En esta entrada sobre el “mito de Eros”, en El Banquete (Sympósion) de Platón, recorremos los momentos centrales de esta gran obra del filósofo griego, en la que se destaca la célebre narración del mito sobre el Amor. El Banquete ha sido calificado por la gran mayoría de sus estudiosos como la obra maestra de Platón, siendo considerado también el diálogo platónico más ameno y el más identificado con el espíritu de su tiempo.
Platón: vida y obra https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Plat%C3%B3n
Este dialogo consiste en un relato puesto en boca de Apolodoro, quien, a su vez, remite a lo que le habría contado un testigo ocular del suceso que tendrá lugar aquí, es decir, Aristodemo. Se alude a una velada en casa de Agatón, a raíz de que éste gana el primer premio en un muy conocido concurso de tragedias que se había instaurado en Atenas. El evento suele establecerse como ocurrido en el año 416 a. C., aunque la conversación de Apolodoro con sus amigos se daría unos años después, en el 400 a. C, y, a su vez, el diálogo fue escrito por Platón entre los años 384-379 a. C., como rememorando ese pasado.
El Banquete puede considerarse también como una continuación del Protágoras, dado que todos los grandes oradores del diálogo (a excepción de Aristófanes) están presentes como personajes silenciosos en él. Se trata de Fedro, Pausanias, Erixímaco, el renombrado Aristófanes, Agatón, el propio Sócrates, y, finalmente, hará su entrada y su alegato el estadista y militar Alcibíades.
La originalidad del Banquete se pone de manifiesto en que no se trata de un diálogo en sentido usual, con el típico método socrático de preguntas y respuestas (éste sólo tiene una fugaz aparición en la refutación de Sócrates a Agatón), sino que consiste en un gran intercambio de discursos sobre un tema determinado: “el Amor”, si Eros es un dios, y qué papel que juega en la vida humana. En consecuencia, se trata de un duelo de argumentaciones, un certamen de palabras, en el que los discursos y contradiscursos representan opiniones contrarias o complementarias que van perfilando y matizando el tema en cuestión. Pero, por encima de todo, el Banquete nos presenta el primer tratamiento extenso de la doctrina Platón en relación con este poder unitivo y vinculante.
El Banquete
Al comienzo del relato de esa noche, dice uno de los invitados, Erixímaco, que es Fedro quien le había estado diciendo una y otra vez con indignación:
“¿No es extraño, Erixímaco, que, mientras algunos otros dioses tienen himnos compuestos por los poetas, a Eros, en cambio, que es un dios tan antiguo y tan importante, ni siquiera uno solo de tantos poetas que han existido le haya compuesto jamás encomio alguno? Pienso, por lo tanto, continúa Erixímaco, que cada uno de nosotros debe decir un discurso, de izquierda a derecha, lo más hermoso que pueda como elogio de Eros, y que empiece primero Fedro, ya que también está situado el primero y es, a la vez, el padre de la idea.”
Fedro
En primer lugar, entonces, toma la palabra Fedro, un joven proclive a cultivar la amistad de los médicos y a seguir dócilmente sus consejos. En su discurso da muestras de una erudición y formación libresca que queda a la vista en las citas que hace de Homero, Hesíodo, Acusilao y Parménides, así como su crítica a Esquilo. En realidad, su relato, como los que le siguen, revela la maestría de Platón en la imitación y la parodia literarias de los tipos espirituales representados y de sus correspondientes estilos.
Fedro cita abundantemente, al modo de los sofistas, las sentencias de los poetas antiguos y da una genealogía mítica de Eros como el más antiguo de todos los dioses, apoyándose para ello en la autoridad de Hesíodo y de otras fuentes teogónicas. Así, para él, se trata de una gran divinidad, una fuerza primordial que impulsa a los seres humanos y también a los dioses a realizar importantes gestas y acciones nobles. Dice Fedro entonces que el amor produce:
“… la vergüenza ante las feas acciones y el deseo de honor por lo que es noble, pues sin estas cualidades ni una ciudad ni una persona particular pueden llevar a cabo grandes y hermosas realizaciones. Es más, afirmo que un hombre que está enamorado, si fuera descubierto haciendo algo feo o soportándolo de otro sin defenderse por cobardía, visto por su padre, sus compañeros o por cualquier otro, no se dolería tanto como si fuera visto por su amado.”
En suma, Fedro sostiene que el amor puede inspirar a las personas a superar obstáculos y alcanzar logros extraordinarios. Y, a su vez, aquellos que son amados por otros se sienten motivados a ganar la admiración y el respeto de éstos, a la vez que remarca la necesidad de los enamorados permanecer unidos eternamente, incluso después de la muerte.
Pausanias
En segundo lugar toma la palabra Pausanias, quien intenta completar la intervención de Fedro expresando que Eros no es un dios unitario, de la misma manera que hay dos Afroditas, la “celeste” (Urania) y la “popular” (Pandemo). Sostiene, por tanto, que la Afrodita popular, que representa un tipo de amor como impulsado principalmente por el deseo físico y la gratificación personal, es egoísta y busca simplemente la satisfacción efímera de los placeres carnales.
Pero luego está la Afrodita celeste, que representa un amor sagrado, celestial, visto como más noble y virtuoso. Se basa en una conexión más profunda entre las almas y se preocupa por el bienestar y la virtud del amado. Pausanias argumenta que el “amor común” debe ser regulado y controlado por la ley para evitar el abuso y la explotación. En cambio, se muestra como un ardiente defensor de la pederastia, aunque guardando los modales y con gran habilidad en el manejo de los términos. Así, expresándose de forma que hoy podría resultarnos polémica en diversos sentidos, pero que responde a la sensibilidad de la Grecia clásica más aristocrática, afirma Pausanias:
“El Eros de Afrodita Pandemo es, en verdad, vulgar y lleva a cabo lo que se presente. Éste es el amor con el que aman los hombres ordinarios. Tales personas aman en primer lugar, no menos las mujeres que los hombres, en segundo lugar, aman en ellos más los cuerpos que sus almas y, finalmente, aman a los menos inteligentes posible, con vistas sólo a conseguir su propósito, despreocupándose de si la manera de hacerlo es bella o no.”
“El otro, en cambio, procede de Urania, que, en primer lugar, no participa de hembra, sino únicamente de varón y es éste el amor de los mancebos y, en segundo lugar, es más vieja y está libre de violencia. De aquí que los inspirados por este amor se dirijan precisamente a lo masculino, al amar lo que es más fuerte por naturaleza y posee más inteligencia.”
“Éste es el amor de la diosa celeste, celeste también él y de mucho valor para la ciudad y para los individuos, porque obliga al amante y al amado, igualmente a dedicar mucha atención a sí mismo con respecto a la virtud. Todos los demás amores son de la otra diosa, de la vulgar. Esta es, Fedro – dijo- la mejor contribución que improvisadamente te ofrezco sobre Eros.”
Según el orden de la ubicación, aquí le hubiera tocado hablar a Aristófanes pero, introduciendo un momento de comedia, Platón propone una situación en la que el comediógrafo tiene un ataque de hipo, por lo que le pide consejo al médico Erixímaco para quitárselo, a la vez que le pide que y mientras se le pasa tome él la palabra.
Erixímaco
Continúa, entonces, con el uso de la palabra Erixímaco, un médico cuya prudencia se pone de manifiesto en su consejo de beber moderadamente, no perdiendo nunca ocasión de manifestar con cierta pedantería sus conocimientos médicos, especialmente en relación con la borrachera y con el hipo. No obstante, tiene un papel importante en el diálogo ya que, entre o tras cosas, es el causante directo del debate sobre Eros, y en todo momento se muestra como el moderador de la reunión.
Erixímaco da, así, su posición sobre Eros abordando el tema del amor desde una perspectiva médica y cósmica, enfatizando la noción de equilibrio y armonía. Su enfoque en el amor se distingue por su intento de integrar la medicina y la filosofía, buscando una comprensión global de éste en todas sus manifestaciones.
Comienza, entonces, explicando que no se trata solo de un fenómeno humano, sino que también se manifiesta en la naturaleza y en el universo. Es una fuerza universal que influye en todas las cosas, desde las plantas hasta los seres humanos y los dioses. Como médico, Erixímaco sostiene que el Eros debe ser entendido como un equilibrio entre opuestos: lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo saludable y lo enfermizo, buscando un balance en todas las cosas. Erixímaco argumenta también que Eros puede ser visto como un proceso curativo. Cuando el amor está desequilibrado o mal dirigido, puede llevar a la enfermedad y al sufrimiento. La tarea del médico es, entonces, ayudar a restaurar el equilibrio y la salud en el amor. Dice:
“La medicina, pues, como digo, está gobernada toda ella por este dios y, asimismo, también la gimnástica y la agricultura, y que la música se encuentra en la misma situación que éstas, resulta evidente para todo el que ponga sólo un poco de atención…”
Aristófanes y el “Mito del andrógino”
Cuando ya se le había pasado el hipo, Aristófanes pudo presentar su llamativo discurso. Ha sorprendido su presencia en este banquete teniendo en cuenta la dura descripción que había hecho de Sócrates en su famosa obra Las Nubes. De modo que se ha llegado a interpretar que Platón lo presenta aquí para que esté presente y oiga, de boca de Alcibíades – cuando éste presente su elogio al filósofo- la verdadera naturaleza de Sócrates tal como Platón considera que es en realidad.
Así, Aristófanes es el encargado de presentar el hoy célebre “mito del andrógino”. Se trata de una narrativa de tono mitológico que explora la naturaleza original de los seres humanos y su búsqueda de completitud en el amor. No obstante, Aristófanes es un conocido comediógrafo ateniense, por lo que aún hoy hay discusiones acerca de si este relato Platón lo presenta de manera burlona, con humor e ironía, o lo adelanta aquí como una de las interpretaciones más profundas que pueden hacerse sobre la cuestión.
Lo cierto es que Aristófanes relata que, originalmente, había tres tipos de seres humanos: varón- varón, mujer-mujer y los andróginos, es decir, una combinación de varón y mujer. Todos ellos eran redondos, poseían dos caras, cuatro brazos y piernas, y eran extremadamente poderosos. Al ser tan poderosos, desafiaron a los dioses. En respuesta, Zeus los dividió en dos mitades, condenándolos a buscar su otra parte para completarse nuevamente. Desde entonces cada persona busca inconscientemente su otra mitad. Y este deseo de reunificación es lo que impulsa el amor y la atracción entre los seres humanos. Dice, entonces, para cerrar su relato:
“Por consiguiente, si celebramos al dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos procura los mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro las mayores esperanzas de que, si mostramos piedad con los dioses, nos hará dichosos y plenamente felices, tras restablecernos en nuestra antigua naturaleza y curarnos.”
De manera que Aristófanes enfoca el problema en toda su extensión, no sólo como el amor entre dos seres de distinto sexo, sino bajo todas las formas en que se presente. Se afirma también que, de entre las consecuencias que se derivan de este mito, está el hecho de que deja traslucir que los seres humanos buscan juntos no sólo la satisfacción de su impulso, sino siempre algo más, que no saben precisar y que probablemente nunca llegan a colmar, aspecto considerado como una de las ideas más importantes del diálogo y, para algunos, como lo más hondo que ha sido dicho por un escritor antiguo sobre la cuestión.
Tal vez esto se deba a que -como también ha sido señalado-, al aludir a lo que se ha perdido y, por tanto, se pretende volver a encontrar, el mito del andrógino está haciendo una velada anticipación al discurso de Sócrates, al referirse, aunque de modo difuso, a la “persecución del bien”, que es lo que en definitiva significa para Platón el verdadero amor humano.
En suma, el tema central aquí coincide no solo con el que se evidenciará en el discurso principal de El Banquete (que aparecerá en último lugar), sino también con el Fedro, tras la idea de que el amor hace desear mantener el objeto de amor por siempre, al igual que querrían los enamorados permanecer unidos eternamente, incluso después de la muerte.
El amor, por lo tanto, significa no sólo deseo y unión carnal, sino también afecto, intimidad, amistad, armonización y enlace de las almas, además del de los cuerpos, yendo más allá de lo inteligible. Por lo que en este mito de Aristófanes sobre el origen de los seres humanos prevalece el elemento afectivo, lo relativo a los sentimientos, sobre todo lo demás.
Agatón
Toca entonces el turno al anfitrión de la velada, el poeta Agatón, quien tendría poco más de treinta años cuando obtuvo su primera victoria teatral en 416 a. C. Perteneciente a una de las grandes familias atenienses, goza de una alta posición social y de gran popularidad, además de ser un hombre de excepcional belleza.
Agatón se propone, así, completar aspectos omitidos por los anteriores oradores, y por este motivo se centra fundamentalmente en la naturaleza misma del dios Eros, para pasar luego a describir sus dones a los hombres. Su discurso sobre el amor es, por tanto, esperado con gran expectativa debido a su reputación como un experto en la belleza y la poesía.
Agatón describe, entonces, al amor como un dios joven y hermoso, que se aleja de la vejez y se une a la juventud. Lo presenta como una divinidad que no solo posee belleza física, sino que también es la fuente de toda belleza espiritual y moral. Para Agatón, el amor es la causa y el principio de todo lo bello en el mundo, un poderoso impulso que motiva a las personas a buscar la excelencia y la perfección en todas las cosas. Es una fuerza que eleva y ennoblece a aquellos que son inspirados por él, llevándolos hacia la virtud y la realización personal.
Se ha sugerido, incluso, que Agatón asigna a Eros rasgos esenciales que corresponden más a la persona digna de ser amada que a la que se halla arrebatada por el amor, y así, en su relato de Eros, parece estar presentando, con clara actitud narcisista, su propia imagen. Eros sería, de este modo, el más feliz, el más hermoso y el mejor de todos los dioses; es joven, fino y delicado, y sólo habita en lugares floridos y perfumados, además de poseer todas las virtudes: justicia, prudencia, valentía, sabiduría…
No obstante, Patón está dejando entrever que es éste un discurso bastante pobre de contenido para un poeta tan renombrado, aunque haya puesto sumo cuidado en el manejo de las palabras. Por lo que se ha sugerido que coloca intencionalmente este discurso como trasfondo inmediato para el de Sócrates, ubicando al refinado poeta como contraste con el filósofo, que le superará infinitamente tanto en la fuerza interior de su pasión como en la profundidad de su conocimiento del amor. Platón nos dice, finalmente, con ironía, que las palabras de Agatón fueron, sin embargo, acogidas con un estruendoso aplauso, posiblemente en señal de cortesía con el anfitrión…
Sócrates
Llega entonces el tan esperado momento en el que debe tomar la palabra Sócrates, quien manifiesta sentirse turbado por tener que hablar después de “tan bello discurso”. Pero además, afirma que él siempre pensó que, para hacer una genuina alabanza, se debe intentar primero hablar con la verdad. Por lo que, dirigiéndose al médico Erixímaco, le advierte que lo hará de esa manera, con el recurso a la verdad, un aspecto que parecen haber olvidado los anteriores comensales.
De este modo, Sócrates comienza su alocución con una breve interrogación a Agatón, lo que le dará pie para formular el resto de su argumentación. Sócrates le objeta al joven que el amor tenga que ser necesariamente bello, así como ser un ser amado por todos, sino que él sugiere que al ser el amor tiene que ser visto como el amor de algo, es decir, como una figura relacional. Lleva entonces a Agatón a concederle que, así como un padre, para ser padre, tiene que ser padre de un hijo o una hija, el amor es amor de algo y no una cosa completa, acabada,el amor autosuficiente. Pero, entonces, dado que es amor de algo, lo desea, y por tanto no lo posee. Así, si Eros ama y desea la belleza y el bien eso claramente significa que Eros mismo no puede ser bello ni bueno.
Sócrates comienza, entonces, su propio relato diciendo algo que ha sorprendido también a la crítica posterior, esto es, que lo que va a contar él también lo ignoraba, pero que se lo habría presentado una figura femenina, la sacerdotisa Diotima de Mantinea, que habla muy bellamente también y con gran ingenio e inteligencia.
La teoría del amor que se desarrolla en el diálogo Sócrates-Diotima representará, por tanto, la fase final de todas las intervenciones precedentes, matizando y complementando las tesis de los oradores anteriores. Ha sido notado que, mientras que éstos procedían algo confusamente, partiendo de los caracteres particulares de Eros para pasar luego a sus componentes esenciales, la conversación Sócrates-Diotima empieza con la definición de Eros y se dedica luego a estudiar sus efectos o manifestaciones en la vida humana.
Ella le hace ver, en principio, las fallas del argumento al modo de Agatón -que también Sócrates sostenía- llevándolo a admitir que el amor no es ni bello ni bueno. Pero esto no significa, según Diotima, que el amor tenga que ser necesariamente feo y malo, puede ser algo neutral, del mismo modo que lo que no es sabio no necesariamente tiene que ser algo completamente ignorante. La recta opinión, por ejemplo, es un saber intermedio. Porque aunque se trata de opinión verdadera, le faltan las razones para lograr justificarla…
Sócrates le recuerda entonces que, sin embargo, todo el mundo afirma que Eros es un gran dios… Pero, ¿y si no fuera un dios?, le responde ella, dado que no es ni dichoso ni bello y ellos lo son. Pero entonces, ¿el amor es mortal? pregunta Sócrates. No, dice ella, es algo entre lo mortal y lo inmortal, es un “demon”, es intérprete y mediador entre dioses y hombres. A lo que Sócrates pregunta a qué padres debe su nacimiento, y esto es lo que da el pie para que Diotima narre el “mito de Eros”.
El “mito de Eros”
“Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y entre otros, estaba también Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar – pues aún no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros.
Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, siempre es pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre.
Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista.
No es por naturaleza inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia.
Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.- ¿Quiénes son, Diotima, entonces – dice Sócrates- los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes? – Hasta para un niño es ya evidente, dijo, que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales estará también Eros.
La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento, ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e indigente.
Ésta es, pues, querido Sócrates, la naturaleza de este demon. Pero, en cuanto a lo que tú pensaste que era Eros, no hay nada sorprendente en ello. Tú creíste, según me parece deducirlo de lo que dices, que Eros era lo amado y no lo que ama. Por esta razón, me imagino, te parecía Eros totalmente bello, pues lo que es susceptible de ser amado es también lo verdaderamente bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por dichoso, mientras que lo que ama tiene un carácter diferente, tal como yo lo describí.”
Sócrates y Diotima continúan, entonces, el diálogo, y éste le pregunta que función cumple, entonces, Eros para los hombres. A lo que ella responde preguntando: “Sócrates, el que ama las cosas bellas desea, ¿qué desea?”. “Que lleguen a ser suyas”, dice él. Y esto exige la siguiente pregunta: “¿qué será de aquel que haga suyas las cosas bellas?”
Ante la turbación de Sócrates ella le propone imaginar un cambio y emplear la palabra “bueno” en lugar de “bello”. Así, “el que ama las cosas buenas desea, pero ¿qué desea?”. Y él responde: “Que lleguen a ser suyas”. “¿Y qué será de aquel que haga suya las cosas buenas?”, pregunta ella. Esto ya considera Sócrates que puede contestarlo más fácilmente: “que será feliz”, dice. Y ambos están de acuerdo en que esa voluntad y ese deseo, es común a todos. Y que no sólo se trata de poseerlo, sino también poseerlo siempre.
De este modo concluyen que el amor es, en resumen, “el deseo de poseer siempre el bien”. Y entonces, sorprendiéndolo, Diotima le dice a Sócrates que esto está vinculado con una “procreación en la belleza”, tanto según el cuerpo como según el alma. Se trata del “amor de la generación y procreación en lo bello”. A lo que él pregunta: “¿por qué precisamente de la generación?”. Y ella responde que esto se debe a que “la generación es algo eterno e inmortal en la medida en que pueda existir en algo mortal”.
Entonces Diotima le hace ver a Sócrates en qué terrible estado se encuentran todos los animales, los terrestres y los alados, cuando desean engendrar; le recuerda cómo todos ellos están enfermos y amorosamente dispuestos, en primer lugar, en relación a vincularse entre sí, pero luego en relación con el cuidado de la prole. Le señala cómo por ella están dispuestos a luchar, e incluso a morir, y cómo ellos mismos están consumidos por el hambre para alimentar a esa prole y así hacen todo lo demás. Es que ser inmortal en el aspecto corporal sólo se puede serlo de esta manera, dice ella, por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo. “Por este procedimiento, Sócrates -sintetiza- , lo mortal participa de inmortalidad”. Y agrega:
“En consecuencia, los que son fecundos según el cuerpo se dirigen preferentemente a las mujeres y de esta manera son amantes, procurándose mediante la procreación de hijos inmortalidad, recuerdo y felicidad, según creen, para todo tiempo futuro. En cambio, los que son fecundos según el alma, pues hay, en efecto, quienes conciben en las almas aún más que en los cuerpos lo que corresponde al alma concebir y dar a luz, engendran el conocimiento y cualquier otra virtud, de las que precisamente son procreadores todos los poetas y de cuantos artistas se dice que son inventores.”
Y, a partir de aquí, Diotima hace un recorrido que luego sintetiza presentando la célebre escala del amor. Dice entonces:
“Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí.”
En este período de la vida, querido Sócrates -dijo la extranjera de Mantinea-, más que en ningún, otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. ¿Acaso crees -dijo- que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía?¿No crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo, inmortal también él?”
De este modo, la definición de Eros de labios de Diotima es la más cercana a los puntos de vista de Platón sobre la naturaleza del amor, cuyas tres notas más características son: que amor es todo deseo de cosas buenas y de felicidad, que amor es desear que lo bueno sea de uno para siempre y que amor es procreación en la belleza tanto corporal como espiritual. Pero, además, este deseo de inmortalidad del hombre, producto en el fondo de la naturaleza intermediaria de Eros, necesita de un aprendizaje que se traduce en una serie de etapas sucesivas que conducen a la contemplación de la “Belleza en sí”, realmente independiente de las bellezas particulares.
Más específicamente, entonces, todo eros espiritual es anhelo de eternizarse en una hazaña o en una obra amorosa de creación propia que perdure y siga viviendo en el recuerdo de los hombres. Todos los grandes poetas y artistas han sido procreadores de esta clase, y lo son también, de la forma más elevada posible, los creadores y modeladores de la comunidad, que si encuentran un “alma bella”, noble y bien conformada, la reciben con los brazos abiertos a fin de ofrecerle discursos sobre la areté, sobre la conformación que un hombre excelente debe tener, sobre lo que debe hacer y dejar de hacer: en otras palabras, intenta educarlo.
Homero, Hesíodo, Solón y Licurgo, son para Platón los representantes supremos de este eros en Grecia, dado que con sus obras han engendrado en los hombres mucha virtud. Platón considera, así, que hay una profunda vinculación entre la paideia que brota del eros y la areté.
Esta evolución comienza ya en la temprana juventud con la admiración de la belleza física de cada ser humano, que inspira a quien la ve y lo lleva a realizar “nobles discursos”. Pero entonces el verdadero discípulo del eros se da cuenta de que la belleza de un cuerpo es afín a la del otro, y esto le lleva a amar la belleza en todos y a ver en ellos una sola y única belleza, con lo cual se va atenuando la relación de dependencia con respecto a determinado individuo, hacia la captación del sentido de la Belleza en sí.
Pero, en definitiva, para Platón Eros representa la figura del filósofo que aspira al conocimiento, dado que reconoce que no sabe y siente la necesidad de conocer. El filósofo, ocupa, así, un lugar intermedio entre la sabiduría y la ignorancia, y por eso sólo él es apto para el verdadero conocimiento y se esfuerza sinceramente en adquirirla. Platón contrapone, entonces, la descripción de Agatón que ve al Amor como autosuficiente, bienaventurado y perfecto, con la figura del filósofo, entendido como lo eternamente anhelante, que jamás descansa, luchando sin cesar por su perfección y su felicidad eterna.
La llegada de Alcibíades
Sócrates estaba terminando su discurso justo cuando irrumpe en la casa Alcibíades. Al igual que Agatón, es un hombre rico, orgulloso de su rango y de su belleza, y amante de la popularidad. Alcibíades ingresa en la sala completamente ebrio, y secundado por otros compañeros de juerga, entre ellos una flautista, y con una corona de hiedra y cintas para coronar a Agatón por su victoria. Es entonces invitado a quedarse y al percatarse de la presencia de Sócrates entabla con este un corto diálogo y es animado a pronunciar también un discurso. Sin embargo Alcibíades declara que no hará un elogio a Eros sino solo a Sócrates, lo que éste acepta siempre que se trate de la verdad. De este modo, en su alocución Alcibíades se presenta lleno de franqueza en la relación de sus defectos y como un apasionado admirador de Sócrates.
Por lo tanto, Platón cierra la serie de los encomios elevados a Eros con un verdadero elogio a Sócrates, quien verdaderamente encarna el eros, al ser la filosofía misma. Su pasión pedagógica le impulsa hacia todos los jóvenes bellos y bien dotados, pero en el caso de Alcibíades, Platón da muestras de que es él quien aspira en vano al amor de Sócrates.
Al terminar el discurso de Alcibíades, Sócrates se disponía a iniciar un elogio a Agatón, cuando, de nuevo, irrumpe en la sala otro tropel de parrandistas que ocasiona un inmenso ruido. Se bebe sin control, algunos comensales se marchan y otros se duermen, entre ellos Aristodemo. Al abrir los ojos, éste observa que únicamente están despiertos Sócrates y los dos poetas, Aristófanes y Agatón, enfrascados en una conversación sobre la naturaleza de la comedia y de la tragedia. Sócrates sostiene que es labor del buen poeta componer tanto una como la otra, lo que sus interlocutores apenas siguen, dado que se encuentran ya muy cansados y se duermen. Sócrates, entonces, se levanta y, en compañía de Aristodemo, se marcha al Liceo para pasar el día como de costumbre, hasta que al atardecer – nos dice Platón- se retira a descansar a su casa.
El ideal de kalokagathía
Por todo lo visto, ha sido señalado que El Banquete de Platón hace una clara alusión al ideal de la kalokagathía. Este concepto central a la cultura griega está compuesto de dos adjetivos, kalòs, que significa “bello” y agathós, que significa “bueno”, lo que constituye una expresión usada por los escritores clásicos para significar la fusión de la nobleza de aspecto y del bien moral como ideal de conducta personal. Platón lo llama aquí, “la más grande enseñanza”: lo bello y lo bueno son dos elemento integrados de una y la misma realidad, que el lenguaje de los griegos funde en una unidad aludiendo, así, a la suprema areté, y dando a entender que entre el cosmos moral y el cosmos físico existe una armonía absoluta.
Además, se ha destacado que en su teoría del eros Platón establece una profunda vinculación entre lo apolíneo de lo dionisiaco, al dar a entender que, sin el impulso y el entusiasmo inagotable de las fuerzas irracionales del hombre, es imposible alcanzar aquella transfiguración que sufre el espíritu al contemplar la idea de lo bello. Por todo esto, el propio Platón califica el discurso que pone en boca de Diotima como la cúspide del edificio que ha construido aquí; y, siguiendo la misma metáfora, es posible ver los relatos que lo preceden como “terrazas” que ascienden gradualmente hasta él. De este modo, la figura de Eros quedaría enfatizada con gran intensidad en los cinco primeros discursos, mientras que en el sexto, el de Sócrates, se destacan especialmente los conceptos de mayor transcendencia filosófica: la Verdad, y, en especial, la Belleza o el Bien en sí mismo.
En síntesis, como señala Jaeger en su Paideia:
“El eros, concebido como el amor al bien, es al mismo tiempo el impulso hacia la verdadera realización esencial de la naturaleza humana y, por tanto, un impulso de cultura en el más profundo sentido de la palabra”.
Referencias
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Mapa El Banquete y el “Mito de Eros” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/07/Banquete-Mito-de-Eros.pdf