La distinción entre “libertad negativa” y “libertad positiva” fue difundida extensamente a partir de la publicación del ensayo del año 1958 “Dos conceptos de libertad” (“Two Concepts of Liberty”), del filósofo e historiador de las ideas Isaiah Berlin. En principio fue una conferencia inaugural impartida en la Universidad de Oxford el 31 de octubre de ese mismo año, pero posteriormente formó parte de una compilación titulada Cuatro ensayos sobre la libertad, de 1969.
Isaiah Berlin (1909-97) fue un filósofo, teórico político, educador y ensayista nacido en Letonia y luego nacionalizado británico. Con su escrito “Dos conceptos de libertad” contribuyó a un verdadero renacimiento de interés por la teoría política, y aún hoy continúa siendo éste uno de los textos más influyentes y ampliamente discutidos en ese campo debido a que tanto admiradores como críticos coinciden en que la distinción de Berlin constituye un punto de partida básico para discusiones sobre el significado y el valor de la libertad política.
Al comienzo de su ensayo el autor señala que en la actualidad – en 1958- se sostienen en el mundo ideas opuestas acerca de cuáles sean los límites que pueden permitirse a la coacción, “pretendiendo contar cada una de estas respuestas con la lealtad de un gran número de hombres”. Por tanto, considera, merece la pena examinar todos los aspectos de esta cuestión.
Avanza, entonces, señalando que el problema central de la política es el problema de la obediencia y de la coacción. Y se plantea preguntas como “¿Por qué debo yo (o cualquiera), obedecer a otra persona?”, “¿Por qué no vivir como quiera?”, “¿Tengo que obedecer?”, “Si no obedezco, ¿puedo ser coaccionado?”, “¿Por quién, hasta qué punto, en nombre de qué y con motivo de qué?”. Y dedica todo el resto de su ensayo a responderse estas cuestiones.
Biogrfía de Isaiah Berlin https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/berlin_isaiah.htm
La idea de libertad “negativa”
Berlin abre un primer apartado en el que comienza con una breve presentación general del tema que abordará. Señala que coaccionar a un hombre es privarle de la libertad; y afirma que casi todos los moralistas que ha habido en la historia de la humanidad han ensalzado la libertad. Pero que, del mismo modo que la felicidad, la bondad, la naturaleza y la realidad, el significado de este término se presta muchas interpretaciones. Propone examinar, entonces, nada más que dos de los sentidos que tiene esta palabra, sentidos que son, sin embargo, fundamentales ya que tienen a sus espaldas una gran parte de la historia de la humanidad, y considera que la van a seguir teniendo.
El primero de estos sentidos que tienen en política las palabras, en inglés, freedom o liberty, que empleará con el mismo significado, lo llamará su sentido “negativo”, y es el que está implicado en la respuesta a la pregunta sobre “cuál es el ámbito en que al sujeto –una persona o un grupo de personas– se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas”.
El segundo sentido, que llamará “positivo”, es el que está implicado en la respuesta a la pregunta de “qué o quién es la causa de control o interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra”. Estas dos cuestiones son claramente diferentes, considera, aunque las soluciones que se den a ellas puedan combinarse.
Berlin continúa con su desarrollo afirmando que normalmente se dice “yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad”. En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que una persona puede actuar sin ser obstaculizada por otras. Por el contrario, no somos libres en la medida en que otros nos impiden hacer lo que podríamos hacer si no nos lo impidieran; y si, a consecuencia de lo que nos hacen otras personas, este ámbito de nuestra actividad se contrae hasta un cierto límite mínimo, puede decirse que estamos “coaccionados” o, incluso, “oprimidos”.
Sin embargo, el término coacción no se aplica a toda forma de incapacidad. Si yo digo que no puedo saltar más de diez metros, señala, o que no puedo leer porque estoy ciego, o que no puedo entender las páginas más oscuras de Hegel, sería una excentricidad decir que, en estos sentidos, estoy oprimido o coaccionado, y mucho menos que sufro de falta de libertad política.
La coacción implica la intervención deliberada de otros seres humanos dentro del ámbito en que yo podría actuar si no intervinieran. Sólo se carece de libertad política si algunos seres humanos le impiden a uno conseguir un fin. La mera incapacidad de conseguir un fin no es falta de libertad política. El criterio de opresión es el papel que yo creo que representan otros hombres en la frustración de mis deseos, lo hagan directa o indirectamente, y con intención de hacerlo o sin ella. Ser libre en este sentido quiere decir que otros no se interpongan en mi actividad. Cuanto más extenso sea el ámbito de esta ausencia de interposición, más amplia es mi libertad.
Esto es lo que querían decir los filósofos políticos ingleses clásicos cuando usaban esta palabra, aclara. No estaban de acuerdo sobre cuál podía o debía ser la extensión del ámbito de esa libertad, pero suponían que, tal como eran las cosas, no podía ser ilimitada, porque si lo fuera, ello llevaría consigo una situación en la que todos los hombres podrían interferirse mutuamente de manera ilimitada, y una clase tal de libertad “natural” conduciría al caos social en el que las mínimas necesidades de los hombres no estarían satisfechas, o si no, las libertades de los débiles serían suprimidas por los fuertes.
Como tales pensadores veían que los fines y actividades de los hombres no se armonizan mutuamente de manera automática, dice, y como valoraban mucho otros fines como la justicia, la felicidad, la cultura, la seguridad o la igualdad en diferentes grados, estaban dispuestos a reducir la libertad en aras de otros valores y, por supuesto, en aras de la libertad misma. Por consiguiente, presuponían que el ámbito de las acciones libres de los hombres debe ser limitado por la ley.
Sin embargo, aun así, filósofos como Locke y Mill, en Inglaterra, y Constant y Tocqueville, en Francia, presuponían que debía existir un cierto ámbito mínimo de libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, dado que si tal ámbito se traspasaba, el individuo mismo se encontraría en una situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir, los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados.
De aquí se sigue, afirma este autor, que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública; dónde haya que trazarla es una cuestión a discutir y, desde luego, a regatear. Ocurre Los hombres dependen en gran medida los unos de los otros, y ninguna actividad humana es tan completamente privada como para no obstaculizar nunca, en ningún sentido, la vida de los demás. “La libertad del pez grande es la muerte del pez chico”, suele afirmarse, por lo que la libertad de algunos parece depender de las restricciones de otros.
En este sentido, no faltan quienes han añadido: “Y la libertad de un profesor de Oxford es una cosa muy diferente de la libertad de un campesino egipcio”. Y, en efecto, Berlin reconoce que es verdad que ofrecer derechos políticos y salvaguardias contra la intervención del Estado a hombres que están medio desnudos, mal alimentados, enfermos y que son analfabetos, es reírse de su condición; necesitan ayuda médica y educación antes de que puedan entender qué significa un aumento de su libertad o que puedan hacer uso de ella.
¿Qué es la libertad para aquellos que no pueden usarla?, se pregunta. Sin las condiciones adecuadas para el uso de la libertad, ¿cuál es el valor de ésta? Lo primero es lo primero. Como dijo un escritor radical ruso del siglo XIX, “hay situaciones en las que las botas son superiores a las obras de Shakespeare”; la libertad individual no es la primera necesidad de todo el mundo. El campesino egipcio necesita ropa y medicinas antes que libertad personal.
No obstante, insiste Berlin en que la mínima libertad que tal campesino necesita hoy y la mayor cantidad de ésta que puede que necesite mañana, no es ninguna clase de libertad que le sea peculiar a él, sino que es idéntica a la de todos, incluso a la de los privilegiados.
Pero por otra parte, la libertad no es el único fin del hombre. Y si mi libertad, o la de mi clase o nación, depende de la miseria de un gran número de otros seres humanos, dice, el sistema que promueve esto es injusto e inmoral. A su vez, si yo reduzco o pierdo mi libertad con el fin de aminorar la vergüenza de tal desigualdad, y con ello no aumento materialmente la libertad individual de otros, se produce de manera absoluta una pérdida de libertad.
Sin embargo, sigue siendo verdad, insiste, que a veces hay que reducir la libertad de algunos para asegurar la libertad de otros. Por lo tanto: ¿en base a qué principio debe hacerse esto? Una u otra de estas normas conflictivas entre sí tiene que ceder, por lo menos en la práctica; y no siempre por razones que puedan generalizarse en normas o máximas universales.
De lo que se trata, entonces, es de encontrar un compromiso práctico. Los filósofos que tenían una idea optimista de la naturaleza humana y que creían en la posibilidad de armonizar los intereses humanos, filósofos tales como Locke o Adam Smith y, en algunos aspectos, Mill, creían que la armonía social y el progreso eran compatibles con la reserva de un ámbito amplio de vida privada, al que no había que permitir que lo violase ni el Estado ni ninguna otra autoridad.
Por su parte, Hobbes y los que comulgaban con él, especialmente los pensadores conservadores y reaccionarios, afirma, defendían que si había que evitar que los hombres se destruyesen los unos a los otros e hicieran de la vida social una jungla o una selva, había que instituir mayores salvaguardias para mantenerlos en su sitio. Por tanto, deseaban aumentar el ámbito del poder central y disminuir el del poder del individuo. Pero ambos grupos estaban de acuerdo en que una cierta parte de la vida humana debía quedar independiente de la esfera del control social, y en que invadir este espacio propio, por muy pequeño que fuese, sería despotismo.
¿Cuál debe ser, ese mínimo, entonces?, se pregunta Berlin. Y afirma que esto ha sido, y quizá será siempre tema de discusiones interminables. Pero, sea cual sea el principio con arreglo al cual haya que determinar la extensión de la no-interferencia en nuestra actividad, la libertad, en este sentido, significa “estar libre de”: que no interfieran en mi actividad más allá de un límite, que es cambiable, pero siempre reconocible.
Y recuerda: “La única libertad que merece este nombre es la de realizar nuestro propio bien a nuestra manera”, dijo John Stuart Mill. En su famoso ensayo Sobre la libertad nos dice que, a menos que se deje a los hombres vivir como quieran, “de manera que su vida sólo concierna a ellos mismos”, la civilización no podrá avanzar, la verdad no podrá salir a la luz por faltar una comunicación libre de ideas, y no habrá ninguna oportunidad para la espontaneidad, la originalidad, el genio, la energía mental y el valor moral.
Así, “el deseo de que no se metan con uno y le dejen en paz”, dice Berlin, ha sido el distintivo de una elevada civilización, tanto por parte de los individuos como por parte de las comunidades. Y en este sentido, la idea de la intimidad misma, del ámbito de las relaciones personales como algo sagrado por derecho propio, se deriva de una concepción de la libertad que, a pesar de sus orígenes religiosos, en su estado desarrollado apenas es más antigua que el Renacimiento o la Reforma. Sin embargo, afirma, su decadencia marcaría la muerte de una civilización y de toda una concepción moral.
Por su parte, adelanta aquí que el sentido “positivo” de la libertad que analizará a continuación, sale a relucir, no si intentamos responder a la pregunta “qué soy libre de hacer o ser”, sino si intentamos responder a “por quién estoy gobernando” o “quién tiene que decir lo que yo tengo y lo que no tengo que ser o hacer”. Y, en este sentido, el deseo de ser gobernado por mí mismo puede ser tan profundo como el deseo de un ámbito libre de acción y, quizá, históricamente, más antiguo; pero no es el deseo de la misma cosa, afirma.
En efecto, para Berlin es tan diferente que ha llevado al gran conflicto ideológico que domina nuestro mundo, debido a que esta concepción “positiva” de la libertad –no el estar libre “de algo”, sino el ser libre “para algo”, cuando se entiende como la coacción para llevar una determinada forma prescrita de vida–, es considerada por los defensores de la idea de libertad “negativa” como nada menos que “el disfraz engañoso en pro de una brutal tiranía”.
La idea de libertad “positiva”
El sentido “positivo” de la palabra libertad se deriva, entonces, del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, dice Berlin, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mí mismo, no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Quiero ser sujeto y no objeto, ser movido por razones y por propósitos conscientes que son míos, y no por causas que me afectan, por así decirlo, desde fuera.
Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de representar un papel humano; es decir, concebir fines y medios propios y realizarlos.
Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando digo que soy racional y que mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo, destaca. Sobre todo, quiero ser consciente de mí mismo como ser activo que piensa y que quiere, que tiene responsabilidad de sus propias decisiones y que es capaz de explicarlas en función de sus propias ideas y propósitos.
Y afirma Berlin: pero entonces, los conceptos de libertad “negativa” y libertad “positiva” pueden parecer, a primera vista, conceptos que lógicamente no distan mucho uno del otro y que no son más que las formas negativa y positiva de decir la misma cosa. Sin embargo, advierte, las ideas positiva y negativa de libertad se desarrollaron históricamente en direcciones divergentes, no siempre por pasos lógicamente aceptables, hasta que al final entraron en conflicto directo la una con la otra.
Una manera de aclarar esto, dice, es hacer referencia al carácter de independencia que adquirió la metáfora del “ser dueño de uno mismo”, que en sus comienzos fue, quizá, inofensiva: yo soy mi propio dueño; no soy esclavo de ningún hombre… No obstante, advierte, para muchos pensadores como los platónicos o los hegelianos, también podemos ser “esclavos de la naturaleza”, o de nuestras propias “desenfrenadas pasiones”. De este modo, ¿no han tenido los hombres – se pregunta- la experiencia de liberarse de la esclavitud dándose cuenta de que en ellos hay un yo que domina, por una parte, y por otra, de algo de ellos que es sometido?
Este yo dominador se identifica, entonces, de diversas maneras con la razón, con mi “naturaleza superior”, con el yo que calcula y se dirige a lo que satisfará a largo plazo, con mi yo “verdadero”, “ideal” o “autónomo”, o con mi yo “mejor”, que se contrapone por tanto al impulso irracional, a los deseos no controlados, a mi naturaleza “inferior”.
Pero posteriormente, continúa, estos dos “yos” pueden estar representados como separados por una distancia aún mayor: puede concebirse, entonces, al “verdadero yo” como algo que es más que el individuo, como un “todo social”, del que el individuo es un elemento o aspecto: una tribu, una raza, una iglesia, un Estado, o la gran sociedad de los vivos, de los muertos y de los que todavía no han nacido. Esta entidad se identifica entonces como el “verdadero yo”, que imponiendo su única voluntad colectiva u “orgánica” a sus miembros, logra la suya propia y, por tanto, una libertad “superior” para estos miembros.
Por todo esto, dice Berlin que frecuentemente se han señalado los peligros que lleva consigo usar metáforas orgánicas para justificar la coacción ejercida por algunos hombres sobre otros con el fin de elevarlos a un nivel “superior” de libertad. Por que eso involucra la idea de que es posible, y a veces justificable, coaccionar a los hombres en nombre de algún fin que ellos mimos perseguirían, se pretende, si fueran más cultos o menos ciegos, ignorantes y corrompidos.
Por lo tanto, esto facilita llegar a concebir la posibilidad de coaccionar a otros “por su propio bien”, por su propio interés, y no por el de quienes coaccionan. Entonces se pretende saber lo que “ellos verdaderamente necesitan” mejor que ellos mismos. Y lo que esto lleva implícito es que ellos no se opondrían si fueran racionales, “tan sabios” como quienes coaccionan, y comprendieran sus propios intereses como lo hacen ellos.
En el momento en que se adopta esta manera de pensar, señala, ya se vuelve posible ignorar los deseos reales de los hombres y de las sociedades, intimidarlos, oprimirlos y torturarlos en nombre y en virtud de sus “verdaderos yos” , con la conciencia cierta de que cualquiera que sea el verdadero fin del hombre, dicho fin tiene que identificarse con su “libertad”.
Pero esto involucra un paso más. Porque una cosa es decir que yo sé lo que es bueno para alguien, afirma, mientras que él mismo no lo sabe, e incluso ignorar sus deseos por el bien mismo y por su bien, y otra cosa muy diferente es decir que él mismo lo ha elegido -por supuesto no conscientemente-, sino en su papel de “yo racional” que puede que ni siquiera conozca su “yo empírico”. Y así, muchas veces, esta entidad liberadora puede ser agigantada hasta convertirla en alguna entidad super-personal –un Estado, una clase, una nación o la marcha misma de la historia–, considerada como sujeto de atributos más “verdaderos” que el yo empírico.
De este modo, a su juicio, la concepción “positiva” de la libertad como autodominio, se ha prestado en la historia -en la teoría y en la práctica-, a esta división de la personalidad en dos: el que tiene el control, dominante y trascendente, y el manojo empírico de deseos y pasiones que han de ser castigados y reducidos. Y la historia reciente – afirma Berlin en 1958 teniendo en mente los horrores del nazismo y el estalinismo- ha puesto muy en claro que esta cuestión no es meramente académica.
Lo uno y lo múltiple
Tras una serie de análisis profundos, entonces, acerca de los orígenes de estas dos interpretaciones de la libertad, en un último apartado de su artículo señala Berlin que una creencia, más que ninguna otra, es la responsable del holocausto de los individuos en los altares de los grandes ideales históricos. Esta creencia es la de que en alguna parte, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de algún pensador individual, en los pronunciamientos de la historia o de la ciencia, o en el simple corazón de algún hombre bueno no corrompido, hay una “solución final”, capaz de articular la justicia, el progreso, la felicidad de las futuras generaciones, la sagrada misión o emancipación de una nación, raza o clase, o incluso la libertad misma, que exige el sacrificio de los individuos en aras de la libertad de la sociedad.
Esta vieja fe, afirma, se basa en la convicción de que todos los valores positivos en los que los seres humanos han creído tienen que ser compatibles en último término, e incluso implicarse unos a otros. Sin embargo, el mundo con el que nos encontramos en nuestra experiencia ordinaria es un mundo en el que nos enfrentamos con que tenemos que elegir entre fines igualmente últimos, de pretensiones igualmente absolutas, la realización de algunos de los cuales tiene que implicar inevitablemente el sacrificio de otros.
Justamente por eso es por lo que los hombres dan un valor tan inmenso a la libertad de decidir, dado que si tuvieran la seguridad de que en un estado perfecto, realizable en la tierra, no entrarían nunca en conflicto los fines que persiguen, desaparecerían la necesidad y la agonía de decidir, y con ello la importancia fundamental que tiene la libertad de decisión.
Pero aquella creencia en una solución final, hace que parezca completamente justificado todo método que acercase más este estado final, sin que importe mucho cuánta libertad se sacrifica para estimular su avance. No tiene ninguna duda, afirma entonces Berlin, de que esta certeza dogmática es la que ha sido responsable de la convicción profunda existente en la mente de algunos de los más implacables tiranos y perseguidores de la historia, de que lo que hacían estaba totalmente justificado por su propósito.
A él le parece, sin embargo, que puede demostrarse que es falsa la creencia de que en principio pueda encontrarse una única fórmula con la que puedan realizarse de manera armónica todos los diversos propósitos de los hombres. Y afirma que, si, como él cree, éstos valores son múltiples y no son en principio compatibles entre sí, la posibilidad de conflicto no puede ser nunca eliminada por completo de la vida humana, personal o social. La necesidad de elegir entre diferentes pretensiones absolutas es, por lo tanto, una característica de la vida humana, que no se puede eludir.
Que todo no lo podemos tener es una verdad necesaria, afirma. Se trata de la necesidad constante de compensar, reconciliar y equilibrar; lo que pedía Mill: nuevos “experimentos de vida” con su permanente posibilidad de error, y la conciencia de que no sólo en la práctica, sino también en principio, puede que enoje a los que buscan soluciones finales y sistemas únicos omnicomprensivos, garantizados como eternos.
Por lo tanto, el pluralismo, con el grado de libertad “negativa” que lleva consigo, le parece un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las grandes estructuras autoritarias y disciplinadas el ideal del autodominio “positivo” de las clases sociales, de los pueblos o de toda la humanidad. Es más verdadero porque, por lo menos, reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, no todos ellos conmensurables, y están en perpetua rivalidad unos con otros.
Suponer que todos los valores pueden ponerse en los diferentes grados de una sola escala, de manera que no haga falta más que mirar a ésta para determinar cuál es el superior, le parece que es falsificar el conocimiento que tenemos de que los hombres son agentes libres, y representar las decisiones morales como operaciones que, en principio, pudieran realizar las reglas de cálculo.
En último término, los hombres eligen entre diferentes valores últimos, y eligen de esa manera porque su vida y su pensamiento están determinados por categorías y conceptos morales fundamentales que por lo menos en grandes unidades de espacio y tiempo, son parte de su ser, de su pensamiento, y del sentido que tienen de su propia identidad; parte de lo cual les hace humanos. Para Berlin, pedir más es quizá una necesidad metafísica profunda e incurable, pero permitir que ella determine nuestras actividades le parece un síntoma de una inmadurez política y moral, igualmente profunda y más peligrosa.
Razones biográficas de la concepción de Berlin
A fin de comprender el camino de las reflexiones de este autor, se hace necesario comprender el contexto social, político y filosófico en que vivió. Suele afirmarse que dos acontecimientos importantes orientaron sus posturas filosóficas y políticas posteriores; el primero, su huida de Letonia cuando sólo era un niño pequeño, provocada por los abusos de la revolución soviética en este país. Y más tarde, la Segunda Guerra Mundial , tanto por su condición de judío como por su activa participación en la contienda del lado de su país de acogida, Inglaterra. Serían entonces los excesos y horrores del comunismo y del fascismo los que crearon en este autor un fuerte rechazo a todo lo que pudiera ser asociado con “ideas firmes e inapelables”, lo cual marcará una actitud filosófica bastante reacia a cualquier planteamiento mínimamente metafísico.
De este modo, uno de los problemas que más preocuparon a Berlin fuera lo que él llamó la “actitud monista”: la búsqueda de seguridad y certeza intelectuales, que ve como una de las tendencias más características depensadores y filósofos. El monismo, según Berlin, es la fe en la existencia de cierta estructura de la realidad, constituida por verdades eternas y armónicas entre sí, suele venir asociado a la idea de que tal estructura es susceptible de ser descubierta por el ser humano, si se emplea el método adecuado.
Sobre el “monismo“: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Monismo
De este modo, Berlin encuentra la Ilustración y el Romanticismo el germen de lo que constituye nuestra sociedad actual, y su particular idiosincrasia, al rastrear en la historia reciente del pensamiento los orígenes del florecimiento de los totalitarismos que afectaron al siglo XX.
Por este camino, Berlin llega a la conclusión de que los grandes ideales son sólo utopías, en nombre de las cuales se cometen las mayores barbaridades, siendo éstas las únicas consecuencias evidentes de los intentos por lograr el paraíso en la tierra, la total seguridad y certeza en la búsqueda de perfección humana. El argumento es el siguiente: si alguien cree tener certeza total sobre lo que es un hombre, también la tendrá sobre aquello que le conviene a ese hombre, en cuanto tal y por su propio bien. El significado de la palabra libertad se desfigura, entonces, y la verdadera libertad individual queda en entredicho.
Por lo tanto, una consecuencia coherente con este planteamiento fue la acerada defensa de la libertad individual, es decir, la defensa de la que suele ser la primera víctima de las visiones políticas –y filosóficas– totalitarias. Y a esto agrega la defensa de un pluralismo democrático, ya que si la libertad individual es un valor a ser defendido, la estructura social y política ha de ser capaz de albergar dentro de sí una pluralidad de opiniones y formas de vida.
No obstante, un problema no menor que ha sido observado en su planteamiento es: si defendemos un pluralismo democrático, ¿cómo integrar a aquellas posturas –sociales, culturales o incluso individuales– que sean contrarias a la libertad individual de otras personas? Es el llamado “dilema de la tolerancia”: ¿hay que tolerar la intolerancia? Un problema que aun hoy continúa abierto.
Hacia un intento de complementación
En síntesis, hemos visto aquí que, para Berlin, en tanto la libertad negativa (o derecho negativo) es aquella que se define por la ausencia de coacción externa al individuo que desee realizar un curso de acción determinado, la libertad positiva es la capacidad de cualquier individuo de ser dueño de su voluntad, de controlar y determinar sus propias acciones, y su destino. Es la noción de libertad como autorrealización. Por lo tanto, mientras la libertad negativa de un individuo se refiere a que “le permiten” ejercer su voluntad, pues nadie se lo impide, la libertad positiva se refiere a que “puede” ejercerla, al contar con el necesario entendimiento de sí mismo, y la capacidad personal para ejercerla.
Por otra parte, Berlin ha dejado en claro, aquí, de manera crucial, que estas dos concepciones diferentes de la libertad pueden chocar entre sí, y que una concepción autoritaria de la libertad, heredera de la Revolución francesa, y que combina elementos tanto ilustrados como románticos condujo gradualmente hacia el autoritarismo contemporáneo, considerado por él como “enemigo” de la libertad negativa.
No obstante, en la actualidad, autores como John Rawls, Amartya Sen, o el filósofo canadiense Charles Taylor abogan por una distinción entre libertad negativa y positiva que destaque la importancia de la justicia social como parte importante del valor de la igualdad. Entienden, así, que la libertad no puede ser sinónimo meramente de libertad negativa, es decir como“falta de obstáculos”, sino que es preciso poder comprender esos obstáculos, discutir y trabajar para superarlos dado que algunos sufren éstos a un nivel más profundo y existencial que otros.
Entienden así, por lo tanto, que la función de las autoridades públicas respecto del goce efectivo de los derechos no solo consiste en la garantía de esferas libres de interferencia ajena, sino también en asegurar condiciones materiales mínimas de existencia, por lo que tal compromiso puede ser integrado a la idea de libertad negativa sin ser necesariamente asociado, como lo hace Berlin, a visiones colectivistas opresoras de esa libertad.
Pero a su vez, estaríamos muy equivocados si pensáramos que las libertades formales clásicas sólo importan a los privilegiados. Muy al contrario, lo que parece proteger sólo a éstos es todavía más importante para el desfavorecido de la sociedad: para el pobre, la concubina, el paria: sin habeas corpus; sin unos mínimos derechos de propiedad; sin el respeto de los acuerdos y contratos suscritos, con el esposo, con el patrón o el casero; sin derecho al voto las personas más postergadas de la sociedad no podrían siquiera iniciar el camino en búsqueda de un mayor bienestar.
Por lo tanto, es esta una cuestión compleja que nunca quedará saldada por completo. Como dice el filósofo y jurista italiano Norberto Bobbio en su libro Igualdad y libertad:
“No hubo un reino de la libertad total al principio, como lo habían planteado los teóricos del estado de naturaleza (el hombre nacido libre de Rousseau), ni habrá un reino de la libertad total al final, como preconizaron y predicaron los utopistas sociales. No existe ni una libertad perdida para siempre ni una libertad ganada para siempre: la historia es un entramado dramático de libertad y opresión, de nuevas libertades a las que contestan nuevas opresiones, de viejas opresiones abatidas, de nuevas libertades reencontradas, de nuevas opresiones impuestas y de viejas libertades perdidas.”
Norberto Bobbio, Igualdad y libertad
Referencias
Berlin, I. (1993). “Dos conceptos de libertad”, en Cuatro ensayos sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial.
Bobbio, N. (1993). Igualdad y libertad. Barcelona: Paidós.
Cherniss, Joshua and Henry Hardy, “Isaiah Berlin”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2023 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), forthcoming URL = <https://plato.stanford.edu/archives/win2023/entries/berlin/>.
Carter, Ian, “Positive and Negative Liberty”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2022 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/spr2022/entries/liberty-positive-negative/>.
Ver también en el Blog:
Berlin, I. “Dos conceptos de libertad” en Cuatro ensayos sobre la libertad https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/12/I.-Berlin-Cuatro-ensayos-sobre-la-libertad.pdf
Bobbio, N. Libertad e igualdad https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/11/Norberto-Bobbio-Igualdad-y-libertad.pdf
Carbonell, M. La libertad. Dilemas, retos y tensiones https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/12/Carbonell-M.-La-libertad.pdf
De Miguel, J. “Taylor y Berlin sobre la cuestión de la libertad” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/12/De-Miguel-J.-Taylor-y-Berlin.pdf
Villaro, M. “Naturaleza humana y libertad. Bases del liberalismo de Isaiah Berlin” https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/37932/1/201602%20CAF%20238%20%282011%29.pdf