En esta entrada sobre Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, intentamos indagar de qué modo la vida y la obra del filósofo se entrelazan muy particularmente en este período, respondiendo a dos preguntas fundamentales sobre el libro: ¿por qué lo escribió? y ¿para qué lo escribió? Exploramos para ello tanto las motivaciones personales del autor como su crítica a la cultura de su tiempo a fin de comprender las razones que lo llevaron a escribir una de las obras más revolucionarias de la filosofía contemporánea.
Biografía de Nietzsche https://www.biografiasyvidas.com/biografia/n/nietzsche.htm
Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie.
Es éste un título provocador que, en sí mismo, plantea un desafío: ¿se trata de un mensaje universal, un enigma reservado para unos pocos, o incluso solo para el propio Nietzsche? Por ello, nuestra intención aquí es, ante todo, intentar comprender, comenzando con dos interrogantes concretos: ¿cuales fueron las causas que lo llevaron a volcar su alma entera en él? Y, ¿para qué lo escribió? Esto es, ¿cuáles fueron sus objetivos desde el momento en que concibió la idea? Por lo tanto, cada una de estas preguntas es abordada desde dos perspectivas: la personal, y la cultural.
Escrito en cuatro partes entre 1883 y 1885, Así habló Zaratustra no fue publicado en su versión completa hasta 1892, cuando Nietzsche ya había perdido la lucidez, tras la crisis nerviosa que sufrió en Turín, al intentar proteger a un caballo de los golpes del cochero, un episodio del que nunca se recuperó. Sin embargo, poco antes de su colapso, dejó una declaración reveladora:
“El salvador de mi vida se llama Zaratustra, mi hijo Zaratustra.”
Teniendo en cuenta estas palabras, podemos anticipar que, además de las razones culturales que impulsaron su exaltada creatividad, también hubo motivos profundamente personales que lo llevaron a emprender esta monumental tarea filosófica y literaria.
La respuesta al “porqué” personal
En efecto, durante los años en que escribió Así habló Zaratustra, Nietzsche atravesaba un período de intenso sufrimiento físico y emocional. Además de sus conocidos problemas de salud -graves trastornos en la vista, problemas estomacales y un severo insomnio-, estaba profundamente afectado por su fallida relación con la joven escritora y filósofa Lou Salomé, a quien había conocido en Roma en 1882. Nietzsche llegó a proponerle matrimonio en dos ocasiones, siendo rechazado en ambas. A pesar de ello, albergaba la esperanza de formar, junto a ella y su amigo Paul Rée, una “comunidad filosófica” dedicada a la lectura, la reflexión y la creación literaria.

Sin embargo, esta propuesta tampoco se concretó. Una célebre fotografía, tomada en Lucerna, Suiza, en mayo de 1882, muestra a Lou Salomé en actitud dominante, sosteniendo un látigo, mientras Nietzsche y Paul Rée están atados a un pequeño carro con cuerdas. La imagen, cuidadosamente orquestada por Nietzsche, simboliza la compleja dinámica y tensión entre los tres durante aquellos intensos días de colaboración y debate.
No obstante, tras varias semanas juntos en Leipzig, en el otoño de 1882 Salomé y Rée se alejaron definitivamente de Nietzsche y partieron sin planes de reencuentro, lo que marcó el fin de la convivencia. Sumido entonces en una profunda y dolorosa decepción, Nietzsche buscó en la creatividad filosófica una vía de escape, volcándose en su mayor proyecto: Así habló Zaratustra.
La respuesta al “porqué” cultural
El profeta Zaratustra, protagonista de la obra, toma su nombre de un misterioso personaje persa, conocido como Zoroastro, que fue el fundador del zoroastrismo. Esta antigua religión, que influiría decisivamente en el islam y en el judeocristianismo, posutulaba que el motor del mundo es la lucha entre el Bien y el Mal. De modo que, para Nietzsche, el zoroastrismo inaugura, “el error más fatal de todos”, es decir, convertir la moral en un principio metafísico.
En otras palabras, Zoroastro instituyó la idea de que los conceptos de “bien” y “mal” no surgen únicamente de la dinámica vital y de las diferencias de poder entre los seres humanos, sino que se constituyen en principios inmutables y universales que, al quedar fijados en el ámbito trascendente, se oponen a la vida en tanto ésta es cambiante y creativa. Es justamente para enmendar esta doctrina que Nietzsche crea el excéntrico profeta Zaratustra, un antagonista del original al que bautiza con el mismo nombre.

Por otra parte, en este momento, Nietzsche está convencido de que la sociedad occidental se encuentra en una encrucijada, donde este tipo de valores tradicionales ya no ofrecen un sentido pleno a la vida. Para él, la división tradicional entre un “mundo verdadero” -ideal o trascendente- y el “mundo sensible” -perceptible, material- , promovida por Platón y reforzada por el cristianismo, ha desacreditado la realidad inmediata y natural, la única que, en definitiva, cuenta.
Por otra parte, para él la moral cristiana, a la que llama “moral de esclavos”, exalta la sumisión, la humildad y la compasión, en detrimento de la fortaleza, la creatividad y el impulso vital. Por lo que Nietzsche interpreta que se trata de una moralidad nacida del resentimiento de quienes son conscientes de su propia debilidad frente a los fuertes, lo que termina por inhibir el desarrollo individual y, en última instancia, el de toda la sociedad.

De este modo, el Zaratustra nietzscheano es un personaje literario en el que el filósofo cristaliza la necesidad de dejar atrás todas aquellas ideas que merman la fuerza vital. Nietzsche intentará borrar, así, cualquier resto de “intoxicación metafísica” que había sufrido tras nutrirse durante años de las obras de Wagner y Schopenhauer. Por lo que este combate, que se extenderá durante el resto de su vida, encontrará en los discursos de Zaratustra su expresión más completa.
La respuesta al “para qué” personal
Si volvemos ahora al nivel personal, vemos un Nietzsche que, tras la pérdida de ilusión acerca de la posibilidad de concretar su comunidad filosófica con Lou Salomé y Paul Rée, queda sumido en una profunda decepción y sufrimiento. Nietzsche comprende entonces que, para seguir viviendo, debe transformar todos esos nefastos sentimientos en una fuerza verdaderamente vital y creadora. En una carta a su amigo Overbeck llegó a afirmar que, si no lograba la “maravilla alquimista” de convertir también en oro “toda esa basura”, estaba perdido. Es en este sentido que Así habló Zaratustra fue, a la vez, su “hijo” y el “salvador de su vida”, ya que la elaboración de esta obra le otorgó una estimulante expectativa creativa.
En efecto, como es sabido, la alquimia, era una antigua práctica y corriente de pensamiento que combinaba elementos de química elemental, metalurgia, filosofía, medicina y espiritualidad. Presente en diversas culturas, como la egipcia, griega, islámica y, posteriormente, en la Europa medieval, la alquimia se enfocaba en la “transmutación de los metales”, es decir, en el intento de convertir metales comunes en oro, así como en la búsqueda del “elixir de la vida”, una sustancia que prometía la inmortalidad.

Por otra parte, más allá de sus objetivos materiales, la alquimia también solía entenderse como un camino de transformación interior. Para muchos alquimistas, el proceso de purificar y transformar la materia externa era paralelo a la purificación del alma, simbolizando el perfeccionamiento personal y espiritual. Así que Nietzsche puso todas sus expectativas en que la elaboración de esta obra le otorgaría una nueva meta intelectual, contribuyendo a la transformación de su dolor en algo significativo.
La respuesta al “para qué” cultural
En este nivel, entonces, las similitudes son notables con el para qué personal. Nietzsche escribe su Zaratustra con la intención de ofrecer un giro decisivo a la humanidad. Su obra había pasado ya por dos etapas: una considerada habitualmente como romántica (1870–1876), centrada en la exaltación de la estética, el mito y la pasión propios del Romanticismo -particularmente con El nacimiento de la tragedia, de 1872-, y una positivista (1878–1882), en la que adopta un enfoque más crítico, racional y “científico” -como en Humano, demasiado humano, de 1878, Aurora, de 1881 y La gaya ciencia, de 1882-. Pero ahora, con Así habló Zaratustra, inicia un período constructivo o propositivo entre 1883 y 1887, en el que ya no solo critica los valores existentes, sino que comienza a ofrecer al mundo un pensamiento propio.
Algunos estudiosos distinguen, a partir de aquí, un cuarto período tardío, crítico o destructivo (1886–1889), mientras que otros consideran que se trata solo de una continuación del anterior, en el que Nietzsche profundiza en la crítica radical a los valores tradicionales, muchas veces en forma aforística y polémica como en Más allá del bien y del mal, de 1886, La genealogía de la moral, de 1887, y El crepúsculo de los ídolos, de 1888. Lo cierto es que hay consenso en que Así habló Zaratustra inaugura la fase fundamental de la filosofía nietzscheana dado que en esta obra su protagonista encarna la reinvención de los valores a través de cuatro grandes ideas centrales:
- El “superhombre”
- La “muerte de Dios”
- La “voluntad de poder”
- El “eterno retorno de lo mismo”
El “superhombre”
Ya desde el Prólogo, Zaratustra introduce la figura del Übermensch (“superhombre” o “ultrahombre”), destacando que el ser humano actual no es el fin último de la evolución, sino una fase transitoria que debe superarse. Nietzsche lo compara con el mono: así como el hombre evolucionó con respecto a éste, el superhombre debe representar la superación del “último hombre”, aquel que ha perdido su potencia creadora y se conforma con una existencia vacía y sin propósito.

Si bien Nietzsche conocía la teoría darwiniana y los debates intelectuales sobre la evolución, no aceptaba una explicación puramente biológica basada en la selección natural. Para él, la evolución debía incluir una dimensión cultural y espiritual. De este modo, el “último hombre” simboliza el nihilismo pasivo: alguien que ya no cree en nada, que no aspira a nada y cuya vida se reduce a una existencia conformista y sin pasión.
En definitiva, para Nietzsche, este último hombre somos nosotros, los modernos, consumidos por una existencia que, en el fondo, solo quiere sobrevivir con el menor conflicto posible. Como alternativa, propone el superhombre, presentado como el “sentido de la tierra”, un llamado a vivir plenamente lo real y material, reconociendo la vida tal como se presenta, en lugar de buscar una redención en mundos inalcanzables.
Es que, tradicionalmente, la concepción dualista del ser humano ha provocado que los filósofos hayan menospreciado el cuerpo frente a la mente, ya que las realidades tangibles que captamos con los sentidos parecen ser de menor calidad y “pureza ontológica” que las realidades intangibles que nos llegan a través del intelecto. Y esta diferente valoración cognoscitiva tuvo un correlato moral. Los apetitos corporales y las “bajas pasiones” fueron considerados despreciables en tanto que fuente de error y pecado, y por el contrario, el espíritu, el alma o el intelecto fueron vistos siempre como motivo de elevación y virtud.
A partir de este momento, entonces, Nietzsche tratará de abordar el problema de la vida de forma inmanente, es decir, sin recurrir a principios trascendentes, a nada que esté “por encima” de ella misma. Todos sus esfuerzos se dirigirán a construir un pensamiento que sea capaz de afirmar la vida, esta vida, de forma absoluta.
La “muerte de Dios”
Esta idea, presente ya en La gaya ciencia, reaparece en Así habló Zaratustra como un elemento central de la transformación cultural que Nietzsche propone. Si bien el concepto de la “muerte de Dios” incluye la conciencia del creciente ateísmo de la sociedad moderna, no se trata solo de eso. Es, además, una metáfora del colapso de los valores absolutos que Occidente ha sostenido desde Platón. Nietzsche denuncia aquí que estos valores han estado anclados en un trasmundo intangible, alejando al ser humano de su vínculo con la tierra.
En cualquier caso, la afirmación “Dios ha muerto” es, seguramente, el lema más reconocible de la filosofía nietzscheana debido a que, efectivamente, durante el siglo XIX el avance de las cosmovisiones cuestionadoras de la religión -como el darwinismo o el socialismo-, provocó una pérdida creciente de fe en todas las capas de la sociedad. Pero Dios simboliza ahora, para Nietzsche, además, toda la metafísica occidental, basada en un desdoblamiento de la realidad: el “más acá” terrenal, se desdobla en un “más allá” celestial.

Como es sabido, el origen de esta duplicación está Platón, y de ahí pasa a la teología cristiana, que Nietzsche interpretará luego como un “platonismo para el pueblo”. De modo que la escena del Prólogo, en la que un viejo ermitaño afirma que aún cree en Dios, pretende ilustrar la resistencia cultural a esta transformación; representa la inercia de las antiguas creencias metafísicas, morales y religiosas que Nietzsche quiere combatir.
En este sentido, Así habló Zaratustra se concibe como la antítesis de la Biblia. Nietzsche, profundamente familiarizado con la traducción luterana del “Libro de los libros”, imita deliberadamente su vocabulario y estructura sintáctica. Un ejemplo simbólico es que Zaratustra tiene 30 años cuando sube a la montaña, la misma edad en la que Jesús inicia su predicación. Nietzsche construye a Zaratustra, entonces, como una antifigura de Jesús, un profeta que no predica la salvación en el “otro mundo”, sino una afirmación radical de la vida aquí y ahora.
La “voluntad de poder”
Aunque esta idea no se expone de forma explícita en Así habló Zaratustra, impregna la obra como el impulso fundamental que anima, no solo toda vida, sino incluso al mundo inorgánico, ya que Nietzsche no ve una división tajante entre los diversos niveles de la realidad. Lo cierto es que, en el caso del ser humano, tras la “muerte de Dios”, el lenguaje, según Nietzsche, ya no debe servir para nombrar a los dioses, sino para expresar las posibilidades humanas.

Lo primero que hay que aclarar aquí es que el concepto de voluntad de poder no alude a una facultad vinculada al ámbito psicológico. Más bien se define como una tendencia al incremento y al desarrollo, a una “lucha por ser más y mejor”. Así, tampoco se trata únicamente de una “voluntad de vivir”, como la “Voluntad” de Schopenhauer, ni de un mero instinto de conservación o supervivencia, sino que Nietzsche piensa que en todos los seres late el impulso por crecer y expandirse.
Lo mismo ocurre con el otro término de la expresión, es decir, “poder”, dado que Nietzsche rompe con el significado habitual. La voluntad de poder no es, entonces, una “voluntad de dominio”, sino que, para él, los seres vivos buscan afirmarse a sí mismos, “descargar su fuerza”, expresar su diferencia individual. Su poder es el de autotrascenderse, de llegar en cada instante a las últimas consecuencias.
Por eso algunos traductores han preferido la palabra “potencia” o “poderío”, ya que esos vocablos expresan mejor el sentido que Nietzsche le quiso dar, y dificultan que la voluntad de poder sea interpretada exclusivamente como un anhelo de dominación, como ocurre con las lecturas superficiales, que ven en ello una impronta nazi o militarista.
El “eterno retorno de lo mismo”
Durante la estancia veraniega de 1881 en Sils -Maria, Nietzsche tiene una auténtica revelación. Un pensamiento que le permite romper con la oposición entre el “devenir” en el que consiste el universo y el “ser”, y que, además, proporciona un significado inmanente a la vida: el “eterno retorno de lo mismo”, la doctrina fundamental de Zaratustra.
Nietzsche propone la idea del eterno retorno como un experimento mental: una invitación a vivir de tal modo que, si tuviéramos que repetir eternamente cada instante de nuestra vida, nos sintiéramos satisfechos con ello. Es, por tanto, una crítica a la tendencia a vivir en espera de un futuro ideal, proponiendo en cambio que cada experiencia, por buena o mala que sea, si proviene de una vida auténtica, sea afirmada y valorada plenamente, como parte integral de la existencia.
El eterno retorno no es, así, una teoría, un conjunto coherente y acabado de proposiciones. Nietzsche se propone transmitir un conocimiento abstracto a través de imágenes y no de conceptos. Y piensa el tiempo circularmente, en una versión radicalizada de ciertos mitos arcaicos presentes en culturas como la egipcia, la presocrática, la india, entre otras.
Esta concepción circular contradice nuestra noción intuitiva, ya que el tiempo nos parece un proceso lineal irreversible. Pero Zaratustra quiere que rompamos con la experiencia elemental de lo que para nosotros significa vivir. Quiere que concibamos nuestra vida como un bucle perpetuo en que las vivencias transitadas se van a proyectar innumerables veces más. No es de extrañar, entonces, que Nietzsche considerara que este era su “pensamiento más abismal”.

Sin embargo, una hipótesis como la del eterno retorno tiene la intención de apartarnos de nuestras certezas para impulsar un tipo específico de existencia humana. Por eso ha llegado a afirmarse que toda la filosofía de Nietzsche es en el fondo una ética, es decir un conjunto de reflexiones que tiene como objetivo último el promover un determinado ethos, una manera de estar en el mundo, con cierta actitud vital afirmativa.
Se trata, en definitiva, de la noción nietzscheana de amor fati o amor al destino, es decir, querer que todo sea tal como es. Por eso, al entender al tiempo como una “serpiente que se muerde la cola”, Zaratustra nos muestra que también es posible “querer hacia atrás” y decir “así lo quise yo!” y, más aún: “así lo querré!”
Conclusión
Entonces, ¿qué respondimos a los “porqué”? Que tanto a nivel personal como social, se hizo evidente la urgencia de un cambio, de una evolución, de una superación de las viejas estructuras personales o sociales que, inertes, ya no respondían a las exigencias de la vida. En ambos casos, era imprescindible romper con la inercia del pasado y liberar el potencial creativo frente a actitudes que negaban la vitalidad.
¿Y qué respuestas encontramos a los “para qué” que impulsaron su pensamiento? Descubrimos que, en ambos casos, se trataba de animar a dar un salto hacia lo nuevo, de emprender una verdadera transmutación, como el alquimista que convierte lo vulgar y decadente en oro. Nietzsche se aboca a transformar las limitaciones y debilidades – tanto las suyas como las culturales- en la materia prima de una vida renovada, por lo que su propuesta es, en última instancia, un llamado a una reinvención, que afirme la existencia y celebre la riqueza y complejidad de lo humano.
Tal vez por eso, consciente de la profundidad de su obra y de la fuerza del mensaje que intentaba hacer llegar al mundo, Nietzsche escribirá más adelante en su autobiografía Ecce Homo:
“Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad, los pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo.”
Referencias
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