John Stuart Mill: Sobre la libertad

En esta entrada sobre el libro de John Stuart Mill, Sobre la libertad (On liberty), revisamos las principales ideas de este autor en la que se considera, sin dudas, una de las obras centrales de la filosofía política del siglo XIX. En ella desarrolla con exhaustividad las implicancias de su célebre “principio del daño”, concepto que analizaremos aquí.

La obra On Liberty es una de los escritos fundamentales de la filosofía política occidental.

Mill nace en Londres, Inglaterra, en el año 1806. Era el hijo mayor de James Mill, de quien recibe el rigurosísimo método pedagógico desde su primera infancia. En 1820 se traslada a Francia, permaneciendo allí un año, y a su vuelta continúa sus antiguos estudios durante un par de años más. Comienza entonces en su vida un segundo período, que él llamaría de “autoeducación”, haciendo estudios de filosofía, economía y derecho, que pronto desarrolla en obras propias. La base de su formación filosófica es el utilitarismo de Bentham, al que adhiere con verdadero entusiasmo, y que más tarde modifica con puntos de vista personales. Influyen también en él, entre muchos otros autores, en particular Locke y Hume.

Entre 1826-1828 sufre una crisis espiritual, que supera con la lectura de algunos poetas y con la frecuentación de nuevos pensadores, quienes imprimen un cambio de rumbo a sus ideas. En 1848 aparecen sus Principios de Economía Política, que sistematizan un ensayo anterior, Sobre algunas cuestiones no resueltas en la Economía Política (1844). En 1851 contrae matrimonio con Harriet Taylor, la persona que tanto influyó en su vida espiritual y su producción intelectual y, cuya pérdida, en 1858, le causó un pesar tan profundo que, según él mismo dijo, hizo de su memoria “una religión”.

Vida y obra de J. S. Mill: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Mill,_John_Stuart

Sobre la libertad

https://youtu.be/-QN-ZFV2Tl4
John S. Mill: Sobre la libertad

De entre los escritos políticos de John Stuart Mill, Sobre la libertad es el más influyente y el que mayor número de discusiones ha suscitado. No solo gozó de enorme popularidad en vida de su autor e influyó de manera decisiva en el pensamiento político del siglo XIX, sino que su influjo se prolonga hasta el presente, constituyéndose en uno de los textos de referencia fundamentales de la filosofía política contemporánea. Este trabajo de Mill está dividido en cinco capítulos, que revisaremos brevemente a continuación.

I. Introducción

Al comenzar su Introducción, Mill señala que el tema de este ensayo no es el “libre albedrío”, -o la libertad en general, como condición metafísica de los seres humanos -, sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y los límites del poder que la sociedad puede ejercer legítimamente sobre el individuo. La lucha entre la libertad y la autoridad nos es familiar, dice. Pero, en tiempos antiguos, lo que se entendía por libertad era la protección contra la tiranía de los gobernantes políticos. El poder de los gobernantes era considerado como algo necesario, aunque también como algo sumamente peligroso, como un arma que intentarían usar contra sus súbditos, tanto como contra sus enemigos exteriores. El propósito de los patriotas era, entonces, poner límites al poder que el gobernante pudiera ejercer sobre la comunidad, y eso era lo que se entendía por libertad.

John Stuart Mill es uno de los más importantes "pensadores de la libertad".
John Stuart Mill

Sin embargo, señala Mill, llegó un momento en que los hombres dejaron de considerar que sus gobernantes eran un poder independiente, con un interés opuesto al suyo. Les pareció mucho mejor que fueran sus representantes o delegados, con posibilidad de ser revocados. Así, el interés y  voluntad de los gobernantes efectvamente coincidiría con el interés y la voluntad de la nación.

No obstante, el “pueblo” que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el que éste es ejercido; y la “voluntad del pueblo” termina siendo, en la práctica, la de la parte más numerosa o más activa de la ciudadanía, la de la mayoría, o de aquellos que han conseguido hacerse aceptar como la mayoría. El “pueblo”, por lo tanto, puede terminar oprimiendo a una parte de sí mismo, y se necesitan precauciones contra esto tanto como contra cualquier otro abuso de poder.

Así es como, en política, comenzó a hablarse – con Alexis de Tocqueville- de “la tiranía de la mayoría”, incluyendo ciertos nuevos males contra los cuales la sociedad tendría que estar en guardia, ya que dejan menos vías de evasión, penetrando mucho más profundamente en los detalles de la vida y esclavizando el alma misma, señala Mill.

En realidad, lo que más le preocupa a este autor no es la opresión política de las minorías por la mayoría electoral, sino la opresión social que la opinión pública ejerce sobre los individuos, dado que ésta suele ser intolerante por principio con respecto a todas las opiniones que se alejen de ella. Este despotismo social es, entonces, considerado por Mill como una traba para el desarrollo individual, así como una forma de servilismo a las costumbres establecidas.

El “Principio del daño”

Por lo tanto, afirma Mill que el objetivo de este ensayo es proclamar un principio muy simple, dirigido a regir plenamente las relaciones de la sociedad con el individuo:

“El único propósito por el que el poder sobre un miembro de una comunidad civilizada puede ser ejercido legítimamente en contra de su voluntad, es para prevenir del daño a otros. Su propio bien, ya sea físico o moral, no es una justificación suficiente.”

Y agrega, en un pasaje célebre, con respecto al individuo, que

“No puede ser obligado legítimamente a hacer algo o abstenerse de hacerlo por el hecho de que eso sería mejor para él, porque le haría más feliz, o porque en opinión de los otros hacer eso sería lo sensato, o incluso lo justo. Estas son buenas razones para discutir con él, o razonar con él, o persuadirle, o suplicarle, pero no para obligarle, o infligirle algún daño en caso de que actúe de otra manera. Para justificar esto último, la conducta de la que se desea disuadirle tiene que estar calculada para provocar daño en alguna otra persona. El único aspecto de la conducta por el que se puede responsabilizar a alguien frente a la sociedad es aquel que concierne a otros. En aquello que le concierne únicamente a él, su independencia es absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y su propia mente, el individuo es soberano.”

Aclara Mill que, evidentemente, no estamos hablando de niños o de jóvenes que se encuentren por debajo de lo que la ley pueda fijar como la mayoría de edad, ya que aquellos que están todavía en estado de requerir que otros cuiden de ellos, tienen que ser protegidos contra sus propias acciones del mismo modo que contra los peligros externos.

Los niños todavía requieren del cuidado de los mayores, ya que deben ser protegidos.

Y por la misma razón, dice Mill -en un pasaje que ha suscitado críticas posteriores pero que era parte del sentido común de su época-,  se considera que también las “sociedades atrasadas” pueden ser entendidas como “menores de edad”, porque las dificultades iniciales, en el camino del progreso son tan grandes que rara vez estas comunidades presentan los medios suficientes para superarlas. De modo que el objetivo de todo este ensayo es delimitar esa esfera de libertad y señalar sus fronteras. Precisa entonces que esta región comprende:

En primer lugar, el dominio interno de la conciencia, exigiendo libertad de conciencia en el sentido más amplio, libertad de pensar y sentir, libertad absoluta de opinión y sentimiento en todos los temas.Y aclara que podría parecer que la libertad de expresar y publicar opiniones está sometida a un principio diferente, dado que pertenece a aquella parte de la conducta de un individuo que afecta a otras personas; sin embargo, siendo de casi tanta importancia como la libertad de pensamiento, es prácticamente inseparable de ella, dice.

En segundo lugar, libertad de gustos e inclinaciones, es decir, libertad de ajustar nuestro plan de vida a nuestro propio carácter, sin que nos lo impidan nuestros semejantes –en tanto que lo que hagamos no les perjudique–. Y aclara: aunque puedan pensar que nuestra conducta es insensata, perversa o equivocada.

En tercer lugar, de esta libertad de cada persona se deriva, dentro de los mismos límites, la libertad de asociación entre individuos, esto es, la libertad de unirse para cualquier propósito que no implique daño a los otros, y siempre suponiendo que las personas asociadas son mayores de edad y no se encuentran forzadas o engañadas. Sintetiza entonces Mill:

“La única libertad que merece tal nombre es la de perseguir nuestro propio bien a nuestra propia manera, siempre y cuando no intentemos privar a otros del suyo o impidamos sus esfuerzos por alcanzarlo. Cada uno es el verdadero guardián de su propia salud, ya sea corporal, mental o espiritual. La humanidad ganará más si tolera que cada uno viva como le parezca bien que si obliga a vivir a cada uno como le parezca bien al resto.”

II. De la libertad de pensamiento y discusión

En el capítulo II, el filósofo destaca que ya no se puede dudar de que en su tiempo existe la  “libertad de prensa” como una de las garantías contra la corrupción o la tiranía del gobierno. Sin embargo, aunque el gobierno no ejerza ya ningún poder de coerción a menos que sea de acuerdo con lo que considera que es la “voz del pueblo”, Mill teme que, justamente, esa voz pretenda silenciar las opiniones particulares. Porque aclara:

 “Si toda la humanidad a excepción de una persona fuera de una opinión, y solo esa persona fuera de la opinión contraria, la humanidad no estaría más legitimada para silenciar a dicha persona de lo que esta estaría para silenciar a la humanidad, suponiendo que tuviera el poder para ello.”

A lo que agrega:

 “Si la opinión fuera una posesión personal que no tuviera valor salvo para su propietario; si obstruir su despliegue fuera simplemente una injuria privada, habría alguna diferencia entre que la injuria fuera infligida solo a unas pocas personas o a muchas. Pero la peculiaridad del mal que supone silenciar la expresión de una opinión es que supone un robo al género humano, tanto para la posteridad como para la generación existente, y para los que disienten de esa opinión todavía más que para los que la sostienen.”

Esto se debe, a que, si la opinión es correcta, se les priva a los que disienten de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; pero si es errónea, también pierden. Pierden lo que es un beneficio casi igual de grande, una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su confrontación con el error.

Por otra parte, nunca podemos estar completamente seguros de que la opinión que estamos intentando reprimir sea falsa. Eso presupondría que nos creemos infalibles. Y, volviendo a la opinión que podría ser verdadera, tampoco es bueno acallarla, dado que si no se la discute de manera exhaustiva, frecuente y decidida, buscando sus verdaderos fundamentos dejará de ser una “verdad viva” y se convertirá en un dogma muerto.

Más aún, dice Mill, todavía queda que hablar de una tercera posibilidad que es más común que cualquiera de las otras dos: y es que las doctrinas enfrentadas, en lugar de ser una “verdadera” y una “falsa”, compartan la verdad entre ellas, de modo que la opinión disconforme sea necesaria para completar el resto de la verdad.

En suma, en este capítulo Mill deja en claro la importancia central que otorga a la libertad de expresión y al poder del diálogo y la discusión para la construcción de la vida en sociedad. Es que, dada la limitación humana en la búsqueda individual de la verdad y las distorsiones a las que el libre pensamiento está expuesto, solo la discusión libre y abierta suministra una garantía para fundamentar de manera racional las ideas de los hombres.

Mill otorga importancia fundamental a la libertad de expresión y al diálogo.
Mill da mucha importancia a la libertad de expresión

Este argumento para abogar por la libertad de expresión tenía una especial relevancia en cuestiones de religión en la época de Mill, en la que todavía muchos sostenían de manera dogmática que estaban en posesión de un “conocimiento infalible” en cuestiones religiosas, estando prácticamente prohibida la libre discusión en este ámbito y considerándose tabú cualquier tipo de crítica. Esto tenía implicaciones directas en cuestiones de moralidad, tan estrechamente vinculada todavía entonces a la religión.

Por otra parte, Mill es consciente de que todo lo que a una persona o a un pueblo le parece una “verdad inamovible” en un momento dado, puede manifestarse como falso en un momento posterior, y que solo estando abierto a la discusión de las diversas opiniones y teniendo en cuenta todos los juicios posibles se puede hacer patente esa falsedad. Esta conciencia de la falibilidad del ser humano lleva a Mill a reivindicar la libertad de expresión como el único medio de confrontar distintos puntos de vista y corregir los errores a través de la libre discusión.

Además, considera que este hábito de mantener una mente abierta y receptiva a las objeciones y críticas permite captar ciertos aspectos de la verdad que escapan a una comprensión cerrada y unilateral de ésta, dado que en cuestiones complejas, como son las políticas y sociales, las opiniones minoritarias contienen en ocasiones una parte de verdad que escapa a la concepción dominante.

III. De la individualidad como uno de los elementos del bienestar

Mill destaca en este capítulo que examinará ahora si las mismas razones presentadas en el capítulo anterior sobre la libertad de opinión se aplican también a la libertad de acción. Y nos advierte que hasta las opiniones pierden su inmunidad si las circunstancias son tales que expresarlas constituye una instigación a alguna acción perniciosa.

Por ejemplo, opinar que los comerciantes de grano están matando de hambre a los pobres, o que la propiedad privada es un robo, dice, es algo que no debe impedirse si se trata de una opinión que simplemente circula por la prensa. Pero puede requerir un justo castigo si se grita ante una multitud enfervorizada que está reunida ante la casa de un comerciante de grano.

La libertad de opinión puede tener límites si conduce directamente a actos de violencia.

Por el contrario, si una acción se abstiene de perturbar a otros y simplemente actúa de acuerdo con su propia inclinación y juicio en cosas que le conciernen solo a esa persona, debería permitírsele, realizarla haciéndose cargo de sus consecuencias. Es que, para él, sentirse libre favorece la originalidad, que es un elemento valioso en los asuntos humanos, y considera que todos los demás pueden aprender algo de quienes dan muestra de ella. Esto no puede ser negado por nadie, afirma, salvo que crea que el mundo ha alcanzado ya la perfección en todas sus formas y prácticas.

De este modo, según Mill, estas personas son  la “sal de la tierra”. Sin ellas la vida humana se convertiría en un “pozo estancado”. Sin embargo, muchas veces, si tienen un carácter fuerte y rompen las cadenas, se convierten en el blanco de la sociedad, que al no haber conseguido reducirlos al lugar común, les dirige solemnemente calificativos amenazantes como “salvaje”, “extravagante” y otros similares, afirma. “Es como si alguien se quejara de que el río Niágara no fluye suavemente entre sus orillas como un canal holandés…”

Sin embargo, cuando las opiniones de la masa se están convirtiendo en el poder dominante, el contrapeso y correctivo a esa tendencia debería ser individualidades más pronunciadas, capaces de pensar a un nivel más alto. Personas diferentes requieren condiciones diferentes para su desarrollo espiritual. Y no pueden vivir de manera saludable en las mismas condiciones que otros, al igual que no pueden hacerlo todas las variedades de plantas en las mismas condiciones físicas, atmosféricas y climáticas, sostiene.

Mill compara la diversidad individual con la variedad de plantas en diferentes hábitats.

Mill alude entonces a su propio contexto, imbuido de una férrea moral puritana, propia de la era victoriana, y señala que en sus tiempos se ha puesto en marcha un fuerte movimiento hacia el desarrollo de la moral, que hace que la gente esté más dispuesta que en épocas anteriores a prescribir reglas generales de conducta, y a esforzarse por hacer que todo el mundo se ajuste al modelo aprobado.

Profundiza, entonces, en esta idea destacando que las circunstancias que rodean a las diferentes clases e individuos, se están haciendo cada vez más similares. Observa que, a diferencia de otras épocas, en las actuales sociedades desarrolladas todos viven en gran medida en el “mismo mundo”. En general, ahora leen las mismas cosas, van a los mismos sitios, tienen los mismos derechos y libertades, y los mismos medios de afirmarlos. Por lo tanto, la combinación de todas estas causas forma una masa tan grande de influencias hostiles a la individualidad, dice, que no es fácil ver cómo puede ésta mantener su terreno.

En otras palabras, a Mill le preocupan profundamente los efectos de la nueva forma de sociedad que estaba surgiendo, la emergencia de la sociedad de masas, y la presión de la opinión pública sobre los individuos que se acrecentaba inexorablemente con el avance de la democracia. Constata, así, que la industrialización y la urbanización que acompañan a este proceso social y que constituyen su condición de posibilidad hacen mejorar las condiciones materiales de vida y generan, sin dudas, unos mayores niveles de igualdad social, pero al mismo tiempo se desarrolla la tendencia a imponer una uniformidad y estandarización en el modo de vida, llevando al ser humano a un estado dominado por el conformismo, la quietud, la uniformidad y una forma de vida convencional de la que no resultaría posible escapar.

Así, al igual que Tocqueville, Mill constata que este movimiento hacia la sociedad democrática es imparable en el mundo occidental, y ambos lo consideran deseable desde el punto de vista de la igualdad y la justicia. Pero también advierten que las condiciones sociales crecientemente igualitarias que lleva consigo la democracia tienen necesariamente efectos negativos sobre la libertad de los individuos, presentándose con ello un dilema entre igualdad y libertad. Por eso creían necesario que la igualdad creciente se articulara con mayores cotas de libertad.

Alexis de Tocqueville, autor del concepto "tiranía de la mayoría".
Alexis de Tocqueville

De este modo, tal como Mill lo ve, en una sociedad democrática donde no se den las condiciones suficientes de madurez social, la opinión pública ejerce una coacción sobre los individuos que les impide su libre desarrollo, dado que tiende a la intolerancia respecto a todo tipo de conducta disidente o excéntrica, incluso respecto a las conductas que son simplemente diferentes de las socialmente establecidas.

Mill sostiene, así, que la individualidad es algo deseable en sí mismo, dado que constituye un elemento esencial del bienestar del ser humano, no simplemente un derecho político abstracto. Entiende la individualidad como la capacidad para tomar las decisiones que nos llevan a vivir nuestra propia vida, y en este sentido constituye un fin en sí mismo, no simplemente un medio para alcanzar la felicidad.

Esta autonomía es, para Mill, algo que cada persona tiene que desarrollar desde su interioridad, y esto solo puede tener lugar si se dan las condiciones de libertad necesarias para ello. Aunque la existencia de un ámbito de libertad privado en el que el hombre se determine a sí mismo tenga que ser siempre compatible con la libertad de los otros.

Cada individuo está obligado, por tanto, a reconocer a los otros individuos como sujetos y a no tratarlos en ningún caso como objetos. Y si la individualidad significa la libertad de tomar las propias decisiones por sí mismo en el ámbito que solo le concierne al individuo, implica, a la vez, ser uno entre iguales en el ámbito público. Por lo tanto, la individualidad que defiende Mill no es la del hombre aislado de la sociedad, dado que ese individuo atomizado es una presa más fácil del mecanismo que genera uniformidad en la masa social. El individuo tiene que participar en la sociedad, acceder a la verdad a través de la discusión racional y libre. Solo así es como puede conquistar su autonomía y desarrollar su carácter.

Con ello se está vinculando la idea de espontaneidad a la idea de educación del ser humano como un ser independiente, rechazando toda concepción de la cultura como mero adoctrinamiento de los individuos. Educar los sentimientos significa ayudar a que éstos se desplieguen de manera espontánea según la naturaleza del hombre, y ello solo puede tener lugar en una atmósfera de libertad.

IV. De los límites de la autoridad de la sociedad sobre el individuo

Mill llega así al capítulo IV en el que destaca aquí que, efectivamente, la sociedad está legitimada para imponer ciertas condiciones a la conducta de los individuos. En primer lugar, no perjudicar los intereses de los otros, que deben ser considerados como sus derechos. Y en segundo lugar, en que cada persona asuma su parte (fijada según algún principio equitativo) de los trabajos y sacrificios necesarios para defender a la sociedad o a sus miembros de daños y abusos. No obstante -como ya vimos- si la conducta de un individuo no afecta al interés de ninguna otra persona aparte de ella misma, no hay lugar para plantear esta cuestión. Para Mill, en todos estos casos, debería haber perfecta libertad, tanto legal como social, para realizar la acción asumiendo, obviamente, las consecuencias que se derivan de ella.

Eso no impide que Mill reconozca, llegado este punto, que muchos se negarán a admitir la distinción aquí señalada entre la parte de la vida de una persona que le concierne solo a ella y la parte que les concierne a otras. Ninguna persona es un ser completamente aislado. Es imposible que alguien se haga nada nocivo a sí misma de manera seria y permanente sin que su daño alcance a sus relaciones más cercanas, y a menudo más allá de ellas.

Por ejemplo, si alguien daña su propiedad, perjudica a los que directa o indirectamente obtenían soporte de ella, y también reduce los recursos generales de la comunidad. O, si deteriora sus facultades físicas o mentales, no solo causa un mal a los que dependen de él sino que se inhabilita a sí mismo para prestar a sus semejantes los servicios que debería.

Por otra parte, podría objetarse, aun si sus vicios o su necedad no causan un daño directo a otros, sin embargo, podría decirse que es perjudicial por el mal ejemplo que ofrece…

Y más aún, -se puede añadir- aun si las consecuencias de la mala conducta se restringieran completamente al individuo vicioso o irreflexivo, ¿debería la sociedad abandonar a su propia dirección a aquellos que están incapacitados para dirigirse a sí mismos? Por ejemplo, si la ludopatía, el alcoholismo, la holgazanería, son un obstáculo tan grande para el desarrollo de la sociedad como muchos de los actos prohibidos por la ley, ¿por qué no debería la ley tratar de reprimir también esto?

A causa de todos estos planteos parece que, por momentos, Mill realiza en su obra una defensa férrea de la libertad, pero que tal posición entra en contradicción con otra postura que es también central en su escrito. Es el caso de aquellas acciones en las que este autor acepta la interferencia del Estado o de la sociedad basándose en una consideración paternalista. Tal puede ser el caso de la limitación de la jornada laboral, de las reglamentaciones sanitarias de las condiciones de trabajo, o de la imposición legal de unos niveles mínimos de educación para todos ciudadanos. Esto, al punto de que se ha acusado a Mill de defender el proteccionismo y la intervención estatal, así como de tratar de imponer una determinada concepción de la moralidad al conjunto de la sociedad.

Sin duda, Mill se enfrenta aquí a la gran dificultad que supone establecer una frontera definida entre las acciones que solo conciernen a uno mismo y las que afectan a los otros. La mayor parte de las críticas al principio de la libertad han estado dirigidas al hecho de que no hay acciones que conciernan solo al individuo que las realiza, que todas las acciones de un individuo afectan también a los demás. Mill, avanza entonces con la intención de hacer precisiones más sutiles:

Mill admite que es difícil separar lo que afecta a una persona de lo que afecta a las demás.

Y dice: por ejemplo, si un hombre, debido al desenfreno o al despilfarro, se vuelve incapaz de pagar sus deudas, o habiendo asumido la responsabilidad moral de una familia, se vuelve incapaz por las mismas causas de mantener o educar a sus miembros, merece reprobación y puede ser castigado con toda justicia; pero es por la violación de su deber hacia su familia o hacia sus acreedores, no por su actitud personal de despilfarro. En otro caso, ninguna persona debería ser castigada emborracharse, pero un soldado o un policía sí deberían serlo por emborracharse estando de servicio.

En suma, siempre que se ocasione un daño determinado, o exista un riesgo de ocasionar daño, ya sea a un individuo o a la comunidad, el caso sale del ámbito de la libertad personal y entra en la de la moralidad o la ley. Sin embargo, con respecto al daño puramente personal, que Mill denomina contingente o implícito que una persona causa debido a una conducta que ni viola un deber específico frente a la comunidad, la sociedad puede permitirse, dice, soportar esa inconveniencia, pues es “para un mayor bien de la libertad humana”.

Evidentemente Mill rechaza los comportamientos nocivos, necios o superficiales, en general, toda conducta que aleje al individuo de una vida basada en los valores de la dignidad, la personalidad y la entrega a los otros, de modo que el propósito fundamental de todo el pensamiento político y social de Mill es alcanzar y fomentar estos valores. Pero considera que el único modo de hacerlo realmente es permitir que los individuos los desarrollen por sí mismos encontrando su propio camino hacia ellos, por lo que es algo que nunca puede ser impuesto, sino que tiene que desarrollarse libremente.

Los individuos son tan distintos entre sí en su modo de alcanzar la felicidad y la virtud que establecer leyes de carácter general resultaría contraproducente. Además, Mill considera que la diversidad es algo positivo, y que no solo no debe limitarse, sino que es preciso fomentarla, pues ello enriquecerá a la sociedad y la hará crecer, mientras que anularla conducirá a la sociedad necesariamente al estancamiento. Y todo ello no puede conseguirse obligando a los individuos a que actúen de un determinado modo. De hecho, la coacción es contraria a la formación de un carácter que posea efectivamente estos valores, que son necesariamente resultado de aquello que el individuo es capaz de hacer por sí mismo.

Mill exalta la diversidad, el genio, la excentricidad.

Así, una vez que la sociedad ha alcanzado el grado de desarrollo en el que es aplicable el principio de la libertad, Mill rechaza toda intervención por parte del Estado o de la sociedad que le marque al individuo aquello en lo que consiste “su propio bien” . Sostiene, por tanto, en definitiva, que no se debe prohibir el uso de drogas, de bebidas alcohólicas, el juego o la prostitución, y que es objeto de la decisión individual elegir aquello que se considera adecuado. De este modo, el principio de la libertad ha de aplicarse a todas las relaciones entre personas adultas y que se encuentren en pleno uso de sus facultades, siempre y cuando las relaciones que se establezcan sean libremente aceptadas por los individuos implicados.

En este sentido, un elemento fundamental de la concepción de Mill es la educación de los sentimientos, dado que ésta es esencial para el pleno desarrollo de los individuos y para fomentar la diversidad, que Mill considera tan esencial para el progreso social. En este sentido, entiende que la sociedad ha tenido un poder absoluto sobre los ciudadanos durante toda la primera etapa de su existencia: ha tenido el entero periodo de su infancia y de su minoría de edad para intentar hacerlos capaces de tener una en la vida. Y ahora estamos hablando ya de adultos que, sin perjudicar a otros, se ocasionan, en todo caso,  un daño a sí mismos…

Sin embargo, se lamenta Mill, en estas sociedades sigue habiendo muchos que consideran como un agravio cualquier conducta que simplemente les desagrade, y la ven como un ultraje a sus sentimientos. Y destaca que, al interferir en la conducta personal de los demás, el público raramente piensa en otra cosa que en la “atrocidad” que supone actuar y sentir de modo diferente al suyo.

Así, esta forma de juzgar, ligeramente disfrazada, es presentada ante la humanidad como el “dictado de la religión y la filosofía”… Incluso suele enseñarse que las cosas “son correctas porque son correctas”, o porque “sentimos que lo son”. Por lo tanto no es difícil mostrar, afirma, que una de las propensiones más universales del ser humano consiste en extender los límites de lo que se puede llamar “policía moral”, hasta llegar a invadir la más incuestionable y legítima libertad personal.

De este modo, la obra de Mill constituye, junto con la de Tocqueville, la nueva forma que adopta el liberalismo político en el siglo XIX. Mientras que el liberalismo clásico tenía como principal objetivo limitar la autoridad del gobierno sobre los ciudadanos, la principal preocupación de Mill se encuentra en la limitación del poder que la sociedad puede ejercer sobre el individuo. Y dado que este poder aumenta gradualmente con el desarrollo y extensión de la democracia social, entiende esta cuestión no solo como el problema fundamental del pensamiento político de su época, sino también como “la cuestión vital del futuro”.

V. Aplicaciones

Mill finaliza su escrito con el capítulo V, en el que presenta modelos de puesta en práctica de los principios establecidos en las secciones anteriores, intención que resulta imposible desarrollar aquí en toda la extensión que le da el autor. Lo importante es que comienza recordando aquello principios o “máximas”, porque serán las guías para el análisis de los ejemplos que pretende ofrecer. Y estas máximas son:

La primera, que el individuo no debe responder de sus actos ante la sociedad si estos no afectan al interés de otro que no sea él mismo. El consejo, la instrucción, la persuasión y el aislamiento, si los otros lo considerasen necesario para su propio bien, son las únicas medidas que la sociedad puede utilizar legítimamente para expresar su desaprobación o su rechazo de esa conducta.

Y la segunda máxima indica que el individuo sí es responsable de las acciones que perjudiquen a los intereses de otros, y puede ser sometido a castigo social o legal si la sociedad considera que lo uno o lo otro es necesario para protegerse.

Libertad negativa y libertad positiva en Mill

En uno de los textos de filosofía política más influyentes y discutidos del siglo XX, Isaiah Berlin analiza las diferencias fundamentales entre el sentido negativo y el sentido positivo de la libertad, adscribiendo la concepción de John Stuart Mill muy particularmente al primero de ellos.

No obstante, es posible afirmar aquí que, si bien es cierto que On liberty desarrolla claramente el concepto “libertad negativa” – tal como lo presenta Berlin en su célebre texto “Dos conceptos de libertad”-, entendido como ausencia de interferencia en la acción del individuo (freedom from), también es posible observar que, en Mill, se encuentra plenamente desarrollado el concepto “positivo” de libertad (freedom to), presentado como autorrealización. De hecho, la libertad negativa para Mill está en función de la libertad positiva, entendida como el logro de la autonomía racional y el despliegue de la espontaneidad individual. Y es justamente la realización de estos intereses permanentes del ser humano para lo que es imprescindible, en la concepción de John Stuart Mill, salvaguardar la libertad civil.

Mill no solo defiende la libertad negativa sino la positiva muy particularmente: la autorrealización.

Por lo tanto, podemos cerrar este análisis destacando que, aunque la preocupación de Mill trasciende el rol político de los gobiernos y los estados, para centrarse en el papel opresivo que puede llegar a ejercer la opinión pública de la sociedad en general, en el párrafo final de su obra les dirige también a aquellos su severa advertencia al afirmar, conmovido:

“El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que lo componen (…) un Estado que empequeñece a sus hombres para convertirlos en instrumentos más dóciles en sus manos, aunque sea para propósitos beneficiosos, comprenderá que con hombres pequeños no puede lograrse realmente nada grande y que la perfección de la maquinaria a la que ha sacrificado todo, al final no le reportará nada, por la falta del poder vital que ha preferido proscribir para que la máquina pueda funcionar más eficientemente.”

Referencias

Macleod, Christopher, “John Stuart Mill”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (edición de verano de 2020), Edward N. Zalta (ed.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/sum2020/entries/mill />.

Mill, J. S. (2014). Sobre la libertad. Madrid: Akal.


Cornejo Amoretti, L. “John Stuart Mill y la cuestión sobre el paternalismo” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/02/Dialnet-JohnStuartMillYLaCuestionSobreElPaternalismo-6754557.pdf

Carbonell, M. “Volviendo a leer a John Stuart Mill” https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-comparado/article/view/4051/5192

Mill, J. S. Sobre la libertad https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/02/Mill-John-Stuart-Sobre-la-libertad-2014-Akal.pdf

Mill, J.S. El utilitarismo https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/02/John_Stuart_Mill_El_utilitarismo_pdf.pdf

Mapa conceptual: Sobre la libertad https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/02/Mapa-conceptual-J.S.-MIll-Sobre-la-libertad-1.pdf


https://youtu.be/-QN-ZFV2Tl4

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