En esta entrada sobre Max Weber y su compleja noción de “racionalidad” analizaremos de qué modo su extensa investigación trascendió por completo el estudio de la, así llamada, “racionalidad occidental”, caracterizada por el pensamiento de tipo “instrumental”. Es cierto que un aspecto fundamental de la obra de Weber es su preocupación por la temática de la racionalización. Sin embargo, hay que distinguir entre diferentes fases de su pensamiento, y en este sentido es acertado decir que La Ética protestante y el espíritu del capitalismo (publicada en 1904-1905) se centra en la manera en que el espíritu ascético protestante contribuyó con el proceso de racionalización occidental.
No obstante, a partir de 1910, Weber amplía su análisis para abarcar una mirada más universal y comparativa, centrada en la ética económica de las religiones universales. Este enfoque, que hoy conocemos como su “sociología de la religión”, abarca un estudio de diferentes civilizaciones, desde el primer milenio antes de Cristo, no solo en Occidente, sino también en China, India y Palestina. Así, Weber examinó cómo las religiones universales influenciaron la conducta económica a lo largo de milenios, lo que lo llevó a una perspectiva mucho más global que la de sus primeros trabajos.
Contexto histórico
Un breve repaso por el contexto histórico en el que escribe Weber contribuirá a comprender su evolución. Tal contexto se enmarca en el Segundo Reich alemán, que abarcó desde su fundación, en 1871, hasta su colapso tras la Primera Guerra Mundial en 1918. Weber, nacido en 1864 y fallecido en 1920, vivió casi toda su vida activa durante este período. El Segundo Reich representó un hito en la historia alemana, ya que hasta entonces no existía una Alemania unificada. En su lugar, había una colección de reinos, ducados, principados y ciudades libres, todos bajo la influencia de Prusia. La victoria en la guerra franco-prusiana de 1870 permitió que el Kaiser de Prusia, Guillermo I, junto con su canciller, Otto von Bismarck, lideraran el proceso de unificación alemana, que culminó en 1871 con la creación del Imperio Alemán. Este nuevo Estado, el Segundo Reich, jugaría un papel crucial en los debates y tensiones que atravesaron la vida y obra de Weber.
Por lo tanto, a finales del siglo XIX y principios del XX, Alemania vivió una transformación profunda. Pasó de tener una estructura económica y social en muchos aspectos aún feudal, a convertirse en una potencia industrial, económica y militar, comparable a Reino Unido. Sin embargo, a diferencia de Inglaterra, que había experimentado una industrialización gradual a lo largo de siglos, en Alemania estos cambios ocurrieron en apenas dos o tres décadas.
Esto generó una sociedad en constante convulsión, marcada por cambios drásticos que moldearon la Alemania en la que vivió Weber. Estos rápidos procesos sociales trajeron consigo nuevos actores, como un proletariado industrial masivo. El Partido Socialdemócrata Alemán, fundado por Engels, se convirtió en el partido marxista más importante de Europa. A esto se sumaron migraciones internas que alteraron profundamente la composición social de regiones enteras. En este convulsionado contexto, las tradiciones se erosionaban rápidamente, perdiendo su influencia en una sociedad en transformación. De manera que era inevitable que la sensibilidad sociológica de Weber se viera profundamente estimulada a reflexionar sobre todos estos cambios.
“El concepto de racionalidad en la obra de Max Weber”
No obstante, más allá de este contexto que involucraba a su propia nación y al Occidente todo, en el texto que nos sirve de guía, del estudioso y traductor de la obra de Weber, Francisco Gil Villegas, “El concepto de racionalidad en la obra de Max Weber”, este autor nos explica que gran parte de la crítica posterior a la obra de Weber llegaría a afirmar, erróneamente, que ésta había estado condicionada y dirigida exclusivamente por la investigación de una única forma de racionalidad: la “racionalidad occidental”, entendida como ausente en otras culturas.
Así, según esta interpretación, Weber se habría abocado especialmente al proceso histórico de Occidente, cuya última etapa está representada por la instauración del capitalismo moderno, al que según tales analistas Weber habría presentado como el momento cumbre de una evolución lineal del progreso y la racionalidad. Sin embargo, nos advierte este investigador que es ésa una interpretación sesgada del trabajo completo de este sociólogo alemán. Por lo que nos alienta a observar con más detenimiento lo compleja que es su noción de racionalidad. Y para convencernos, nos dice ya desde el comienzo de su artículo, que el verdadero pensamiento de Weber al respecto quedaría expresado desde los años de la segunda edición de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en cuyas notas Weber realiza la sutil apreciación de que:
“Lo que es racional desde un punto de vista puede muy bien ser irracional desde otros.”
A lo que agrega clarificando la idea:
“Una cosa nunca es irracional en sí misma, sino sólo lo es cuando se le considera desde un punto de vista racional particular… si este ensayo hace algún tipo de contribución esperemos que sea el extraer la complejidad del aparentemente simple concepto de lo racional.”
De este modo, una vez establecido que la cuestión no es tan simple y que hay varias posibilidades de “racionalizar” el mundo, es decir, de proyectar en él orden y significado, las investigaciones de Weber a lo largo de su trayectoria nos llevan a encontrar que, en sus escritos sobre Sociología de la religión y en diversos pasaje de Economía y sociedad se encuentran cuatro grandes “tipos ideales”, de racionalidad. Gil Villegas menciona, entonces:
- La racionalidad conceptual o teórica
- La racionalidad instrumental
- La racionalidad formal
- La racionalidad sustantiva
Son éstas formas de racionalidad que Weber estudia actuando sobre las esferas institucionales que le interesan, es decir, la religión, la economía y el derecho.
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La racionalidad conceptual o teórica
Según Weber, esta forma de racionalidad procede a través de la construcción de conceptos cada vez más precisos y abstractos, elaborados por pensadores sistemáticos. Se trata de la necesidad humana natural de obtener una “metafísica”, una cosmovisión, capaz de trascender los hechos cotidianos, otorgándoles un sentido subyacente que les de coherencia. En otras palabras, el “tipo ideal” de la racionalidad conceptual o teórica busca ordenar y dar un sentido a la realidad a través de ideas y, en principio, no pretende controlarla por medio de alguna acción, por lo que su influencia sobre la ella se da solo indirectamente.
Así, ste tipo de racionalidad se da en filosofías y en teorías científicas, y Weber la observa también en el campo de la religión en las teodiceas sistemáticas es decir, en el intento de explicar por qué existe el mal en un mundo creado por un dios supremamente bueno. Este tipo de racionalidad se da, así, no sólo en Occidente, sino también en China, los países islámicos, en el judaísmo y en la India principalmente. Por su parte, en la esfera del derecho este tipo de racionalidad se traduce en la codificación clara y consistente de proposiciones legales, y en la economía Weber la observa en la teoría de los procesos económicos.
La racionalidad instrumental (zweckrationalität)
Es una de las formas de racionalidad que más ha dado que hablar en la literatura sociológica y filosófica de los últimos tiempos. Implica nada menos que la persecución metódica de un determinado fin práctico a través de un cálculo preciso de los medios o instrumentos más adecuados para conseguirlo. Así, en el derecho Weber observa esta racionalidad instrumental toda vez que un juez calificado logra establecer con claridad la culpabilidad o inocencia de un acusado. En la religión la detecta en el recurso a la oración como medio para obtener la meta de la salvación o de un milagro. Pero donde se destaca particularmente es en la esfera de la Economía, en la que esta forma de racionalidad se traduce en el uso de las técnicas más eficientes de producción. En efecto, los empresarios y capitalistas modernos organizan los recursos (trabajo, capital, tecnología) de manera eficiente para maximizar las ganancias económicas. De modo que es cierto, para Weber, que el máximo desarrollo de la racionalidad instrumental se encuentra bajo el moderno capitalismo occidental.
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La racionalidad formal (formale Rationalität)
Es ésta la forma de racionalidad que, junto con la anterior, para Weber, se presenta también en su tipo más puro en el Occidente moderno, ya que consiste en establecimiento de reglas abstractas y universales que no toman en consideración en absoluto a las personas concretas o sus cualidades personales. Las grandes organizaciones, tanto gubernamentales como corporativas, utilizan principios burocráticos para garantizar que los recursos humanos y materiales se empleen de manera eficiente.
Así, la creación de procedimientos estandarizados y la delegación de responsabilidades dentro de una jerarquía, son medios diseñados para alcanzar los fines de la organización. Y si bien en terreno religioso Weber la encuentra en las rutinas monásticas -lo que nos demuestra que el recurso a ella trasciende a la modernidad-, es cierto que en la economía se observa claramente en el cálculo contable del capital, y adquiere su máxima expresión en la burocracia, ya que ésta busca calcular los medios más precisos y eficientes para la resolución de problemas en la sociedad moderna. Por lo que, en el tiempo en que Weber realizaba sus investigaciones le resultó obvio que la combinación de la racionalidad formal con la racionalidad instrumental daba origen a un proceso especial de racionalización que se daba preponderantemente en el Occidente industrial.
En efecto, la burocracia es una forma de organización basada en reglas formales, procedimientos establecidos, y jerarquías de autoridad, que, aunque en teoría, está diseñada para ofrecer una administración eficiente de las grandes organizaciones y sus tomas de decisiones, también puede volverse rígida, lenta y exasperante, llegando a poner el cumplimiento exhaustivo de las “reglas” por encima de la finalidad para la que fue creada.
Es así que varias novelas del escritor checo Franz Kafka -como El proceso o El castillo– son consideradas universalmente como metáforas insuperables acerca de la pesadilla que es para el ser humano sentirse atrapado en sistemas de poder que no puede comprender ni controlar; estructuras impersonales y absurdas que determinan la vida de los individuos con un poder desmedido, enredándolos en situaciones confusas e inútiles, como en laberintos sin salida. No en vano el adjetivo “kafkiano” es utilizado unánimemente para referirse a situaciones o experiencias que sumergen al individuo tales atmósferas de confusión, impotencia y alienación.
Es por eso que lo que Weber realmente sostuvo es que este tipo de racionalidad instrumental-formal es mejor que otros para la aparición del capitalismo moderno, pero que eso no significa atribuirle una superioridad intrínseca en relación a otras formas de racionalidad influyentes en otros aspectos vitales. Y la prueba de esto surge cuando presentamos la cuarta forma de racionalidad, es decir, la “racionalidad sustantiva”.
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Racionalidad sustantiva valorativa o axiológica (Wertrationalität)
En efecto, este tipo ideal de racionalidad se caracteriza por ordenar la acción en patrones y postulados de valor pasados, presentes o potenciales. Es aquella forma de racionalidad que se guía por sistemas de valores o principios éticos, más que por la simple eficiencia o el cumplimiento de normas formales. Así, a diferencia de la racionalidad instrumental (centrada en los medios más efectivos para alcanzar fines concretos) y la racionalidad formal (basada en reglas y procedimientos estandarizados), la racionalidad sustantiva se preocupa por la coherencia de las acciones con valores o ideales específicos, que pueden ser religiosos, éticos, políticos o sociales.
Y en este sentido, el comunismo, el feudalismo, el capitalismo, el hedonismo, el esteticismo, el budismo, el hinduismo, etcétera, son ejemplos de racionalidades sustantivas. Por ejemplo, en el caso del protestantismo ascético estudiado por Weber, el puritano no trabaja ni ahorra simplemente para ser más eficiente o aumentar su riqueza personal (racionalidad instrumental), sino porque cree que estas prácticas son una expresión de su devoción religiosa y una forma de glorificar a Dios, lo cual es una forma de racionalidad sustantiva guiada por principios éticos y espirituales.
De esta forma, dado que estos sistemas de valores pueden ser en principio infinitos, la acción puede ordenarse en patrones o modos de vida completos en un número interminable de posibilidades. Por lo tanto, podemos ver ahora el sentido completo de la afirmación de Weber presentada al comienzo, acerca de que lo “irracional” no es algo fijo o intrínseco del fenómeno que se está observando sino que resulta de la incompatibilidad de una constelación de valores con otra.
Así, por ejemplo, puede haber oposición entre la racionalidad política y la racionalidad económica; o bien, el cálculo del capitalista y los intereses de poder del político pueden resultar igualmente “irracionales” desde el punto de vista de las religiones articuladas en torno a la idea de “salvación” o “hermandad”. Pero también puede darse la situación inversa, es decir, que se vea como irracionales tales expectativas de las religiones. Más aún, en una misma esfera puede haber también oposiciones: el ascetismo calvinista puede ser visto como irracional por el místico budista y, a su vez ambos probablemente sean entendidos como irracionales por el pragmático mandarín chino.
No otra cosa es, en definitiva, de la que habla Weber en su célebre conferencia “La ciencia como vocación”, en la que describe este pluralismo axiológico bajo la forma de un “politeísmo valorativo”, es decir, como si se tratara de la eterna lucha existente entre distintos dioses paganos que no logran nunca imponerse definitivamente sobre los demás. Es debido a este perspectivismo axiológico que no tiene sentido decir, por ejemplo, que la racionalización más precisa y técnica en la economía o en la burocracia occidentales debe ser considerada como más “válida”, o como representando el “verdadero progreso” frente a, por ejemplo, la ética social del hinduismo.
Al respecto Weber escribió en 1920, en su “Introducción” general a la Recopilación de ensayos y Sociología de la religión, que por “racionalismo” y “racionalización”
“… deben entenderse varias cosas muy diferentes, como la siguiente discusión los demostrará repetidamente. Existe, por ejemplo, la racionalización de la contemplación mística, esto es, de una actitud que, vista desde otros departamentos de la vida, es específicamente “irracional”. También existen racionalizaciones de la economía, de la técnica, de las obras científicas, de la educación, de las guerras, del derecho y de la administración. Más aún, cada uno de estos campos puede ser racionalizado en términos de muy diferentes direcciones y puntos de vista, y lo que es racional desde una perspectiva puede ser muy bien irracional desde otra. Por lo tanto, racionalizaciones del carácter más variado han existido en varios departamentos de la vida y en todas las culturas.”
En suma, para Weber la historia es un laberinto de procesos de racionalización que llegan a institucionalizarse en órdenes legítimos dentro de una sociedad. Algunos de estos procesos convergen, otros chocan, otros más se dividen para coincidir en algún momento futuro. Por esa razón, estos distintos procesos no pueden jerarquizarse en un patrón único de evolución.
Es que, para Weber, la racionalidad de la historia no deriva del proceso histórico en sí mismo, sino del patrón de significado creado por el historiador, el cual selecciona y ordena aquellos elementos considerados por él relevantes dentro de su esquema de conocimiento. Por lo mismo, el capitalismo occidental puede ser visto como la etapa más “racional” del proceso histórico sólo a partir de un tipo muy específico y definido de racionalidad, pero también puede ser visto como altamente “irracional” desde otros puntos de vista.
Esto explica por qué Weber llegó a afirmar tanto que la sociedad capitalista era “la última etapa de la racionalidad formal”, como que constituía un irracional “caparazón de acero”, del que el individuo de las sociedades modernas ya no es capaz de escapar, tal como ocurre con los protagonistas de Kafka. Aunque estaba convencido también de lo inconducente de intentar encontrar una alternativa a esta situación a través del modelo socialista, así como tampoco creyó posible hallar alternativas al “desencantamiento del mundo”, típico de Occidente, en otras civilizaciones a las que llegó a estudiar en profundidad.
El aspecto trágico de la modernidad
De este modo, el aspecto más trágico de la modernidad, para Weber, es la imposibilidad de articular una vida colectiva en torno a valores trascendentes, como ocurría en las sociedades premodernas, donde la muerte tenía un sentido vinculado a la eternidad. En la modernidad, la muerte pierde su significado, y con ello, la vida también parece vaciarse de sentido. Así, para Weber, esta pasión moderna por la burocratización es desesperante, y plantea que el socialismo no ofrece una solución a este problema. Al contrario, Weber considera que agravaría la burocratización, ya que en una sociedad donde los medios de producción están socializados, se requiere una burocracia aún más centralizada, organizada y poderosa que en una sociedad capitalista.
Recuperación del historicismo alemán
Recordemos que toda esta reflexión se da en el contexto de la modernización alemana, con su destrucción de viejos valores y formas de vida consolidadas durante siglos, lo que es visto por los ciudadanos como una amenaza para una vida íntegra. De este modo, tal percepción se acerca a la del movimiento historicista alemán de finales del siglo XVIII, surgido en reacción a la Ilustración y las transformaciones provenientes de Francia. En efecto, esta actitud propia del Romanticismo, a través de figuras como Fichte, Schiller, Novalis y Goethe, era en parte reactiva frente al avance de la civilización moderna, caracterizada por el progreso técnico y económico, lo mecánico, lo vulgar; y, por contraste, defendía la cultura, entendida como lo espiritual, lo ético, lo religioso y lo estético.
Así, esta oposición entre “civilización” y “cultura”, reapareció a finales del siglo XIX, aunque desde una nueva perspectiva. Ferdinand Tönnies cristalizó esta tensión en su famosa dicotomía entre “sociedad” y “comunidad”, conceptos que Weber también consideró. Desde este enfoque, mientras que la sociedad se basaba en relaciones impersonales, contractuales y de conveniencia, la comunidad se definía por vínculos orgánicos y trascendentes, guiados por valores.
Sin embargo, los pensadores de finales del siglo XIX, entre los que estaba Weber, también eran conscientes de que el retorno a ese pasado idealizado era imposible. A diferencia de los románticos, quienes veían con recelo el advenimiento de la modernidad, esta generación debió aceptar que el avance de la civilización era inevitable.
Tal vez por eso, una luz de esperanza se abre para Weber cuando deduce del politeísmo valorativo, que el Occidente moderno no tiene por qué tener la última palabra; y que – tal como sostuvieron los románticos un siglo antes- cada cultura tiene sus propios valores y su propia forma de racionalidad, por lo que debemos ser capaces de captar su singularidad histórica, sin pretender asumir la existencia de un patrón único con pretensiones de ser “la Civilización”.
A modo de cierre
Kafka fue, sin dudas, uno de los escritores del siglo XX que mejor capturó el desasosiego de Weber ante el predominio en nuestras sociedades de la racionalidad formal-instrumental. Pero al mismo tiempo, el propio Weber nos condujo también a aceptar que vivir en un mundo de valores plurales y conflictivos no es algo que debamos lamentar. Ya que, por el contrario como antiguos dioses paganos que resisten aún en el exilio, esos valores pueden todavía movilizarnos al optar por algunos de ellos, y defenderlos con convicción -tal como él mismo hizo en su polifacética actividad política y científica- comprometiéndonos como individuos, como profesionales y, por qué no, también, hasta donde sea posible, como comunidad.
Referencias
Gil Villegas, F. (2019). “El concepto de racionalidad en la obra de Max Weber”, Revista Mexicana De Ciencias Políticas y Sociales, 31 (119).
Abellán, J. (2009).“Estudio preliminar”, en Weber, M., La ciencia como profesión. Madrid, Biblioteca Nueva.
Abellán, J. “Estudio preliminar”, Weber, M. La ciencia como profesión https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/10/Estudio_preliminar_a_Max_Weber_La_cienci.pdf
Gil Villegas, F. “El concepto de racionalidad en la obra de Max Weber” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/10/Gil-Villegas-F.pdf
Weber, M. Economía y sociedad https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/10/Weber-Economia-y-sociedad.pdf
Weber, M. El político y el científico https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/10/El-politico-y-el-cientifico.pdf
Weber, M. Ensayos sobre sociología de la religión https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/10/dokumen.pub_ensayos-sobre-sociologia-de-la-religion-vol-1-3161341724-843061236x-8430699635.pdf