“De lo que no se puede hablar, hay que callar” es la célebre sentencia séptima del Tractatus lógico-philosophicus, de Ludwig Wittgenstein, considerado por muchos como uno de los mayores filósofos del siglo XX. Es que, en efecto, Wittgenstein desempeñó un papel central – aunque controvertido-, en la filosofía analítica de mediados del siglo XX, y aun hoy continúa generando debate filosófico en temas tan diversos como lógica y lenguaje, percepción e intención, ética y religión, estética y cultura, e incluso pensamiento político.
Dado que este escrito está profundamente imbricado con la vida de su autor, cabe acercarnos desde el primer momento a una de sus más renombradas biografías, la de Ray Monk, quien afirma en la Introducción a su libro Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio:
“Hay que decir que existen muchos y excelentes libros introductorios a la obra de Wittgenstein, que explican cuáles son sus temas filosóficos fundamentales y su manera de abordarlos. Lo que no explican es qué tiene que ver su obra con él: cuáles son las relaciones entre las preocupaciones éticas y espirituales que dominaron su vida y las cuestiones filosóficas, aparentemente bastante remotas, que dominaron su obra. El objetivo de este libro es llenar ese hueco. Al describir su obra y su vida en una sola narración, espero aclarar cómo esta obra procede de este hombre, y mostrar —algo que muchos de los que leen a Wittgenstein perciben de una manera instintiva— la unidad de sus intereses filosóficos y de su vida emocional y espiritual.”
Esta biografía constituye, así, una excelente guía para la frase que estamos intentando dilucidar aquí dado que se apoya para sus análisis en fragmentos redactados por el propio Wittgenstein en sus cartas y diarios, elementos a los que no tendríamos acceso de no ser por esos hallazgos de su investigación.
Aspectos biográficos de la elaboración del Tractatus
Ray Monk comienza su libro señalando que la filosofía fue a Wittgenstein, y no él a la filosofía. Narra que experimentaba los dilemas filosóficos como intrusiones indeseables, enigmas que se abrían paso hacia él y lo tenían cautivo, incapaz de seguir adelante con su vida cotidiana hasta que pudiera disiparlos con una solución satisfactoria.
Cuenta su biografía que cierta vez, en diálogo con su maestro y mentor, Bertrand Russell, Wittgenstein le preguntó cómo iban a cerrar su obra, los Principia Mathematica, él y Whitehead. Y quedó sorprendido con su respuesta de que no habían llegado a ninguna conclusión; que el libro acabaría “con cualquier fórmula que diera la casualidad de ser la última”. Pero que luego, el mismo Wittgenstein aceptó que era cierto que la “belleza” de ese libro se echaría a perder si contuviera una sola palabra que pudiera estar de más, idea que retornaría a su mente cuando estuviera redactando su Tractatus.
Narra Monk que en el año 1913, mientras Wittgenstein pasaba un tiempo en el pueblo de Skjolden, en Noruega, antes de la construcción de su propia cabaña a la que volvería algunas veces más en el futuro, se pudo dedicar enteramente a sí mismo, y a su lógica. Esa posibilidad, más la belleza del paisaje -ideal para los paseos largos y solitarios que precisaba tanto para relajarse como para meditar-, produjo en él una especie de euforia. Se daban las perfectas condiciones para pensar, de modo que ese año que pasó en Skjolden fue quizá el más productivo de su vida. “¡Entonces mi mente estaba en llamas!”, solía decir.
Filosofía era para él, en ese momento, lógica y metafísica; justamente lo que luego plasmaría en el Tractatus: un análisis lógico del lenguaje para determinar su claro significado y evaluar su capacidad “decir” algo sobre el mundo.
“Dios me ilumine”
Pero en 1914 llega la guerra. Y Wittgenstein decide alistarse en el ejército austro-húngaro, más que por afán nacionalista, como una necesidad existencial: “Ahora tengo la oportunidad de ser un ser humano decente -se dijo y dijo a otros- pues voy a estar cara a cara con la muerte”. “Quizá la proximidad de la muerte traiga luz a la vida. Dios me ilumine.”
Lo que Wittgenstein deseaba de la guerra, destaca Monk, era una transformación de toda su personalidad, una “variedad de experiencia religiosa” que transformara su vida irrevocablemente. En efecto, en este momento su deseo de convertirse en una persona distinta era más fuerte incluso que su deseo de allanar los problemas fundamentales de la lógica. Pero como su lógica y su pensamiento no eran sino dos aspectos del único “deber hacia uno mismo”, como decía él, no había duda de que esta fe religiosa, fervientemente mantenida ahora, iba a tener gran influencia sobre su obra.
Así, durante esos años, en el frente y la trinchera, Wittgenstein fue redactando sus ideas, las que se fueron ahondando con los avatares de la guerra. Las anotaciones en sus diarios fueron fundamentales para la redacción del Tractatus. Se nos dice que el 2 de agosto de 1916, un tanto sorprendido, escribió: “Sí, mi trabajo se ha extendido de los fundamentos de la lógica a la esencia del mundo”. Wittgenstein había comenzado la guerra siendo un lógico y la terminaba siendo un místico.
De este modo, su trabajo fue con el tiempo pasando a ser, desde un análisis de la lógica simbólica tras las huellas de Frege y Russell, a la obra curiosamente híbrida que conocemos hoy en día, que combina la teoría lógica con el misticismo religioso. Colaborando a que esto sucediera, narra Monk, durante los primeros meses de la guerra, Wittgenstein se había nutrido espiritualmente con la lectura de los Evangelios de Tolstoi y, como él mismo dijo, eso “le mantuvo con vida”, permitiéndole “mantenerse imperturbable su ser interior”.
La teoría figurativa del lenguaje
Fue entonces, durante la segunda mitad de septiembre de 1914, cuando hizo el gran descubrimiento que sentía como inminente. Consistía en lo que ahora se conoce como “teoría figurativa del lenguaje”: la idea de que las proposiciones son una “imagen” de la realidad que describen. Él mismo narró que, mientras servía en el Frente Oriental, leyó en una revista la crónica de un juicio que tuvo lugar en París, referida a un accidente de coche, en el que un modelo a escala del accidente se presentó ante la corte.
Se le ocurrió entonces que el modelo podía representar el accidente debido a la correspondencia entre las partes del modelo (las casas, los coches, la gente en miniatura) y las cosas reales (casas, coches, gente). Se le ocurrió también que, según esta analogía, uno podía decir que una proposición servía como modelo, o imagen de un estado de cosas, en virtud de la correspondencia similar entre sus partes y el mundo.
Durante todo el mes de octubre, por tanto, Wittgenstein desarrolló las consecuencias de su idea, a la que denominó en ese momento “teoría de la lógica como un retrato”. Del mismo modo que un dibujo o una pintura retratan pictóricamente, pensó, una proposición retrata lógicamente. Es decir, hay -y debe haber- una estructura lógica en común entre una proposición como “La hierba es verde”, y un estado de cosas, es decir, el que la hierba sea verde. Y es ese “algo en común” en la estructura lo que permite que el lenguaje represente la realidad. Sólo de este modo la proposición puede ser “verdadera” o “falsa”; sólo puede estar de acuerdo o no con la realidad siendo una imagen de la situación.
Entre tanto, durante este tiempo también a Wittgenstein le resultó estimulante, nada menos que la lectura de Friedrich Nietzsche, ya que había comprado en Cracovia el octavo volumen de las obras completas del filósofo, en el que se incluye El anticristo, el severo ataque de Nietzsche contra el cristianismo. Y, aunque según Wittgenstein dijo, quedó “fuertemente afectado” por la hostilidad de Nietzsche hacia esta religión, se sentía obligado a admitir que algo de verdad había en su análisis, a la vez que él mismo se mostraba inamovible en su creencia de que:
“El cristianismo es ciertamente el único camino seguro hacia la felicidad”: “… ¿pero qué ocurre si alguien rechaza esa felicidad? ¿No sería mejor perecer infelizmente en la lucha sin esperanza contra el mundo exterior? Pero una vida así no tiene sentido. Y ¿por qué no llevar una vida sin sentido? ¿Es algo indigno?”
Una verdadera tormenta de reflexión existencial…
Narra entonces Monk que los primeros tres meses de 1915 fueron casi completamente estériles para su trabajo. También en otros aspectos Wittgenstein se sentía inerte, incapaz de reaccionar. Pero en marzo de 1916, tal como él quería, es destinado al frente como soldado raso, y una de las pocas posesiones personales que llevó consigo fue su ejemplar de Los hermanos Karamazov. Si bien creía que no podía regresar con vida del frente, sabía con certeza que en caso de que volviera ya no sería el mismo. Es decir, la guerra comenzó realmente para él en ese momento, destaca Monk.
Una vez en primera línea solicitó que se le asignara el destino más peligroso, el puesto de observación, dado que eso le garantizaba ser el blanco del fuego enemigo. Y en abril anotó: “Me han disparado”. “He pensado en Dios. Hágase tu voluntad. Dios esté conmigo”. Es decir, creía fervientemente que esa experiencia lo acercaría a algo así como una iluminación.
El 4 de mayo se le indicó que tenía que hacer guardia nocturna en el puesto de observación. Y dado que los bombardeos eran más intensos por la noche, ése era el puesto más peligroso que se le podía dar. “Sólo entonces –escribió- comenzó la guerra para mí. Y —quizá- incluso la vida. Quizá la proximidad de la muerte traiga luz a mi vida. Que Dios me ilumine. Soy un gusano, pero a través de Dios me convierto en hombre. Dios esté conmigo. Amén.” Al día siguiente -se nos dice-, en el puesto de observación, esperó el bombardeo nocturno con gran ilusión. Escribió entonces que se sentía “como un príncipe en un castillo encantado”. No obstante, entre suceso y suceso en el que arriesgaba la vida, continuaba con la redacción del Tractatus.
Sobre Filosofía analítica https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Filosof%C3%ADa_anal%C3%ADtica
El Tractatus lógico-philosophicus
El Tractatus Logico-Philosophicus se publica por primera vez en alemán en 1921 y en una edición bilingüe alemán – inglés en 1922. Más allá de los aspectos biográficos que, como venimos viendo, incidirán en su redacción, surge como una continuación y reacción a las concepciones de lógica y lenguaje de Bertrand Russell y Gottlob Frege. Wittgenstein aborda en el Tractatus los problemas centrales de la filosofía, es decir, aquellos que tratan sobre el mundo, el pensamiento y el lenguaje, sosteniendo que se presenta en él una “solución” a estos problemas fundamentada en la lógica y en la naturaleza de la “representación”.
En el Prólogo, fechado en Viena en 1918, dice Wittgenstein que “posiblemente sólo entienda este libro quien ya haya pensado alguna vez por sí mismo los pensamientos que en él se expresan o pensamientos parecidos, y que, por otra parte, no es un manual. Dice además que su objetivo quedaría alcanzado si “procurara deleite” a quien lo leyera, comprendiéndolo. Afirma también que cree que el planteamiento de los problemas filosóficos descansa en la incomprensión de la lógica de nuestro lenguaje. Por lo tanto, sostiene, “cabría acaso resumir el sentido entero del libro en las palabras: lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar, hay que callar”.
Objetivo y estructura del Tractatus
La propia estructura del Tractatus pretende ser representativa de su esencia interna. Está construido alrededor de siete proposiciones básicas numeradas, y desarrolladas a su vez mediante subtesis que constituyen observaciones y aclaraciones, excepto la tesis séptima, la que nos concierne aquí, que es la que afirma, simplemente:
7. “De lo que no se puede hablar, hay que callar.” (Wovon man nicht sprechen kann, darüber muB man schweigen)
De este modo, el Tractatus responde al ideal de juventud de Wittgenstein, de carácter logicista. Sin embargo, ha llegado a afirmarse también que la estructura interna de este escrito se asemeja a una “sinfonía”, ya que se desarrolla desde una tensión entre hechos y valores hasta su desenlace en el imperativo del silencio.
En su forma definitiva, por tanto, esta obra es una compilación abreviada del trabajo que Wittgenstein había estado haciendo desde que llegara por primera vez a Cambridge en 1911. Su pensamiento está constituido de fragmentos y retazos, y si hubiera que definirlo de una forma tradicional, podría decirse que su filosofía es una “crítica del lenguaje”. La idea central de Wittgnestein en esta obra es, entonces, que el mundo puede ser representado por el pensamiento en proposiciones “con sentido”, debido a que los tres, el mundo, el pensamiento y la proposición, comparten la misma forma lógica.
Se ha afirmado también que la estructura isomórfica (con la misma forma) que Wittgenstein ve entre mundo, lenguaje y pensamiento cumple la misma función que las formas a priori de la sensibilidad, las categorías a priori del entendimiento y las ideas regulativas a priori de la razón en Kant. Solo que determinando ahora que lo verdaderamente a priori es el lenguaje, que es el que estructura al pensamiento y a la vez expresa la verdadera naturaleza de sus límites. De este modo, la crítica kantiana se convierte en crítica del lenguaje, y de allí que se considere habitualmente que Wittgenstein representa uno de los pilares del “giro lingüístico” de la filosofía de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX.
La concepción metafísica de Wittgenstein en el Tractatus
Esta obra se inicia, entonces, con lo que se considera la concepción metafísica de Wittgenstein, la que establece que el constituyente último del mundo son los “objetos simples” (Blosse Gegenstanden), las entidades que percibimos con los sentidos. Estos objetos, que constituyen la sustancia básica del mundo, combinados, forman parte de los “hechos atómicos” o de “estados de cosas” (Sachverhalt). Así, lo que puede conocerse del mundo (Welt) es sólo “lo que acaece”, es decir, las combinaciones de objetos que efectivamente se dan en los hechos atómicos – es decir, simples- y luego en los hechos compuestos de simples, a los que Wittgenstein denomina, sencillamente, “hechos” (Tatsache).
El lenguaje en el Tractatus
Paralelamente, el lenguaje opone, a los objetos del mundo, nombres; a los hechos atómicos, proposiciones simples y a los hechos complejos, proposiciones compuestas. El lenguaje tiene, por lo tanto, la propiedad de representar, como en un espejo, la realidad del mundo. Es imagen del mundo porque tiene capacidad pictórica, o capacidad de representación o configuración (Abbildung). Y lo que hace posible este isomorfismo entre lenguaje y realidad es, como dijimos, la participación en una misma figura lógica, o estructura común.
Para Wittgenstein en este momento el lenguaje es una figura (Bild) o modelo de la realidad. El lenguaje es la totalidad de las proposiciones así como el mundo es la totalidad de los hechos. Dicho de otro modo, en toda proposición simple y con sentido figura un hecho porque en ella los signos simples, las palabras, dependen unos de otros del mismo modo que en el hecho lo hacen los objetos simples, las cosas. Es decir, estructuralmente, lenguaje y mundo son análogos y muestran una construcción lógica común; esa forma lógica común es la que posibilita que el lenguaje “figure” al mundo.
No obstante, Wittgenstein considera que, antes de saber si lo que decimos es “verdadero” o “falso”, hay que saber, si siquiera, “decimos algo” cuando hablamos. Así, para él, la verdad (Wahrheit) -a pesar de los complejos matices que proporciona al concepto de verdad en esta obra-, sigue basándose en la correspondencia con la realidad. De manera que una proposición atómica es verdadera si existe el estado de cosas que figura, o si le corresponde un hecho del mundo. Las proposiciones complejas, a su vez, son funciones de verdad de las proposiciones elementales; es decir, su verdad o falsedad viene determinada por los valores de verdad de las proposiciones elementales que las constituyen.
De manera que otro momento fundamental de este desarrollo se da cuando Wittgenstein advierte las dos condiciones para que un lenguaje tenga significación. Primero, la estructura de la proposición, debe tener “sentido” al ajustarse a las restricciones de la forma lógica; pero, en segundo lugar, y como decisivo, los elementos de la proposición, deben tener “referencia” (Bedeutung), es decir, aludir a algo en la realidad. Y es solo la conjunción de esos dos factores la que posibilita que cada proposición con sentido sea verdadera o falsa, permitiendo, a su vez, la composición de proposiciones más complejas a partir de las más simples. Wittgenstein clarifica esto gráficamente cuando dice:
4.5 “…La forma general de la proposición es: las cosas se comportan de tal y tal modo.”
Habiendo presentado este análisis básico, entonces, Wittgenstein va dando muestras de que en el Tractatus, persigue un importante propósito: encontrar los límites del mundo, el pensamiento y lenguaje, tal como él mismo como adelanta en el Prólogo:
“El libro quiere, pues, trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos (…) Así pues, el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo.”
Decir y mostrar
De este modo, mientras ponía por escrito estos pensamientos en su Tractatus, se profundizaba en Wittgenstein la convicción de que la relación entre su pensamiento en cuestiones de lógica y sus reflexiones sobre el sentido de la vida se iban articulando cada vez con mayor precisión a través de su ditinción central entre “decir” y “mostrar”. Sintetizando esto afirma:
4.1212 “Lo que puede ser mostrado, no puede ser dicho.”
En concreto, desde el comienzo de su trabajo Wittgenstein es consciente de que lo único que “se puede decir” con sentido son solo las proposiciones de las ciencias naturales, en tanto se excluye del ámbito del sentido un enorme número de afirmaciones hechas y usadas habitualmente en el lenguaje.
En primer lugar, están las proposiciones de la lógica, que son los límites del lenguaje y del pensamiento, pero que no representan nada y, por lo tanto, en términos de Wittgenstein, son expresiones “sin sentido” (sinnlos). Lo mismo ocurre con las proposiciones de las matemáticas o a la forma pictórica en sí misma, dado que no hablan del mundo. Pero además, y esto es crucial aquí, Wittgenstein identifica otro grupo de afirmaciones que no pueden tener sentido, aunque por otras razones: son lo que denomina los “sinsentidos”, las proposiciones insensatas, absurdas (unsinnig), dado que carecen aún más radicalmente de significado, porque trascienden los límites del sentido. Son afirmaciones que intentan hablar de algo más allá de los límites del lenguaje o que se basan en malentendidos sobre el uso correcto de las palabras.
Es que, dado que para Wittgenstein solo lo que está “en” el mundo puede ser descrito, a cualquier cosa que esté “fuera” de éste le niega significado. Por lo tanto, las proposiciones de la metafísica tradicional, de ética y estética, que intentan capturar el mundo como totalidad, como si se pronunciaran desde fuera de él, también deben ser excluidas. Insiste entonces en que todo lo que es un hecho o un estado de cosas en el mundo puede expresarse, se puede hablar de ello. Pero ya no puede expresarse por qué se puede.
Es decir, ya no se puede hablar de la “lógica del hablar”, de la lógica intrínseca de esa articulación de lenguaje y mundo que posibilita la figuración. Todo ello más bien “se puede mostrar” (Zeigen), sobre todo en las proposiciones de la lógica misma, que son tautologías: no dicen nada, pero por eso mismo muestran modélicamente en su propia estructura las propiedades formales del lenguaje y del mundo.
De modo similar, y esto es lo novedoso, las verdades éticas y religiosas, aunque inexpresables, se manifiestan a sí mismas en la vida. Tal vez es esa la razón por la que aquellos que, después de muchas dudas, han tenido claro el sentido de la vida no sean capaces de decir en qué consiste ese sentido. Como escribe Wittgenstein: “La ética no trata del mundo. La ética debe ser una condición del mundo, al igual que la lógica”. Y avanza entonces en su idea de que, del mismo modo que para comprender la forma lógica uno debe ver el lenguaje como una totalidad, para comprender la ética uno debe, también, ver el mundo “como un todo”.
El propio Tractatus en cuestión
Pero entonces, este momento es clave, porque los propios estándares que Wittgenstein ha establecido se vuelven contra su propia obra, dado que las nociones utilizadas en el Tractatus son lógico-filosóficas, es decir, del tipo que, según su propia definición, no pertenecen al mundo y, por lo tanto, en rigor, no pueden usarse para expresar nada significativo.
El Tractatus ha superado sus propios límites y está dando muestras de ser un sinsentido. Por lo tanto, la “solución” a esta tensión se encuentra en las observaciones finales de Wittgenstein, en las que presenta la célebre metáfora de la escalera para expresar la función de esta obra. Ella se debe usar, nos dice, para ascender, a fin de ver el mundo correctamente; pero después debe reconocerse como sinsentido y ser desechada. Dice en la proposición 6.54:
“Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas —sobre ellas— ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo.”
Y también:
6. 522 “Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.”
De este modo, el “absurdo” surge al intentar decir lo que sólo puede ser mostrado; esto no es sólo lógicamente insostenible, según Wittgenstein, sino éticamente indeseable. De modo que el Tractatus se desarrolló desde la primera tesis, partiendo del mundo, a la última, que concluye en lo trascendente. El silencio (Schweigen), es, así, la respetuosa actitud ante lo que no es expresable en un lenguaje lógico-científico. De los valores no se puede hablar porque pertenecen a otro mundo que el de la lógica o del lenguaje; sólo pueden intuirse o sentirse sub specie aeterni en el reino de lo místico.
La publicación del Tractatus
En febrero de 1919 Wittgenstein pudo escribirle una postal a Russell:“Estoy prisionero en Italia desde noviembre, y espero poder comunicarme contigo después de esta interrupción de tres años. He trabajado muchísimo en lógica y me muero por enseñarte lo que he escrito antes de publicarlo”. Wittgenstein fue liberado el 21 de agosto de 1919 y no imaginaba en ese momento lo difícil que resultaría lograr la publicación de su escrito.
Por otra parte, al igual que muchos veteranos de guerra antes y después de él, dice Monk, le supuso una dificultad casi insuperable adaptarse a la vida en época de paz. Había sido soldado durante cinco años, y la experiencia había dejado un sello indeleble en su personalidad, así que siguió llevando el uniforme durante muchos años después de la guerra, como si se hubiera convertido en parte de su identidad, una parte esencial, sin la cual estaría perdido.
Además, era, quizás, un símbolo de la sensación que experimentaba, y que lo acompañó durante el resto de su vida, de pertenecer a una época pasada. Pero tal vez la causa más importante de la depresión que comenzó atraparlo, nos dice, fue sus dificultades a la hora de publicar el Tractatus y de encontrar a “una sola persona que lo entendiera”. Y precisamente por eso se vio obligado a clarificarle a uno de sus posibles editores que la finalidad del libro era “ética”, y que le daría una clave. Su libro constaba de dos partes: la que está escrita, y la de todo lo que no había escrito, siendo precisamente esa segunda parte la más importante: “Pues la ética queda delimitada desde dentro, como si dijéramos, por mi libro; y estoy convencido de que, en rigor, solo puede delimitarse de este modo”.
Cuando finalmente se logra la publicación, el nombre Tractatus lógico-philosophicus no fue el título original y, en realidad, en 1921 el texto no fue publicado originalmente como libro, sino como artículo de 67 páginas, bajo el título de Logisch-Philosophische Abhandlung en la revista alemana Annalen der Naturphilosophie. Recién al año siguiente, con la ayuda de Russell, el texto se publicó como libro bilingüe, en alemán e inglés, con una introducción de éste y su título en latín, sugerido por el filósofo inglés George Moore, inspirado en el Tractatus Theologico-Politicus de Spinoza.
La tarea de la filosofía
Pero entonces podemos preguntarnos: ¿Está condenada la filosofía a ser un conjunto de sinsentidos (unsinnig), o en el mejor de los casos, un conjunto de proposiciones sin sentido (sinnlos) cuando hace lógica, pero en definitiva, siempre carente de significado? ¿Qué le queda al filósofo por hacer si las proposiciones tradicionales o incluso revolucionarias, de metafísica, epistemología, estética y ética no pueden formularse de manera “sensata”?
La respuesta del propio Wittgenstein es que la filosofía no es una teoría ni una doctrina, sino más bien una actividad. Es una actividad de aclaración de pensamientos y, aún más, de crítica del lenguaje. Tal actividad debería ser la tarea rutinaria del filósofo: reaccionar o responder a las reflexiones de los filósofos tradicionales señalándoles dónde se equivocan, utilizando las herramientas proporcionadas por el análisis lógico. En otras palabras, mostrándoles que la mayor parte de sus proposiciones son, claramente, sinsentidos:
4.112 El objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos. La filosofía no es una doctrina, sino una actividad. Una obra filosófica consta esencialmente de aclaraciones. El resultado de la filosofía no son «proposiciones filosóficas», sino el que las proposiciones lleguen a clarificarse. La filosofía debe clarificar y delimitar nítidamente los pensamientos, que de otro modo son, por así decirlo, turbios y borrosos.”
Y en 6.53 Wittgenstein dice:
“El método correcto de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural —o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía—, y entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este mé[1]todo le resultaría insatisfactorio —no tendría el sentimiento de que le enseñábamos filosofía—, pero sería el único estrictamente correcto.”
En suma, la tarea de la filosofía no es otra que la de su propia sanación, curarse de sus propios desvaríos, es decir, de sus supuestos problemas, tratándolos como malas comprensiones de la lógica o de la gramática de nuestro lenguaje, como enfermedades de la razón, inquietudes no asumidas, prisiones no conscientes, embrujamientos por imágenes metafísicas. “La tarea de la filosofía es tranquilizar el espíritu con respecto a preguntas carentes de significado. Quien no es propenso a tales preguntas no necesita la filosofía”, escribe Wittgenstein en su diario. Para él parece estar todo muy claro: necesita filosofía quien haya perdido el sentido común, es decir, necesitan filosofía, sobre todo, los filósofos.
El “genio” en silencio
En suma, tanto la manera de pensar de Wittgenstein como las conclusiones a las que llega en su pensamiento son muy particulares. Consideraba la vida como un deber, y tenía criterios morales muy estrictos ya que exigía respuestas profundas a una sociedad en la que la mayoría se conformba con interpretaciones no tan exigentes, más bien superficiales.
En esta cuestión en particular, es decir, el carácter “ético” del Tractatus, cabe agregar que todos comprendemos que la ética no es algo “fáctico”, como los hechos de las ciencias naturales, que pueden darse o no, sino que, en general se asume, como también lo hace Wittgenstein, que debe ser algo absoluto. Por lo tanto, dado que lo ético no es un hecho en el mundo que puede ser figurado, Wittgenstein no puede tratarlo directamente con el lenguaje, tiene que elucidarlo o mostrarlo, y es por eso que las proposiciones del Tractatus, cuya finalidad es comunicar algo sobre la ética, tienen que carecer de sentido. Si lo tuvieran, representarían hechos. En otras palabras, al hablar con sentido, la dimensión ética se pierde, de la misma manera que cuando juzgamos un objeto de acuerdo con su utilidad, toda consideración de su belleza se desvanece.
Por tanto, las proposiciones del Tractatus seducen al lector con la figura del sentido, le inducen a seguir la concatenación de las proposiciones esperando una gran conclusión conceptual al final, para finalmente quitarle la escalera que ha subido para llegar a este punto, mostrándole simplemente la belleza del mundo “visto correctamente”. Como dice Wittgenstein en su “Conferencia sobre Ética” dictada en 1930:
“Mi único propósito —y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión— es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría.”
En efecto, todo el argumento de la conferencia va dirigido a mostrar que la ética constituye un intento de sobrepasar los límites del lenguaje. Pero esto no equivale a afirmar que la considere un juego de palabras engañoso, sino más bien a que no es el lenguaje su lugar natural. En la conferencia, Wittgenstein propone la metáfora de la taza de té. Esta no podrá contener más de lo que permite su capacidad, por mucho que nos empeñemos. Así también, las proposiciones tienen su propia capacidad, y el intento de “meter” en ellas más de lo que pueden contener está destinado al fracaso.
En otras palabras, para Wittgenstein en el lenguaje sólo caben juicios de valor relativos, en tanto en el planteamiento wittgensteiniano los juicios éticos deberían ser juicios de valor absolutos, incondicionados. Por tanto, sólo estamos autorizados a hablar de los hechos, que se identifican con lo accidental, con lo contingente. Nada que escape a eso puede ser dicho, por más convencidos que estemos de su existencia. De ahí la mencionada insatisfacción wittgensteiniana ante la ciencia: todo lo que más le importa está lingüísticamente (y, por tanto, lógicamente) prohibido.
Dicho en otros términos, en rigor, Wittgenstein no se resigna al silencio, no renuncia a pensar la acción humana. Sólo una cosa cabe hacer con la ética: mostrarla. Es por todo esto, en definitiva, que se considera que la hoy célebre frase final del libro “De lo que no se puede hablar, hay que callar” expresa tanto una verdad lógico-filosófica como un precepto ético. Y también es probablemente debido a ella que se ha llegado a decir que el Tractatus constituye uno de los libros de filosofía más bellos y con más influjo en el siglo xx: todo un poema lógico, con el que Wittgenstein marcó decisivamente en la filosofía de nuestro tiempo.
Referencias
Biletzki, Anat and Anat Matar, “Ludwig Wittgenstein”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2023 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/fall2023/entries/wittgenstein/>.
Monk, R. (1997). Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio. Barcelona: Editorial Anagrama.
Wittgenstein, L. (1989) Conferencia sobre ética. Barcelona: Paidós. (1era. ed. 1965).
(2009)Tractatus lógico-philosophicus – Investigaciones filosóficas- Sobre la certeza. Madrid: Gredos.
Monk, R. Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/10/Monk_Ray_Ludwig_Wittgenstein_El_deber_de_un_genio_2a_ed.pdf
Wittgenstein, L. Tractatus logico-philosophicus https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2023/10/wittgenstein-gredos-tractatus-investigaciones-y-sobre-certeza-5-pdf-free.pdf
Wittgenstein, L. Conferencia sobre ética https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Filosof%C3%ADa_anal%C3%ADtica