que había leído su Segunda Intempestiva. En ese mismo sentido, Nietzsche va más lejos y afirma que hay que saber olvidar, hasta cierto punto, el pasado, para que no se convierta en “sepulturero del presente”.
La noción de “fuerza plástica”
A esta capacidad de saber olvidar en el grado justo Nietzsche la llama “fuerza plástica” de un hombre, de un pueblo o de una cultura; es la habilidad de transformar y asimilar lo pasado y extraño, de sanar las heridas, de reemplazar lo perdido, de regenerar las formas destruidas. La idea de la “fuerza plástica” es, así, un concepto central de la segunda Consideración. Y afirma que existen hombres que poseen esta fuerza en un grado tan bajo que, a través de una única vivencia, dolor, o injusticia o de un minúsculo rasguño, se desangran incurablemente. Pero, afirma, también existen los invulnerables a los peores accidentes de la vida e incluso a los hechos de su propia maldad, hasta el extremo de que en medio de ellos, o poco después, llegan a un regular bienestar y a una – inquietante- “conciencia tranquila”…
De este modo, la metáfora de fuerza plástica proviene de la idea de dar forma, como lo haría un escultor con un material maleable y, para él, solo quienes poseen esta capacidad de moldear el pasado pueden vivir de manera auténtica y afirmativa. Esto conecta con su noción más amplia de la vida como un proceso de constante superación y creación, donde el pasado no debe ser un lastre, sino un recurso dinámico para el presente y el futuro.
Nietzsche conecta este punto, entonces, con la tesis que quiere proponer aquí: que en cuanto al manejo del pasado, lo “ahistórico” y lo “histórico” son igualmente necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura. Así, para él, ningún artista logra realizar su obra, ningún jefe militar alcanza la victoria, y ningún pueblo la libertad anhelada, sin antes haberla deseado en un estado ahistórico. Por el contrario, los hombres históricos tienen su mirada fija en el pasado que los empuja hacia el futuro, creen que el sentido de la existencia saldrá cada vez más a la luz en el transcurso de un proceso.
Pero también está el hombre “suprahistórico”, aclara, que no ve la salvación en el proceso, sino que entiende que el mundo está completo en cualquier momento particular, porque , “¿qué podrían diez años más enseñar que no hayan enseñado los diez anteriores?” Para este tipo de hombre, por lo tanto, el pasado y el presente son lo mismo, semejantes en toda su diversidad, y solo percibe “una estructura estática de valores inmutables y de eterno significado”.
II.
Tres tipos de historia: monumental, anticuaria y crítica
En el apartado II, nos dice Nietzsche que en un triple sentido pertenece la historia al ser vivo: le pertenece como alguien que necesita “actuar y esforzarse”, como alguien que necesita “conservar y venerar”, y, finalmente, como alguien que “sufre y necesita liberarse”. A esta “trinidad de relaciones”, corresponden tres maneras de abordar la historia:
- La historia monumental
- La historia anticuaria
- La historia crítica.
Historia monumental
Nietzsche considera que la historia monumental pertenece, sobre todo, al que quiere actuar, al que mantiene una gran lucha y necesita modelos, maestros o consuelo, en tanto no los encuentra en su presente. Así, mediante la utilización de la historia, logra escapar de la resignación, ya que espera que los grandes momentos de la historia formen “la cadena de montañas de la humanidad a través de milenios”, y que lo más alto de un momento histórico siga siendo aún lo más vivo, claro y grande.
De este modo extrae de esta historia monumental la idea de que lo grande alguna vez existió, que fue posible, y, por lo tanto, que también quizá sea posible de nuevo. Es cierto, dice, que la historia monumental aproximará lo que no es semejante, generalizará y, finalmente, igualará, siempre atenuando las diferencias de los motivos e intenciones, es decir, las causas, a fin de presentar los efectos de forma monumental, es decir, de manera ejemplar y digna de imitación.
Lo que se celebra en las fiestas populares y en días de recuerdos religiosos o militares, son ejemplos de historia monumental. Por eso, cuando este tipo de consideración del pasado domina sobre las otras maneras de abordar la historia, afirma -es decir, sobre la anticuaria y la crítica-, grandes partes del pasado se olvidan y se desprecian, ya que sólo hechos particulares previamente adornados se alzan “como archipiélagos aislados”.
Y lo peor ocurre, señala, cuando se apoderan de esta historia monumental los impotentes e inactivos que piensan lo monumental no debe nacer otra vez. Su procedimiento consiste en decir: “¡mirad, lo grande ya está ahí!”, pero en realidad lo grande que ya está ahí les importa tan poco como lo que pueda volver a surgir…
Es por eso que, para Nietzsche, este enfoque de la historia tiene sus fallas; puede ser engañoso. Su principal debilidad es que presenta solo los efectos, en detrimento de las causas; y procede por falsas analogías para encontrar una grandeza en común, tendiendo a romantizar el pasado. Esto, paradójicamente, puede socavar la confianza en sí mismos de los hombres vivos, sugiriéndoles que no es necesario luchar por la grandeza, porque en el pasado ya se han alcanzado todas las formas posibles de ésta.
Historia anticuaria
Luego está la historia anticuaria, que es la que “conserva y venera”; es la historia del que lanza una mirada hacia atrás, al lugar de donde proviene, en donde se ha formado. Está agradecido por su existencia y cuida lo que existe desde antiguo, porque quiere conservar las condiciones en las que nació para los que tengan que nacer después de él. Así, lo pequeño, lo limitado, lo viejo y lo caído en desuso, recibe en este enfoque su propia dignidad. La historia de su ciudad se convierte para el hombre anticuario en su propia historia, y se encuentra a sí mismo en el significado de “ese muro, el concejo municipal, la fiesta del pueblo”:
“Aquí se ha podido vivir -se dice a sí mismo-, porque se puede vivir; aquí se podrá vivir, porque somos duros y no es fácil que nos quebremos de repente.”
Así, con este “nosotros”, se mira por encima de la vida efímera e individual para sentirse dentro del espíritu de la casa, de su propia generación, de su ciudad. Este tipo de personas tiene gran capacidad para la empatía, dpara seguir huellas casi extinguidas, para “leer el pasado”. Sienten, dice, el placer que el árbol siente en sus raíces, al saber que no son mero producto de la arbitrariedad y de la contingencia, sino flor y fruto que ha crecido de un pasado, y que por eso están justificados en su existencia.
Sin embargo, el sentido anticuario también posee un limitadísimo campo de visión, advierte, dado que no percibe la mayor parte de las cosas, y lo poco que ve lo ve demasiado cercano y aislado; considera todo de igual importancia. Todo lo pasado se toma como igualmente digno de veneración, y se rechaza, a su vez, todo lo que no tiene “el carácter venerable de lo viejo”, es decir, todo lo que es nuevo y está en continuo cambio.
Y aquí se hace visible la necesidad que tiene el hombre, al lado de los modos monumental y anticuario, de considerar con frecuencia el pasado desde una tercera perspectiva: la “crítica”, siempre que esté “al servicio de la vida”.
III.
Historia crítica
Nietzsche pasa entonces a explicar su concepto de historia crítica. Y afirma que es necesario que el hombre, para poder vivir, tenga la “fuerza de destruir” y liberarse del pasado de vez en cuando. Esto lo consigue “llevando el pasado a juicio”, afirma, para finalmente condenarlo, ya que todo pasado es digno de ser condenado, porque las cosas del hombre siempre están envueltas en las fuerzas y debilidades humanas. Nietzsche reconoce que es éste, a su vez, un proceso injusto y peligroso, incluso para la vida misma; porque en la medida que somos el resultado de generaciones anteriores, también somos el resultado de sus aberraciones, pasiones y errores,y no es posible liberarnos completamente de esta cadena.
En el mejor de los casos, afirma, llegamos a una lucha entre la naturaleza heredada y precedente y nuestro conocimiento actual, e instalamos una nueva costumbre, un nuevo instinto, una “segunda naturaleza”, y de ese modo la primera termina por atrofiarse. Pero esto, solo hasta que la costumbre que ahora es “segunda” pase a ser la base para un nuevo cuestionamiento. En otras palabras, lo que interesa al historiador crítico es llevar el pasado al banquillo de los acusados, interrogarlo sin clemencia, sin remordimiento y condenarlo desde una perspectiva contemporánea, resaltando sus fallas y deficiencias. Y en este sentido Nietzsche admite que esta forma de historia puede ser positiva cuando se utiliza para superar tradiciones opresivas, instituciones caducas o valores decadentes que ya no son útiles para la vida presente.
Pero también el espíritu crítico tiene su lado destructivo, ya que cuando llega demasiado lejos termina en la demostración de que no hay nada noble, nada valioso en el pasado. Así, llevada al extremo, la historia crítica puede provocar una desconexión total con las raíces culturales, generando un vacío en el que falta continuidad y sentido de pertenencia. Se corre entonces el riesgo de caer en un nihilismo cultural, donde no se reconocen valores ni fundamentos sobre los cuales construir un futuro.
Para Nietzsche, en cambio, la destrucción del pasado debe dar paso a la creación de nuevos valores y formas de vida que respondan a las necesidades actuales. En este sentido, busca un equilibrio en el uso de la historia, en el que el pasado sea evaluado críticamente, pero también valorado y aprovechado como fuente de aprendizaje, inspiración y fuerza vital.
IV.
En el cuarto apartado Nietzsche hace un repaso y nos dice que estos son los servicios que la historia es capaz de prestar, pero siempre sólo para el fin de la vida. Es que el conocimiento que se toma en exceso, “sin hambre”, incluso sin necesidades, afirma, deja ya de obrar como un motivo transformador que “impulsa hacia afuera” y permanece oculto en un mundo interior que el hombre moderno llama su propia “espiritualidad”.
Por esta razón, a su juicio, nuestra formación moderna no es algo que esté “vivo”, porque no se trata de una formación real. En cambio, considera que el pueblo el griego, en su período de mayor poderío, sí supo mantener un tenaz y saludable sentido ahistórico. Nietzsche piensa que, incluso, si por medio de un encantamiento tuviera un hombre de nuestro tiempo que regresar a esa época, muy posiblemente encontraría a los griegos muy “incultos”. Y esto lo atribuye a nuestro exceso de saberes, ya que, tal como él lo ve, los modernos, no tenemos nada propio, y por eso, sólo llenándonos hasta el exceso de tiempos antiguos, costumbres, artes, filosofías, religiones y conocimientos, llegamos a ser algo dignos de consideración.
V.
Eso lo lleva, en el quinto apartado, a hablar de la “sobresaturación histórica” de su época como peligrosa en cinco aspectos:
- Tal exceso produce un contraste entre lo interior y lo exterior por medio del cual se debilita la personalidad.
- A su vez, da origen a la creencia de poseer la virtud -la más rara de todas- del sentido de la justicia, en un grado superior al de otras épocas.
- Por otro lado, igualmente, se impide llegar a la madurez al individuo, no menos que al conjunto de la sociedad.
- También crece esa perjudicial creencia de cualquier época de estar en la vejez de la humanidad, de ser mero descendiente y epígono.
- Y, finalmente, cae la época en una peligrosa actitud irónica sobre sí misma, pasando de ésta a una aún más peligrosa: el cinismo. Actitud ésta que, paralizando al principio, termina destruyendo las fuerzas vitales.
En primer lugar, entonces, Nietzsche considera que los hombres con sobresaturación histórica han perdido y destruido su instinto; se vuelven pusilánimes e inseguros, y, dejando de creer en sí mismos, se hunden en su mundo interior, de lo que no resulta ninguna acción hacia el exterior. Lo que aprenden no se transforma en vida; nadie se arriesga como persona, sino que se enmascara como “hombre culto”, como sabio, poeta, o como político. Nadie se atreve a cumplir la ley de la filosofía consigo mismo, nadie vive filosóficamente… Así, todo filosofar moderno está limitado a la erudición . “Uno se pregunta entonces: ¿son éstos aún hombres, o acaso máquinas de pensar, escribir y hablar?”
VI.
Es recién en el apartado sexto en el que pasa al segundo peligro mencionado, es decir, “la creencia de poseer la virtud del sentido de la justicia” Y dice:
“Ahora colóquese ante nuestros ojos al virtuoso histórico del presente: ¿es éste el hombre más justo de su tiempo? Estos ingenuos historiadores denominan “objetividad” justamente a medir las opiniones y acciones del pasado desde las opiniones comunes del momento presente: aquí ellos encuentran el canon de todas las verdades. Su trabajo es adaptar el pasado a la trivialidad del tiempo presente mientras, por el contrario, llaman “subjetiva” a cualquier historiografía que no tome como canónicas aquellas opiniones comunes y normales.”
Sin embargo, para Nietzsche, sólo desde la fuerza más poderosa del presente se tiene el derecho de interpretar el pasado, sólo a través del máximo esfuerzo puede intuirse lo que es digno de saberse del pasado, lo que es digno de ser conservado y lo que es grande. Por consiguiente la Historia debe ser escrita por el hombre experimentado y reflexivo. Quien carezca de una experiencia superior y más vasta que los demás no podrá saber interpretar el pasado. Ahora se explica, remarca, la extraordinaria y profunda influencia de Delfos, sobre todo porque los sacerdotes délficos eran buenos conocedores del pasado, y sólo el que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado.
Sin embargo, cuando Nietzsche habla de las “desventajas” de la historia para la vida, alude tambiénquienes postulan que ésta debe ser considerada como una ciencia que involucra, a su vez, del intento de “borrar el propio yo” para poder sumergirse “sin prejuicios” en los acontecimientos históricos, tras la ingenua exigencia programática de “conocer cómo realmente fueron los hechos”.
VII.
En el apartado séptimo Nietzsche aborda el tercer peligro acerca de que “el sentido histórico perturba los instintos de un pueblo e impide llegar a la madurez.” Y comienza afirmando que todo el mundo se vanagloria de que hoy en día “la ciencia comience a dominar sobre la vida”. Así, nuestra época no resulta ser la de las personalidades acabadas, maduras y armónicas, sino la del trabajo útil. Esto significa únicamente que los hombres deben trabajar, antes de ser maduros, en la fábrica de las utilidades generales, y así se arrastra al joven a través de milenios; a muchachos que no comprenden nada de una guerra, de una acción diplomática o de una acción política, se les considera dignos de introducirles en la historia política.
Más aún, del mismo modo que el hombre joven corre por la “Historia”, afirma, corremos nosotros, los modernos, a través de las galerías de arte y escuchamos conciertos, perdiendo progresivamente ese sentimiento de extrañeza, no sorprendiéndonos de nada, al hacer que todo tenga el mismo valor. Y a eso se le llama precisamente “sentido histórico”, “formación histórica”, afirma con indignación.
VIII.
En el apartado octavo Nietzsche aborda la cuestión de sentirse “en la vejez de la humanidad, de ser mero descendiente y epígono”; y afirma que aun cuando nosotros quisiéramos tranquilizamos gustosamente con ser epígonos y descendientes de la Antigüedad, tendríamos necesariamente que preguntamos, pese a todo, si nuestro destino debería consistir en ser alumnos de una Antigüedad en declive. Por el contrario, piensa él, nuestra más noble recompensa sería la de imponemos la tarea de buscar nuestros modelos por medio de una mirada valiente en el mundo originario de la Antigüedad clásica: el mundo de lo excelso, de lo natural y de lo humano, pero como herederos y descendientes de los padres clásicos y prodigiosos, viendo en ello nuestro honor y estímulo.
Por consiguiente, no lo haríamos como pálidos y anémicos últimos herederos, sino como naturalezas propiamente históricas, es decir, aquellas que se preocupan muy poco por el “así es”, para seguir más bien, con orgullo jovial, un “así debe ser”, con la intención de fundar un nuevo linaje, concluye.
IX.
Nietzsche llega entonces al apartado noveno, en el que aborda el peligro de “la actitud irónica de la época sobre sí misma, pasando de ésta a una aún más peligrosa: el cinismo”. Afirma entonces que el hombre moderno ejerce ironía sobre sí mismo, en su conciencia de vivir en un estado de ánimo historicista y algo así como “crepuscular”. Pero señala que llega incluso más lejos: al cinismo. Un cinismo que justifica la marcha entera de la Historia al decir que todo tuvo exactamente que ocurrir como justo es ahora, y que de ningún modo podría haber sido el hombre diferente a como ya es; frente a este imperativo, afirma, nadie puede rebelarse.
Así, el hombre moderno, dice Nietzsche, se yergue desde la altura orgulloso de sentirse en la pirámide del proceso del mundo y, colocando en lo más alto la clave de bóveda de su conocimiento, parece gritarle a la naturaleza que le está escuchando a su alrededor: “estamos en la cima, somos la cima, somos la naturaleza consumada”. Pero él mismo le responde a ese hombre moderno: “¡Tú deliras, orgullosísimo europeo del siglo diecinueve! Tu saber no ha llevado a la consumación de la naturaleza, sino que destruye la tuya propia. Mide sólo durante un instante tu altura como cognoscente en comparación con tu capacidad de actuar.”
“Cierto, asciendes hasta los rayos del sol del saber hacia el cielo, pero también caes hacia abajo, hacia el caos”(…) “No te quedan más apoyos en la vida, tan sólo telarañas desgarradas que surgen cada vez que intentas aferrarte a algo con tu conocimiento.”
Pero, continúa, dejemos de hablar en tono serio, ya que es posible decir algo más jovial. Y advierte: llegará el tiempo en que dejaremos sabiamente de lado todas esas construcciones de “procesos del mundo” o de la “Historia humana”, y en el que no se considerará a la masas, sino de nuevo a los individuos, los cuales forman una especie de puente sobre la desértica corriente del devenir. Así, para este Nietzsche exaltado, la tarea de la Historia consiste en ser la mediadora de estos grandes individuos, prestándoles sus fuerzas y proporcionándoles un lugar para la producción de grandeza.
X.
Nietzsche llega entonces al último apartado, el décimo en el que dice:
“¡Al llegar a este punto, pensando en la juventud, grito: ¡tierra!, ¡tierra!… ¡Basta ya de toda esa peregrinación extraviada y de esa búsqueda impetuosa a través de oscuros mares extraños! Ya se divisa en el horizonte una costa. No nos importa cómo ésta sea, pues tenemos que desembarcar. Y el peor puerto será siempre mejor que volver a dar tumbos en esa infinitud escéptica carente de esperanzas. Desembarquemos en tierra firme; ya más tarde encontraremos mejor puerto y facilitaremos el acceso a los que vengan después.”
Es decir, Nietzsche afirma que confía en que la juventud lo haya guiado correctamente a protestar contra la educación histórica del hombre moderno y a sostener la tesis de que el hombre debe aprender, saber todo, a vivir y utilizar la historia únicamente al servicio de la vida aprendida. La educación de la juventud alemana, piensa él, en realidad no ha formado al hombre para la libertad, sino solo el erudito, el hombre científico, y, en particular, el que que con mayor rapidez es utilizable. Y esto se logra llenando su cabeza con una enorme cantidad de conceptos sacados en su mayoría del conocimiento de épocas y pueblos pasados, pero no de la intuición inmediata de la vida. Se trata, incluso, de ese mismo método que absurdamente conduce a los jóvenes artistas, todavía en formación, por los museos y galerías de arte, en lugar de conducirles al taller de un maestro y, sobre todo, “al único taller de la única maestra real, la naturaleza”. Entonces, se pregunta para cerrar su escrito:
“¿Debe dominar la vida sobre el conocimiento o el conocimiento sobre la vida? ¿Cuál de los dos poderes es el superior y decisivo? Nadie ha de dudar: la vida es el poder máximo, dominante, porque un conocimiento que destruye la vida acabaría consigo mismo. El conocimiento presupone la vida, tiene su interés también en la conservación de la vida, como todo ser lo tiene en su propia subsistencia.”
En otras palabras, para Nietzsche la ciencia necesita una dirección y vigilancia superiores: una “doctrina de la salud de la vida” que diría que el dios délfico los llama hacia su meta: “Conócete a ti mismo”, lo que significa que hubo siglos en los que los griegos se encontraron con un peligro semejante al que nosotros hoy nos encontramos, es decir: el de morir inundados por lo extraño y lo pasado en la historia. Pero pese a ello, la cultura helénica no se convirtió en un mero agregado de cosas dispersas, gracias, principalmente, a la máxima apolínea por que los griegos aprendieron poco a poco a “organizar el caos”.
De modo que, reflexionando sobre sus auténticas necesidades y sobre sí mismos, de acuerdo con la doctrina délfica, tomaron posesión de sí mismos; no permanecieron mucho tiempo siendo los abrumados herederos y epígonos de todo el Oriente, sino que llegaron a ser enriquecedores y acrecentadores del tesoro heredado, pero también modelos de todas las civilizaciones posteriores. Nietzsche llama a los jóvenes, por lo tanto, a “organizar su caos interior”.
A modo de conclusión
De este modo, para Nietzsche el estudio de la historia nunca debería ser un fin en sí mismo, sino sólo un medio hacia un objetivo vital. Considera, así, que el afán de un concepto de historia único, perenne y “auténtico” es, o bien una reliquia de la necesidad cristiana de creer en “un Dios verdadero”; o bien un producto de la ciencia positivista, con su dogma de un solo y absoluto conjunto de leyes naturales. Por el contrario, su intención en esta segunda Consideración es destruir la creencia en un pasado histórico del que se pueda extraer “una sola verdad sustancial”, ya que para él, hay tantas “verdades” sobre el pasado como perspectivas individuales.
En rigor, Nietzsche no se opuso a la historia sino acierta forma de historiografía. Se opuso a una idea de historia lineal y teleológica. Se opuso, así, a la historiografía evolucionista y en especial a la hegeliana, a la vez que cuestionó los grandes cultos de su época: la idea de progreso, el historicismo positivista, la filosofía académica y el arte burgués. En suma, este joven Nietzsche compartió con el Romanticismo que lo precedió un profundo ímpetu vitalista, en el que la historia, lejos de ser un mero ejercicio de racionalismo cientificista, debería convertirse en un impulso para la creación, como la expresión máxima del ser humano.
Referencias:
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Frey, H. “Nietzsche: la memoria, la historia: la Segunda intempestiva entre la crítica al historicismo y la negación de la filosofía de la historia”. Cuicuilco, vol. 22, núm. 64, septiembre-diciembre, 2015, pp. 271-290.
Grazón, D.( 2004). “Introducción”, en Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida. Madrid: Edaf.
Nietzsche, F. (2006). Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (II Intempestiva). Biblioteca Nueva.
Nietzsche, F. Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/11/Nietzsche-Friedrich-Sobre-la-utilidad-y-el-perjuicio-de-la-historia-para-la-vida.-Segunda-intempestiva-Biblioteca-Nueva-1999.pdf
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Mapa Nietzsche, Segunda Consideración Intempestiva https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/11/Mapa-F.-NIetzsche-Segunda-Intempestiva.pdf