En esta entrada sobre el discurso de Zaratustra titulado “De las tres transformaciones”, abordamos este texto como parte central de la que es -dicho por él mismo- la obra más importante de Friedrich Nietzsche: Así habló Zaratustra.
Nietzsche presenta su personaje central, el profeta Zaratustra, ya en el “Prólogo”, en el que lo muestra bajando de la montaña a la que subió diez años antes a reflexionar, y de la que desciende ahora para difundir entre los hombres la sabiduría conquistada. Pero el Prólogo nos deja saber, también, que su mensaje fue inicialmente incomprendido por sus oyentes, por lo que este primer acercamiento a los hombres lo deja decepcionado.
Biografía de Nietzsche https://www.webdianoia.com/contemporanea/nietzsche/nietzsche_bio.htm
Sin embargo, Zaratustra no se rinde tan fácil, y un segundo momento central en el libro es éste, el de su “Primer discurso”, en el que Nietzsche pone en boca del profeta el relato de la evolución del espíritu humano en tres figuras: el “camello”, el “león” y el “niño”, a las que, agregará como antagonista la del “gran dragón”.
En este sentido, no ha dejado de causar fascinación a través del tiempo la gran capacidad metafórica de Nietzsche en una obra hoy considerada filosófica que, sin embargo, no se expresa tanto a través de conceptos como de impactantes imágenes visuales. Pero, ¿qué ha querido decir Nietzsche con toda esa simbología? ¿Por qué recurre a dos animales, un personaje fantástico y un ser humano que recién comienza a vivir? Eso es lo que intentaremos desvelar aquí, a la vez que desarrollamos las verdaderas implicancias del texto, a partir de las pistas que el propio Nietzsche nos ha ido dejando.
El Camello y el nihilismo como “decadencia vital”
Vamos ahora directamente al relato. Dice Zaratustra: “Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.”
El profeta comienza, así, hablando del camello, diciéndonos que bajo esta forma el espíritu es capaz de soportar muchas cosas pesadas porque en él “habita la veneración”. Esto significa para Nietzsche que esta forma del espíritu está marcada por la reverencia y la sumisión a aquello que se considera sagrado o supremamente valioso, es decir, el peso agobiante de las cargas morales heredadas.
Parodiando el estilo de las Bienaventuranzas del “Sermón de la Montaña” de Jesús, del cual pretende ser la contracara, Nietzsche dice con ironía lo que acepta el camello: “demandar las cosas más pesadas de todas”, “humillarse a sí mismo para dañar la propia soberbia”, “burlarse de su propia sabiduría”, “apartarse de sus causas justo cuando parece alcanzar la victoria”, “si está enfermo, apartarse de quienes pueden consolarlo”, “hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que quiere”, “amar a quienes lo desprecian…”

En suma, con esto está haciendo alusión nada menos que al ideal cristiano que, desde sus orígenes, ha impregnado la cultura occidental especialmente a través de una moralidad que eleva la sumisión y la humildad a condiciones de virtud suprema. Más aún, para Nietzsche el cristiano es llamado a negar sus deseos y a minimizar su propia voluntad en favor de un orden moral que premia la veneración y la obediencia.
Sin embargo, piensa él, esa sumisión no es más que una estrategia para canalizar el resentimiento de los débiles frente a los fuertes, haciendo “de necesidad virtud” al proponer como más valioso al que sufre, al que llora… Por eso cierra contundente este pasaje diciendo: “Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.”
Nietzsche está introduciendo aquí, veladamente, su concepto de nihilismo (del latín “nihil”, nada). Es decir, aquella actitud vital y filosófica que niega todo valor a la existencia, o que la hace girar alrededor de algo inexistente. Y en este caso, se está aludiendo a una primera forma de nihilismo, como “decadencia vital”, en el sentido de que toda cultura, que cree en la existencia de una realidad absoluta, en la que se sitúan los valores supuestamente objetivos de la “Verdad” y el “Bien”, es, para él una cultura nihilista.
Por eso, en rigor, Nietzsche encuentra las raíces de esta actitud ya en la doctrina de los dos mundos de Platón, es decir, la postulación de un mundo ideal, trascendente, que, en cuanto “mundo verdadero”, estaría por encima del mundo sensible, considerado como “mundo aparente”. Sin embargo, para Nietzsche, justamente, el mundo suprasensible, en tanto ideal, se muestra inaccesible, y tal inaccesibilidad significa una firme razón para ponerlo en cuestión.

Por lo tanto, esta manera griega de ver el mundo, es ya interpretada por Nietzsche como un síntoma de decadencia. Es decadente todo aquello que se opone a todos los valores del existir concreto, instintivo y biológico del hombre. También el cristianismo es, a su juicio, ajeno a la realidad. El alma, el espíritu y sus efectos, es decir, gracia, pecado, castigo, redención, perdón de los pecados, son, para Nietzsche, fenómenos puramente imaginarios. Considera también que el cristianismo opera con una psicología imaginaria al aludir a arrepentimiento, remordimiento de conciencia, etc.; y que la teología por la que se rige presenta el mismo defecto, ya que habla de juicio final, de la vida eterna, del reino de los cielos...
El camello representa, así, toda esta actitud, ya que concentra esta realidad absoluta en la figura de Dios y el “más allá”, por oposición al mundo de las cosas naturales; así que resulta nihilista dado que dirige toda su pasión y esperanzas a algo situado en un trasmundo, despreciando de forma indirecta la única realidad existente, la realidad captada por los sentidos, la realidad de la vida.

Sin embargo, esta fase del camello no significa para Nietzsche un estado de desesperanza o apatía total; es, más bien, un proceso preparatorio. El camello es un animal que posee cierta grandeza por su capacidad de soportar cargas, y eso es lo que posibilitará la siguiente transformación: la del camello en león.
El León y el “nihilismo activo”
Dice Zaratustra: “Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto.”
El león representa, entonces, la afirmación de la propia autonomía; ya no acepta la obediencia ciega ni el sometimiento, sino que quiere imponer su propia voluntad. Expresa la valentía y determinación necesarias para liberarse de las ataduras impuestas por la tradición. Pero, justamente por eso, es aquí donde Nietzsche introduce la figura fantástica de “el gran dragón”.

El gran dragón representa nada menos que el “Tú debes”, ahora externalizado, y no ya cargado interiormente como un peso. Se trata de una voz que se impone desde fuera, autoritaria y amenazante, que encarna todas las órdenes, prohibiciones y obligaciones heredadas. Al enfrentar al gran dragón, el león está intentando desmantelar lo que Nietzsche denomina la “moral de esclavos” que impregna el cristianismo.
Por lo tanto, el león es la figura de un espíritu que ha evolucionado y le hace frente a esa tradición al decir “yo quiero”. Sin embargo, la lucha no es fácil y Zaratustra continúa narrando: “«Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!».”
Por otra parte, con la expresión “Tú debes”, Nietzsche hace también una crítica velada a Kant, dado que, aun cuando Kant formula su imperativo categórico desde la razón -ordenando que actuemos solo según máximas que podamos querer que se conviertan en leyes universales-, para Nietzsche, el sistema moral kantiano comparte, en esencia, la misma tendencia represiva de origen cristiano. En efecto, para Nietzsche, el imperativo categórico es “peligroso para la vida” y Kant es el “autómata del deber”, en el que la obediencia absoluta, el sacrificio y la abnegación son virtudes y confieren distinción.

Nietzsche aclara entonces que valores milenarios brillan en esas escamas, Pero, ¿de qué valores se está hablando aquí? De aquellos como obediencia incondicional, autosacrificio, ascetismo, sentimiento de culpa, penitencia, compasión excesiva, renuncia a la propia individualidad, inhibición de los instintos vitales… El gran dragón se jacta de representar estos valores y le hace frente a cualquier rebelión, por eso dice: «Todos los valores de las cosas – brillan en mí». «Todos los valores han sido ya creados, y yo soy – todos los valores creados.¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún “Yo quiero”!».
Esta escena es, así, la representación gráfica de lo que se ha denominado el “nihilismo activo” por parte del león, en el sentido de que éste se propone activamente la destrucción completa de todos esos valores vigentes. Sin embargo, la libertad del león es todavía una “libertad de”, en relación a esa opresión, pero no es todavía una “libertad para”, es decir, para proponer nuevos valores.
Es importante notar que el león representa solo una fase transitoria. No es capaz de crear nuevos valores por sí mismo. Por eso el nihilismo activo que expresa es necesario pero insuficiente: solo puede crearse libertad para un nuevo crear, y decirle “no” al deber de una vez por todas.
El Niño y la “superación del nihilismo”
Es entonces cuando, finalmente, Zaratustra introduce la figura del niño:

Esta inocencia es, para Nietzsche, la pureza de espíritu que habilita un nuevo comienzo, libre de los prejuicios y las limitaciones del pasado. Además, el niño encarna el juego y la espontaneidad, lo que indica autonomía y un flujo natural de creatividad. Al decir que es un “santo decir sí”, destaca la afirmación plena de la vida tal como es, abrazando con frescura todas sus posibilidades. Recordemos aquí que, ya en su juventud, Nietzsche había hablado del niño en su Segunda intempestiva, sobre la historia, en la que resalta la capacidad del niño de vivir en el presente, lo que le permite ser feliz e intentar continuamente su propia reinvención.
Dice entonces: “Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.”
Por lo tanto, para Nietzsche, con esta última transformación se supera la crisis nihilista: en lugar de abrazar valores situados en un más allá debilitante -como ocurre con la actitud del camello y su “nihilismo decadente”- o simplemente destruir esas viejas tablas de valores -como ocurre con el “nihilismo activo” del león-, el niño se ocupará de llenar el vacío que ha quedado tras esa rebelión al transformarlo en espacio fértil para la creación.

Por eso Nietzsche habla de un “santo decir sí” del niño. Con ello alude a es la capacidad de afirmar la vida en su totalidad sin necesidad de justificaciones morales o metafísicas, creando valores desde la inocencia y la plenitud, no desde la reacción o el resentimiento. Con evidente intención paradójica dice Nietzsche que esta afirmación es “santa” porque consagra la vida misma como valor supremo, sin referencia a un más allá o a ideales trascendentes.
El “nihilismo pasivo” del “último hombre”
Sin embrago, Nietzsche tiene muy claro aquí que hay otro enemigo a combatir: el “nihilismo pasivo”. Es decir, que al perderse la fe en aquel sistema de pensamiento soportado por el camello, -situación que Nietzsche ya ha diagnosticado con su concepto de la “muerte de Dios”- se produzca el desmoronamiento de los antiguos valores antes de que seamos capaces de generar los nuevos.
Es que, a diferencia del nihilismo activo del león, que al menos conserva la fuerza para destruir y preparar el terreno para nuevas creaciones, el nihilismo pasivo del último hombre es una condición de agotamiento que Nietzsche ve como la forma más peligrosa de nihilismo. Es peligrosa precisamente porque su aparente confort y satisfacción pueden hacer que esta condición sea atractiva y perdurable, bloqueando el camino hacia el Übermensch (superhombre) y la transvaloración de los valores.
Sin embargo, por otro lado, las consecuencias existenciales más graves de este tipo de nihilismo pueden incluir: depresión profunda, ya que al perderse los marcos de referencia trascendentes que otorgaban sentido muchos individuos pueden caer en estados de desánimo existencial donde nada parece tener valor o propósito; angustia existencial, dado que la libertad vertiginosa que surge tras la pérdida de valores absolutos puede generar una ansiedad paralizante ante la responsabilidad de crear sentido; desesperación y suicidio, precisamente porque ellas son formas de respuesta posible al absurdo existencial; también conductas autodestructivas como adicciones o indiferencia radical hacia el propio bienestar.

En suma, Nietzsche es plenamente consciente de estos peligros. De hecho, su preocupación por el nihilismo surge precisamente porque reconoce las consecuencias potencialmente devastadoras de la pérdida de valores trascendentes. Sin embargo, para él, tanto el conformismo del último hombre como la desesperación suicida representan respuestas inadecuadas al nihilismo.
Y es ése, precisamente, el estado de cosas que Nietzsche denuncia en el Prólogo. Es el estado del “último hombre”, al que él contrapone nada menos que la figura de la figura del Übermensch, superhombre, ultrahombre… Irónicamente, entonces, algo que nos suena tan poderoso y superador, Nietzsche lo vuelve a presentar aquí bajo la figura de un niño que no ha perdido la capacidad de jugar…
Así, nuevamente con intención paradójica, nos dice que el superhombre es el filósofo-niño que ha alcanzado la madurez, porque “ha reencontrado la seriedad que el niño tenía al jugar”. Dicho de otro modo, la vida es para él un experimento continuo: el superhombre, como el niño, es el filósofo-artista que hace de sí mismo una obra de arte. Es el pintor que utiliza todo el espectro de colores de lo humano…
¿Y cuáles serían esos “colores”? Amor fati (o amor al destino), es decir, la aceptación plena de la vida tal como es; exaltación de la irrepetible individualidad; autocreación; espíritu lúdico y creativo; responsabilidad existencial, es decir, dar sentido a la propia vida sin depender de certezas externas, estética como forma de vida, que no es solo una manifestación de lo bello, sino un medio para transformar y revalorizar la existencia. Finalmente, la capacidad de defender el sentido de la tierra, es decir, afirmar y proteger la vida tal como se vive en el aquí y ahora, valorando lo físico, lo concreto, lo natural.
Zaratustra, un seductor para los “espíritus libres”
Por lo tanto, es evidente la conexión que Nietzsche establece entre el “Prólogo de Zaratustra” y este discurso “De las tres transformaciones”. Ambos textos, juntos, forman una continuidad narrativa y filosófica que, para muchos, refleja nada menos que el núcleo mismo de la filosofía nietzscheana. Como Nietzsche dirá más adelante, en el Prólogo de su autobiografía Ecce homo:
Y en otro pasaje del libro recuerda el contexto de su gestación:

Por lo tanto, que ese mensaje llegue y sea seguido por los “espíritus libres” es su mayor expectativa. Como adelantaba ya en La gaya ciencia, fr. 343, titulado “Lo que conlleva nuestra alegría”, dirigiéndose a esos espíritus:
Referencias
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Nehamas, A. (2002). Nietzsche. La vida como literatura. Madrid: Turner Publicaciones.
Nietzsche, F. (2003). Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Madrid: Alianza Editorial.
(2005). Ecce homo. Madrid: Alianza Editorial.
Sánchez Pascual, A. (2003). “Introducción”, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Madrid: Alianza Editorial.
Villamor Iglesias, A. (2019). “Nietzsche y Así habló Zaratustra”. Análisis, 51(95), 465-488.
Nietzsche, F. Así habló Zaratustra https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2025/02/asi-hablo-zaratustra-8420633194_compress-1.pdf
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Villamor Iglesias, A. “Nietzsche y Así habló Zaratustra” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2025/02/Villamor-Iglesias-A.-Nietzsche-y-Asi-hablo-Zaratustra.pdf