En esta entrada sobre las vinculaciones entre Estoicismo y Psicología Cognitivo Conductual, revisaremos las ideas de uno de sus más importantes representantes, Epicteto, a fin de localizar las principales líneas de influencia sobre esta corriente psicológica. En efecto, tanto la Terapia Racional Emotivo Conductual del Dr. Albert Ellis, como la familia cada vez más diversa de prácticas agrupadas bajo la denominación de Terapia Cognitiva, tras la figura de Aaron T. Beck, reconocen tal incidencia en sus postulados centrales.
La influencia de la sabiduría estoica ha sido amplia, aunque desatendida durante siglos. Más aún, algunos de los conceptos clave de esta corriente de pensamiento se encuentran en otras tradiciones filosóficas y religiosas, incluidos el judaísmo, el cristianismo, el budismo y el taoísmo.
Esto se debe a que el estoicismo es, en sí mismo, una filosofía, basada en un claro marco teórico: la idea de que para vivir una “vida buena” -lo que los clásicos llamaban eudaimonía-, hay que partir de una correcta comprensión tanto de la naturaleza del mundo y del lugar del ser humano en él, como de la forma en que procede el razonamiento humano y cómo conducirlo de la mejor manera para llevar adelante aquel propósito de alcanzar la “vida buena”.
En este sentido, la máxima fundamental del estoicismo es que el ser humano debe “vivir de acuerdo con la naturaleza”, lo que para esta corriente significa ser capaz de gobernarse a sí mismo por la razón. Para estos filósofos, regirse por la razón es el único modo de alcanzar una vida virtuosa, conquista que es entendida aquí como la felicidad en sí misma.
Los comienzos del estoicismo: la Stoa antigua
La filosofía estoica fue fundada por Zenón de Citio (336- 264 a. C), en Atenas, hacia el año 300 a.C. El nombre de “estoicismo” se debe a que Zenón impartía sus lecciones en la Stoa Poikilé, es decir, el “Pórtico de las Pinturas”.
Cuando inauguró su propia escuela, Zenón le dio un alcance filosófico tan completo como los que Platón y Aristóteles habían dado a las suyas, pero con un sentido claramente práctico, es decir, dirigida más a la orientación de la conducta que a la teoría. Zenón toma, a su vez, de los académicos, seguidores de Platón, la idea de sistema, es decir, la división en lógica, física y ética, y su insistencia en que cada una recibe su sentido y su base de la anterior, como en un todo integrado.
La unidad doctrinal de la Stoa procede, fundamentalmente, de que Zenón entiende al hombre como el “animal que habla y razona”, como un ser que, por medio del logos que opera en él, está íntimamente unido al logos universal y es consciente de formar parte de la “comunidad de los seres racionales”. Así, para Zenón, todos los seres se integran en un mismo cosmos, bajo una ley que gobierna el curso de la naturaleza, por la que debe regirse, también, la conducta humana.
De la conexión de todas las cosas surge la unidad de la naturaleza; y de su racionalidad resultan la belleza y perfección en un todo armónico. El ser humano no puede escapar a esa conexión ni romper su armonía, de modo que su sabiduría radica en dar su asentimiento cooperador al orden cósmico.
Para esta doctrina, es “libre”, en definitiva, aquel que, en sus juicios y en sus obras, decide de acuerdo con la razón; es decir, cuando ante los sucesos que reclaman su elección, no se siente forzado de algún modo a responder, sino que obra de acuerdo con lo que lógicamente se impone a su racionalidad.
El estoicismo fue, así, el resultado de aplicar la mente dialéctica y razonada, propia de la filosofía, a la nueva situación del hombre griego. Es que, cuando desaparece su marco tradicional, la polis, estos ciudadanos se sienten perdidos en un mundo que se había convertido en un caos político. En tales circunstancias, tras la conquista romana y la instauración de un Imperio universal, el antiguo polités, desorientado, busca salvarse en una seguridad alcanzada por sí mismo.
Los estoicos pasan a centrarse en la comprensión de la naturaleza cósmica y humana, la aceptación de la ley natural, y la idea de una polis universal, la “cosmópolis” que, aun siendo natural, fuera también política, civilizada, social, suprapersonal. Tal cosmopolitismo tendió a ocupar el lugar de los deberes del ciudadano, precisamente porque la antigua forma de organización había perdido su sentido y faltaba un sustituto firmemente establecido, como llegaría a serlo el Imperio romano.
Por otra parte, para los estoicos, otro aspecto fundamental del ser humano es que somos seres sociales, no solo en el sentido de que nos agrada la compañía de los demás, sino en el de que, en realidad, no podríamos existir sin su cooperación; de allí se desprende la idea de que, cuando hacemos cosas por el bien de la comunidad, al menos indirectamente, nos estamos beneficiando también a nosotros mismos.
Fue un filósofo estoico del siglo II, Hierocles, quien posiblemente mejor sintetizó el pensamiento de la escuela sobre este tema en sus Elementos de ética:
“Cada uno de nosotros está circunscrito por muchos círculos. […] El primero y el más cercano es lo que cada uno describe sobre su propia mente como un centro. […] El segundo a partir de aquí y que se encuentra a mayor distancia del centro, aunque incluye el primer círculo, es aquel en el que se incluyen padres, hermanos, esposa e hijos. […] A continuación está el que contiene a la gente, después el que comprende a los de la misma tribu, después el que contiene a los ciudadanos. […] Pero el círculo exterior y más grande, y que comprende todos los demás círculos, es el de toda la raza humana.”
Según Hierocles, es esto lo que impulsa a los seres humanos a actuar adecuadamente en cada una de esas esferas sociales, atrayendo, a su vez, los círculos hacia el centro.
Pero si volvemos al período de fundación del estoicismo, debemos recordar que a Zenón de Citio le siguieron como sucesores, en este mismo período antiguo, Cleantes de Aso (331-232 a. C.) y Crisipo de Solos (281- 208 a. C), quien llegaría a ser la máxima figura del estoicismo antiguo.
La Stoa media y la Stoa romana
Más adelante, durante el siglo y medio de formación del Imperio romano, tiene lugar la Stoa media, con las figuras de Panecio de Rodas (185-110 a. C.) y Posidonio de Apamea (131-51 a. C).
Suele afirmarse que lo más destacado del período medio es la introducción del estoicismo entre las élites romanas. La sociedad aristocrática de los siglos II y I a. C. valoraba en gran medida los tiempos pasados, e idealizaba la sencillez y la sobriedad de la vida tradicional. Como en el mundo griego, se cuestionaban los lujos y las costumbres actuales, más sofisticadas, que se habían ido introduciendo a medida que la República romana se consolidaba. De este modo, la doctrina estoica, muy favorable a esos puntos de vista, se fue afianzando con éxito, y ganó muchos adeptos.
Finalmente, el período más destacado de esta corriente se da durante la plena vigencia Imperio romano, con figuras que van desde el heterodoxo Séneca (4 a.C- 64 d. C.) y Musonio Rufo (25 -95 d. C.), hasta Epicteto (55- 135 d. C.) y el emperador romano Marco Aurelio (121- 180 d. C.).
Los filósofos de esta etapa del estoicismo llegarían a ser mucho más conocidos que los estoicos antiguos, en gran medida debido a que sus obras, de gran calidad, se conservan en mayor número, pero también porque consolidaron la vigencia del estoicismo como la principal doctrina de las élites romanas. Este período se destaca, además, por su vertiente eminentemente práctica, en la que las consideraciones lógicas, metafísicas o físicas del estoicismo antiguo pasan a un segundo plano para desarrollar, sobre todo, la vertiente ética de la escuela.
Epicteto y la “dicotomía del control”
Epicteto nació Hierápolis, Frigia, hoy Turquía, y ya de niño había sido esclavo de Epafrodito, un administrador de la corte de Nerón, en Roma. Estaba lisiado -no está claro si de nacimiento o a causa de alguna herida recibida-, pero nada de eso le impidió, al serle otorgada su libertad, convertirse en maestro de filosofía, transmitiendo y enriqueciendo lo que había aprendido al asistir a las lecciones del estoico Musonio Rufo.
Breve biografía de Epicteto
https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Epicteto
Epicteto estableció su propia escuela en Roma y enseño allí hasta aproximadamente el año 90 d.C., cuando el emperador Domiciano expulsó a todos los filósofos de la ciudad. Se instala entonces en la localidad de Nicópolis, en Grecia, donde pasará el resto de su vida difundiendo sus ideas filosóficas.
Toda la enseñanza de Epicteto fue transmitida por un alumno suyo, el ensayista e historiógrafo Arriano de Nicomedia, quien transcribió las notas que había tomado de sus lecciones y compiló un breve Manual, el Enquiridión, que parece haber sido diseñado específicamente como un resumen de la filosofía de Epicteto. En la mayor parte de los 53 capítulos que componen este Manual se perciben resonancias de temas que aparecen repetidamente en otra obra de Epicteto, también redactada por Arriano: las Disertaciones.
Por otra parte, se aprecia claramente en estos escritos la gran influencia de Platón, de cuyos diálogos Epicteto toma a Sócrates como figura modelo y fuente de inspiración.
Ahora bien, en la actualidad hay coincidencia en que el fragmento más influyente del Enquiridión, o Manual de Epicteto, es el que se halla en el Capítulo 1 de este particular escrito. Dice el filósofo allí:
“De lo existente, unas cosas dependen de nosotros, otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y no dependen de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación, los cargos y, en una palabra, cuanto no es asunto nuestro.”
Epicteto está presentando aquí la “dicotomía del control”, es decir, la noción básica de que algunas cosas dependen de nosotros y otras no. Una metáfora ofrecida por los propios estoicos, narrada en su momento por Cicerón, puede ayudar a captar mejor esta idea.
En ella nos proponen imaginar a un un arquero que intenta dar en el blanco. El arquero tiene una serie de factores bajo su control: ha tomado la decisión de la frecuencia e intensidad de los entrenamientos que realizará, ha elegido un arco y flecha en función de la distancia y el tipo de blanco, ha apuntado lo mejor que ha podido, y ha escogido el momento preciso en el que debía lanzar la flecha. Sin embargo, la cuestión ahora es: ¿la flecha dará en el blanco? Está claro que eso ya no depende de él.
Porque tanto una ráfaga repentina de viento, como algo que logre interponerse de manera inesperada entre el arquero y el blanco, o como el propio blanco apartándose para evitar ser alcanzado, pueden hacer que la flecha falle en alcanzar el objetivo.
Por eso Cicerón concluía que “acertar en el blanco se puede escoger, pero no se puede desear”, una afirmacióncon un sentido crucial: el arquero estoico ha hecho todo lo que está en su poder para alcanzar su propósito, pero también está dispuesto a aceptar con serenidad la posibilidad de un resultado negativo, porque reconoce que éste no estuvo nunca enteramente bajo su control.
Debemos recordar que el estoicismo se originó y desarrolló en una época de inestabilidad política en la que la vida de las personas podía cambiar radicalmente en un instante, y la muerte le podía llegar a cualquiera, a cualquier edad. Incluso el emperador Marco Aurelio, que vivió en el apogeo del poder romano, en el siglo siguiente al de Epicteto y recibió una fuerte influencia del filósofo griego, tuvo que enfrentar serias adversidades.
Epicteto está afirmando entonces aquí que, en definitiva, lo que distingue a la humanidad de las otras especies es su racionalidad, y que, cuanto más maduramos psicológica e intelectualmente, el equilibrio que buscamos debe alejarse cada vez más de los instintos y dirigirse hacia el razonamiento informado por la observación.
Es cierto que nosotros hoy podríamos discrepar con la enumeración que Epicteto realiza en el capítulo 1, de aquellos aspectos que controlamos y de los que no, ya que la dicotomía que establece puede ser vista como demasiado estricta.
Por ejemplo, el filósofo afirma que controlamos “el juicio, el impulso, el deseo, y el rechazo”, y esto puede parecernos muy optimista de su parte. Y a la inversa, con respecto a aquello que, supuestamente, no podemos controlar, que según Epicteto es “el cuerpo, la hacienda, la reputación y los cargos”, hoy aceptamos que en todos esos aspectos sí podemos influir hasta cierto punto.
Nos podemos ocupar de nuestro cuerpo, por ejemplo, ejercitándonos y comiendo alimentos saludables. También podemos ser organizados con nuestras finanzas, decidir qué adquirimos con ellas y qué no, dentro de nuestras posibilidades. Y, en cierto sentido, podemos incidir en qué clase de persona y profesional somos, a la vez que podemos trabajar, con colegas, amigos y familiares en la actitud de mejorar nuestra reputación frente a ellos.
Sin embargo, precisamente este reconocimiento de lo complejo y matizado del intento de discernir lo que está o no está bajo nuestro control, es lo que justifica la insistencia de los estoicos en que necesitamos entrenarnos en el pensamiento correcto.
Diaíresis y prohaíresis
Para ello, Epicteto recurre a la diaíresis, término que significa “división” y que es una forma de categorización utilizada en filosofía griega antigua que sirve para sistematizar conceptos y llegar a definiciones más precisas. Él recurre a tal división al intentar distinguir lo que está bajo nuestro control de lo que no lo está.
Por su parte, la prohaíresis, alude a que existe un elemento común y esencial que comparten las tres actividades del alma – el deseo, la tendencia a la acción y el juicio-: es decir, la libertad a la hora de elegir una forma de vida. El prefijo “pro” revela un aspecto de primacía, de condición previa absoluta y anterior a cualquier otra cosa. Puede ser traducido como “voluntad” o “libre albedrío”, condición humana esencial, ya que es lo que distingue al ser humano de todos los demás seres vivos.
Según Epicteto, los seres humanos “somos nuestra prohaíresis”; es decir, somos lo que decidimos a través de nuestro libre albedrío, somos lo que elegimos: deseos y aversiones, acciones y, particularmente, nuestros juicios sobre las cosas. Éste es el único terreno propio de la moral.
Lo que para él, al igual que para todos los estoicos, caracteriza al ser humano, entonces, es su núcleo de libertad indestructible, invulnerable, representado precisamente por “aquello que depende de nosotros”, aquello de lo que somos únicos responsables.
La metacognición: pensar sobre cómo estamos pensando
Surge aquí otro aporte central del estoicismo porque, una vez que somos capaces de admitir que las circunstancias externas no están bajo nuestro control, debemos aceptar también que lo que sí está bajo nuestro control es lo que pensamos sobre ellas. Esto nos lleva al reconocimiento de que no son las circunstancias, en rigor, las que generan nuestras emociones, sino lo que nosotros nos decimos sobre ellas.
En otras palabras, los estoicos fueron muy conscientes del valor de la metacognición, es decir, del hecho de que somos capaces de pensar acerca de cómo estamos pensando, para, a partir de allí, de ser posible, corregirlo.
Al aceptar que esta es la “naturaleza de las cosas” estaremos en condiciones de llevar una vida caracterizada por la ataraxia, es decir, la serenidad y el equilibrio, juntamente con la apatheia, el estar libre de alteraciones emocionales.
A su vez, otro concepto clave en este contexto es el amor fati, la aceptación del “destino”, entendido como los hechos tal cual son, la idea de que es mejor mirar de frente las realidades de la vida, con valor. Esa realidad incluye el hecho de que nadie es inmortal, que nadie es “nuestro” en el sentido de propiedad de él o ella. Por lo que debemos disfrutar tanto de nuestras posesiones como de nuestros seres queridos mientras podemos, intentando no darlos por supuestos, dado que ni ellos ni nosotros estaremos aquí para siempre.
Autodominio y control del pensamiento
Si continuamos el recorrido por algunos otros fragmentos del Enquiridión, veremos que se trata, en todos los casos, o bien de recomendaciones de vida, acerca de lo que sí está en nuestras manos, o bien de consejos acerca de cómo pensar sobre aquellas circunstancias que no dominamos.
Ejemplos interesantes del primer caso, es decir, de consejos sobre lo que sí depende de nosotros, son las recomendaciones de autodominio. Como señala Epicteto en el Capítulo 46, donde alude a la importancia de poner en práctica los principios, más que ostentarlos al hablar:
“Entre profanos no te llames a ti mismo filósofo ni hables ni mucho sobre los principios, sino actúa de acuerdo con los principios. Como en un banquete, no hables de cómo se debe comer, sino come como se debe. Recuerda hasta qué punto había apartado en todo Sócrates el afán de ostentación, que venían a él algunos pretendiendo que los presentara a los filósofos y él los acompañaba. Hasta ese punto aceptaba él ser dado de lado. Y si la conversación entre profanos acaba tratando sobre algún principio, calla lo más posible, pues es grande el peligro de que vomites inmediatamente lo que aún no has digerido.”
Como otra forma de autodominio, Epicteto alude a la seriedad y coherencia con que hay que tomar aquello que se decide hacer en la vida. En un fragmento muy interesante del Capítulo 29 señala:
“¿Quieres vencer en Olimpia? ¡Y yo, por los dioses, pues es agradable! Pero mira los preceptos y las consecuencias y, de esa manera, pon manos a la obra.(…) Si no, te estarás portando como los niños, que tan pronto juegan a los luchadores como a los gladiadores, como a tocar la trompeta, como a representar. Así también tú: tan pronto atleta como gladiador, luego orador, luego filósofo, pero nada con toda tu alma, sino que, como el mono, imitas cualquier imagen que ves y cada vez te gusta una cosa [diferente]. Porque en nada te metiste con reflexión ni tras haberlo examinado, sino al azar y con deseo poco ardiente.”
Advertencias como éstas han atravesado el paso de los siglos, ofreciendo la profundidad del consejo estoico a innumerables generaciones. Sin embargo, el ángulo que nos interesa destacar aquí son las afirmaciones en que se nos recuerda que, lo por lo general, lo que nos perturba no es tanto “lo que nos pasa”, como “lo que pensamos sobre lo que nos pasa”. Uno de los pasajes en los que Epicteto presenta la línea general de este argumento es el siguiente, en el Capítulo 5:
“Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible — pues entonces también se lo habría parecido a Sócrates— sino que la opinión sobre la muerte, la de que es algo terrible, eso es lo terrible. Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristezcamos, no echemos nunca la culpa a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones.”
Epicteto solía ilustrar esta idea con el siguiente ejemplo: imaginemos que estoy navegando por el mar; mis ojos perciben su inmensidad, las olas, el cielo, y escucho el ruido del oleaje. Tal es el contenido de mi representación (phantasia) y, por tanto, de lo que se me aparece. A causa de esta representación emito un discurso interior, un juicio: “hay viento”, “el oleaje es fuerte”, “ya no se ve tierra firme”. Hasta aquí se trata de meras constataciones. Pero luego se suceden otras representaciones procedentes de lo más hondo de mí mismo y no de la realidad que contemplo. Así lo dice en las Disertaciones:
“Inclinándome sobre el abismo […], dejando ya de ver tierra firme, siento un extravío y me represento [es decir, me imagino] que habré de tragarme toda esa agua en caso de que naufrague… Entonces, ¿qué me preocupa? ¿El mar? No, mi juicio”.
Las corrientes helenísticas usan el término phantasiai para referirse a las “representaciones”, es decir, la información recibida a través de los sentidos, que se ve reflejada en los pensamientos o, en otros términos, lo que está entre la percepción y el pensamiento e incluye imágenes mentales, sueños y alucinaciones.
Refiriéndose a la representación, ese intermediario crucial que termina incidiendo en nuestras emociones y nuestra actitud sobre un determinado suceso, dice Epicteto en el Capítulo 20:
“Recuerda que no ofenden el que insulta o el que golpea, sino el opinar sobre ellos que son ofensivos. Cuando alguien te irrite, sábete que es tu juicio el que te irrita. Por tanto, intenta primero no ser arrebatado por la representación. Si consigues una sola vez dilatarlo en el tiempo, te dominarás más fácilmente.”
Es decir que, si nos atenemos a la percepción de la realidad tal como ésta se nos muestra -evitando el juicio apresurado y frecuentemente negativo- y si, además, tenemos siempre presente el principio según el cual “el único mal posible para nosotros es el mal moral”, surgido, ese sí, de lo que depende de nosotros, tal vez no podamos suprimir la emoción instintiva del miedo o del enojo, sostienen los estoicos, pero sí mantendremos la racionalidad del juicio y la serenidad espiritual.
En suma, el estoicismo es frecuentemente malinterpretado como una filosofía pasiva; pero la resignación va en contra, no sólo de lo que los propios estoicos afirmaban, sino también de lo que practicaban. Los más importantes estoicos fueron maestros, políticos, generales y emperadores, es decir, el tipo de personas que no podían permitirse caer en la resignación fatalista. Por el contrario, fueron lo bastante sabios como para plantear la distinción entre sus objetivos internos, sobre los que notaban que tenían control, y los resultados externos, sobre los que advirtieron rápidamente que podían intentar influir pero no controlar completamente.
Las Terapias Cognitivo Conductuales
Tenemos ya, entonces, los elementos necesarios para apreciar que, efectivamente, los estoicos ofrecieron, hace más de dos milenios, el principio básico que sería recuperado por las líneas de Psicología Cognitivo Conductual: la importancia de la metacognición a la hora de conducir de mejor manera nuestra vida. Es decir, la importancia de poner especial atención en cómo estamos pensando sobre lo que nos pasa, más que en los sucesos en sí mismos.
De este modo, aunque en la actualidad los modelos cognitivos aceptan, evidentemente, la existencia de una causalidad multidimensional a la hora de abordar toda psicopatología, los procesos cognitivos son considerados como los factores determinantes del comportamiento.
Las terapias cognitivas son diversas, y tienen orígenes dispares; poseen diferencias epistemológicas y técnicas entre ellas; no obstante, han sido agrupadas bajo la designación común de “técnicas o terapias cognitivo conductuales”, dentro de las cuales tanto Albert Ellis como A.T. Beck son, aún hoy, figuras de referencia incuestionables.
La Terapia Racional Emotivo Conductual de Albert Ellis
Albert Ellis (1913-2007) es el creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual, una estrategia cuyo objetivo es conseguir una filosofía vital más racional y adaptada, a fin de alcanzar mayores niveles de bienestar y felicidad en la vida. Ellis comenzó trabajando en el psicoanálisis, pero sus resultados no le dejaban satisfecho. Poco a poco fue replanteándose su estilo de terapia para pasar a centrarse, célebremente, en la conduccción de los pacientes hacia la revisión y modificación de su propio “diálogo interno”.
Poco a poco el nombre de la terapia que Ellis desarrollaba fue cambiando de “terapia racional” a “terapia racional emotiva” y finalmente a “terapia racional emotivo conductual” (TREC), pretendiendo reflejar en él la incorporación progresiva de técnicas y estrategias que hacen hincapié en los aspectos cognitivos, emocionales y conductuales.
Según esta línea de trabajo, cuando la vida no nos da lo que buscamos, sufrimos frustraciones. Estos pequeños o grandes tropiezos pueden darse en nuestra vida familiar, laboral, relacional, de salud, etc. Cuando sufrimos tales bloqueos en nuestros objetivos, podemos responder básicamente de dos formas: con una respuesta sana y útil o con una malsana e inútil.
Esta línea de trabajo lleva a Ellis desarrollar su “modelo ABC”, un formato sencillo que permite enseñar fácilmente a los pacientes cómo sus pensamientos o creencias originan sus respuestas emocionales y, como consecuencia de éstas, sus respuestas conductuales. Desarrollado un poco más, el modelo se presenta de este modo:
A. Hecho: sucede algo.
B. Creencia: pensamientos de valoración sobre lo que ha pasado.
C. Emoción: reacciones emocionales a B.
Según este modelo ABC, entonces, no es la situación A la que causa la reacción emocional C. Es B, en rigor, es decir, la creencia, lo que causa C. De manera que, en esta forma de terapia se utilizan los términos “racionalidad” e “irracionalidad” para referirse a las creencias, pensamientos o evaluaciones que hace el paciente. La irracionalidad alude a aquellos pensamientos que son rígidos y extremos, ilógicos, y que no son consistentes empíricamente con la realidad.
Así, según Albert Ellis, en último término todas esas “creencias irracionales” se pueden reducir a tres. Cada una de ellas contiene una exigencia dogmática y absoluta acerca de nosotros mismos, los demás y el mundo.
Las tres exigencias absolutistas son:
1. “Yo debo hacer las cosas bien y ganarme la aprobación de los demás. En caso contrario, soy una mala persona”. Esta primera creencia a menudo conduce a la ansiedad, la depresión, la vergüenza y la culpa.
2. “Los demás deben tratarme bien. Deben ser amables y justos conmigo. Deben tratarme como yo quiero. En caso contrario, son malas personas”. Esta segunda creencia, sostiene, a menudo conduce a la ira, la agresión pasiva y los actos de violencia.
Y 3. “El mundo debe darme lo que quiero y no lo que no quiero. En caso contrario, es terrible y no lo puedo soportar”. Esta tercera creencia a menudo conduce a la autocompasión y la postergación.
La meta de la terapia es, evidentemente, el paso de esas emociones malsanas e inadaptadas a otras más razonables. Y la herramienta terapéutica básica para este cambio es el debate, disputa, discusión o argumentación racional a través de preguntas que desafían las creencias irracionales y sus derivaciones.
Para Ellis, los factores que explican la permanencia de las creencias irracionales una vez adquiridas son:
Baja tolerancia a la frustración: La persona, siguiendo sus exigencias de bienestar, practica un hedonismo a corto plazo (“Tengo que estar bien ya!” ) que le hace no esforzarse por cambiar.
Mecanismos de defensa psicológicos: Derivados de la baja tolerancia a la frustración y de la intolerancia al malestar. Se trata de estrategias psicológicas que la persona utiliza inconscientemente para protegerse de la ansiedad que producen ciertos pensamientos y sentimientos.
Síntomas secundarios: Derivados, a su vez de todo lo anterior, consisten en “estar perturbados por la perturbación”, por ejemplo, se siente ansiedad por estar ansioso: “Estoy ansioso y no debería estarlo”.
De modo que ser “racional” como querían los estoicos, en este tipo de terapia, implica que, al modificar, a través de una reestructuración cognitiva, ese diálogo interno, la forma de actuar del paciente se volverá más adaptable y mesurada, más lógica y acorde con lo que pasa en la realidad.
La Terapia Cognitiva de Aaron Beck
Por su parte, Aaron Beck propone su Terapia Cognitiva en los años sesenta para el tratamiento de la depresión. Luego, su ámbito de trabajo se va extendiendo y ampliando hacia otros tipos de problemáticas psicológicas. Esta terapia tiene mucho en común con la de Ellis y su filosofía básica es similar.
En la Terapia Cognitiva se consideran tres niveles de pensamiento. Pensamientos automáticos, es decir, el nivel más superficial y al que es más fácil acceder. Interesan en particular los pensamientos negativos más perturbadores. Luego están las creencias intermedias y, finalmente, las creencias nucleares, es decir, los esquemas globales más profundos, acerca del yo, los demás y el mundo. Se asume, a su vez, que pensamientos, emociones, conductas, fisiología y circunstancias se retroalimentan, de manera que una acción positiva en uno de estos elementos provocará un cambio en todos los demás.
Este tipo de terapia se centra, entonces, en modificar inicialmente los pensamientos automáticos, hasta llegar a las creencias nucleares de la persona a fin de mejorar su funcionamiento mental. Por otra parte, se asume aquí que el paciente -o cliente- tiene la capacidad de considerar sus creencias como hipótesis y que, en una actitud semejante a la del científico, que modifica tales hipótesis en función de la información que recibe de la experimentación, es capaz de poner tales creencias a prueba.
Así, la idea básica es, aquí, que los seres humanos no somos unos receptores pasivos de los sucesos, sino que contribuimos activamente en la construcción de nuestra realidad, lo que explica por qué el mismo “hecho” puede provocar reacciones emocionales tan distintas en diferentes personas.
En suma, las diferencias están condicionadas por la forma en que cada persona interpreta el hecho, muchas veces a través de modos distorsionados de procesamiento mental denominados “sesgos o distorsiones cognitivas”, en la medida en que abonan el pensamiento irracional y las emociones perturbadoras.
Los más frecuentes son:
Pensamiento polarizado o dicotómico
En general orientado a ver el polo negativo. No se ven los grises, los valores intermedios, cuando, en rigor, rara vez algo es completamente bueno o completamente malo. Por jemplo: “Todo me sale ma”, “Nadie me tiene en consideración”, “Estás conmigo o contra mí”.
Sobregeneralizaciones del tipo “siempre” o “nunca”
Muy conectado con el anterior, es inexacto ya que de situaciones puntuales generalizamos al decir que es constante o permanente: “Siempre fallo cuando lo intento”, “Nunca consigo acertar”, “Jamás voy a encontrar una pareja adecuada”.
Lectura del pensamiento
Es la forma en la que nos aseguramos como cierto lo que nosotros creemos que los demás están pensando negativamente de nosotros: “Lo dijo porque se burlaba de mí”, “Van a pensar que soy un aprovechado”,“No les va a gustar que haga eso”.
Adivinación del futuro
Adelantarse a lo que sucederá, viéndolo siempre de manera negativa. Contribuye a evitar situaciones, a evadirse: “Acabará dejándome”, “Fracasaré haga lo que haga”,“La voy a pasar muy mal”, “No me van a recibir bien”.
Etiquetado
Como el nombre lo indica, es la tendencia a catalogar personas, cosas o situaciones, por lo general de manera negativa lo que conduce a evitar experiencias nuevas, personas o a asumir desafíos o, simplemente a enfrentar la realidad: “Soy un desastre”, “El mundo es injusto”, “La gente es mala”, “Es un inútil”, “Soy un perdedor”.
Magnificación o catastrofismo
Es la tendencia a dramatizar sucesos que, puestos en perspectiva no justifican esa exagerada apreciación: “Es tremendo que me haya pasado esto”, “Se viene el desastre”, “Todo lo peor me pasa a mí”.
Descartar lo positivo
Es la tendencia a desvalorizar los aspectos positivos y enfocarse exclusivamente en lo negativo de la realidad: “Que me elogiaran no tiene importancia, lo hacían por cumplir”,“Me salió bien de milagro, ni yo sé por qué”.
Razonamiento emocional
Es la actitud constante de sacar colusiones en base a la emoción. Por ejemplo, porque estoy deprimido deduzco que soy incompetente. Es decir, si siento algo, significa que es cierto. “Me siento inútil, ¡por algo será!”, “Siento que nadie me quiere, estoy sola en el mundo…”.
“Deberías” o pensamientos acusatorios
Son exigencias, acusatorios, demandas, sumamente severas consigo mismo y con los demás: “¡Todos deberían hacer mejor su trabajo!”,“¡Deberían tratarme de otra manera!”
Personalización
Es el hecho de inferir que los demás están pensando en que, por lo general, uno es “culpable” de lo que ocurre: “El factor problemático acá soy yo”, “Mi madre está enojada conmigo porque…”,“No me saludó en la calle porque sabe que yo…”
Y finalmente, uno de los conceptos centrales de las terapias cognitivas en general, la noción de
Sesgo de confirmación
Se trata del filtro mental que implica aceptar solamente aquella información que valida nuestra forma de pensar, nuestra creencias preestablecidas. Y si bien se dan de manera muy acentuada en las psicopatologías, es posible observar que todos, en mayor o menor medida, lo vivenciamos.
A este sesgo apelan, precisamente, los “filtros de burbuja” a los que nos vemos sometidos en la actualidad. Es decir, la edición algorítmica propia del mundo virtual, que, buscando maximizar la probabilidad de captar la atención del usuario en cuestión, le ofrece ver solo aquello en lo que ya se ha mostrado interesado, reforzando así su sistema de creencias previas. No otra cosa explica hoy las tan marcadas polarizaciones ideológicas, e incluso la notoria proliferación de teorías conspirativas.
Pero entonces, ¿cuál es el problema de todas estas formas de pensamientos automáticos distorsionados? Que nos los creemos como si fueran “la realidad” cuando, por lo general, son sólo conjeturas, errores lógicos, o exageraciones. De modo que, para estas corrientes, que sólo podemos intentar acceder algo más cercano a tal “realidad”, sometiendo a prueba nuestras conclusiones infundadas, y basándonos en evidencias favorezcan una verdadera reestructuración cognitiva.
Así, más allá, de otros múltiples factores involucrados, como los genéticos, ambientales, de crianza, de educación, etc., que intervienen, evidentemente, en hacer de nosotros lo que somos, la pregunta que vincula a los estoicos con algunas de las corrientes psicológicas más relevantes de nuestro tiempo parece ser:
“¿Qué me estoy diciendo a mí mismo?”
Referencias
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Hazlitt, F., Hazlitt, H., Bas, M. (2019). La sabiduría de los estoicos: Selecciones de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Instituto Mises.
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Pigliucci, M. (2018). Cómo ser un estoico. Barcelona: Ariel.
Ruiz, M. Díaz, J. Villalobos, A. (2012). Manual de técnicas de intervención cognitivo conductuales. Desclée de Boruwer.
Epicteto, Manual (Enquiridión) https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2022/11/epicteto-manual-gredos.pdf
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