El Oráculo de Apolo en Delfos fue uno de los principales de la Grecia antigua. Está situado muy cerca de la villa del mismo nombre, en una meseta en la ladera sur del monte Parnaso. Emplazado a 700 metros sobre el nivel del mar, en su momento de auge era una zona de manantiales y fuentes, propicio para efectuar el culto a las divinidades.
Una de las más conocidas y antiguas surgentes de agua era la fuente Castalia, rodeada de un bosque de laureles consagrados al dios. En ella los peregrinos se purificaban antes de entrar en el recinto sagrado. Además, se consideraba que el agua de la fuente Castalia favorecía la inspiración de los poetas.
En efecto, señalan los especialistas que, dado que era éste un lugar montañoso pero próximo al mar, muy pronto debió estimular la imaginación humana por su majestuosa grandeza. Sin duda eran razones religiosas las que imponían a los griegos el emplazamiento de los templos que se construían, pero tales razones nunca entraban en contradicción con el buen gusto, ya que, prácticamente, no existe un santuario griego que haya sido levantado en un lugar insignificante o trivial.
El emplazamiento se asentó por primera vez en la época micénica, a finales de la Edad de Bronce (1500-1100 a. C.), pero adquirió su significado religioso a partir del 800 a. C. aproximadamente.
Según la mitología griega, el santuario tuvo su origen cuando el dios Apolo mató allí a la enorme serpiente Pitón. Ésta era hija de Gea, la madre Tierra, nacida del barro que quedó después del gran diluvio. El monstruo vivía en una gruta cerca de Delfos, en el monte Parnaso, y desde allí custodiaba el oráculo. El dios Apolo mató a Pitón, exigió el oráculo para sí, y desde entonces fue conocido como Apolo Pitio. Por otra parte, se señala que lo que resulta peculiar en el tema de la victoria de Apolo contra Pitón es que el dios tuvo que expiar aquella muerte, convirtiéndose en el dios por excelencia de las purificaciones.
Según los expertos, la actividad de este dios resulta, al comienzo, belicosa y hasta cruel; sólo cuando Zeus lo castiga destinándolo a trabajar durante un año, cambia, predicando la moderación en todas las cosas. Cuenta la leyenda que Apolo abrió el templo y se convirtió en delfín para atraer a un barco cretense, del que quería utilizar a los viajeros como sacerdotes. Los cretenses desembarcaron y se les encargó ser los responsables del templo, así como también que adoraran al dios bajo el nombre de Apolo Delfinio, para rememorar su conversión en delfín, de donde vino el nombre de Delfos.
Según continúa el mito, Zeus determinó que Apolo residiera en Delfos, pero el joven dios partió al país de los Hiperbóreos, donde permaneció un año entero. Sin embargo, como los habitantes de Delfos no dejaban de invocarle con cánticos y danzas, el dios regresó; desde entonces pasaba los tres meses de invierno entre los Hiperbóreos y regresaba con la primavera.
Algunas versiones señalan que durante su ausencia reinaba Dionisos en Delfos, como señor del oráculo, el que tenía su propia manera de profetizar. Así se adjudica la profecía “por adivinación” a Apolo, y la profecía “por inspiración”, a Dionisos, modos de ejercer el oráculo que no eran del todo incompatibles, y que en Delfos se habría logrado combinarlos como formas de acceso al mundo sobrenatural.
Lo cierto es que, según afirma el mito, en el monte Parnaso se reunían las musas, diosas menores del canto y la poesía, junto con las ninfas de las fuentes. En estas reuniones, relata la mitología que Apolo tocaba la lira y las divinidades cantaban. Ya en la época clásica de la cultura griega, la música, la poesía y la filosofía se hallaban bajo la dirección de Apolo. Las siete cuerdas de su lira, que estaban relacionadas con las siete vocales del alfabeto griego, tenían significado místico, y se las utilizaba en un tipo de música considerada “terapéutica”.
Así, durante la época clásica, Delfos se había convertido ya en el oráculo más popular del mundo helénico, en el que reyes y políticos consultaban al dios en persona o mediante embajadores. Su fama llegaba, incluso, a Egipto y Asia Menor. Recibía viajeros de las colonias más remotas y entre polis enemigas existía un pacto que garantizaba a los peregrinos un trayecto seguro.
Para ayudar a los viajeros en sus meditaciones, los muros del Templo de Apolo estaban cubiertos de inscripciones atribuidas a los Siete Sabios de Grecia -que algunos sostienen que el propio Apolo pronunciaba-, desde la célebre “conócete a ti mismo” hasta recomendaciones prácticas como “no desees lo imposible” o “todo con moderación”.
El oráculo se celebraba un día al mes, particularmente durante el verano, el día 7, que se consideraba como la fecha del nacimiento de Apolo. Durante la espera hasta recibir el oráculo, se aconsejaba mantener una actitud reflexiva y respetuosa. La Pitia, entonces, respondía a las preguntas que le hacían los visitantes sobre sus acciones futuras.
Según Eurípides, esta sacerdotisa era elegida “entre todas las délficas”, por la pureza de sus costumbres, y, en todo tiempo y cualquiera que fuera la edad de la mujer, a partir del momento en que se convertía de alguna manera en la “esposa del dios” al ser designada profetisa por los sacerdotes, debía mantener una castidad absoluta, y hasta vivir aislada, en el interior del santuario de Apolo.
En la época en que el oráculo gozó de gran prosperidad, cuando los consultantes abundaban, se dice que hubo hasta tres Pitias simultáneamente: dos “ordinarias” y una “suplente”, que debía estar preparada para remplazar a cualquiera de sus dos colegas, desfallecientes por la exigente tarea. Una vez establecido el orden de consulta, se pagaban las tasas correspondientes, luego se ofrecía un sacrificio en el altar que había delante del templo, y por último el consultante se presentaba ante la Pitia y hacía sus preguntas oralmente, según se cree.
Es probable que la Pitia, antes de cada consulta, se dirigiese a la fuente Castalia para realizar lavados rituales, ya que debía estar inmaculada para aproximarse al dios.
Una vez introducida en el templo, la Pitia, con su cortejo de sacerdotes, de profetas y de consultantes, atravesaba el vestíbulo de entrada (prónaos) y llegaba a la gran sala (kélla), donde se veían el altar de Poseidón, la silla de hierro de Píndaro, un omphalós, trípodes y un hogar. Era probablemente en ese hogar donde la Pitia hacía fumigaciones de laurel y de harina de cebada.
Luego se dirigía, rodeada siempre de su cortejo, hacia hacia los recintos subterráneos en los que ofrecería los oráculos de Apolo. Es aquí donde comienza el misterio, dado que las excavaciones del templo de Apolo Pitio, que han llegado hasta la roca virgen, no ofrecen demasiada ayuda para la reconstitución de estos lugares sagrados.
El “entusiasmo”
Suele afirmarse que “la última Pitia se llevó consigo su secreto”, sobre todo, porque poco se sabe del fenómeno del “entusiasmo” -o furor, o locura-, es decir, de la inspiración profética de las Pitias.
La Pitia era considerada la esposa de Apolo, pero hay una característica esencial: ella no profetizaba más que en un solo lugar, sentada sobre el trípode, al menos, cuando se trataba de la profecía realizada por el “entusiasmo”. Se consideraba que ella recibía su inspiración de la grieta de la tierra, que toda la tradición coloca al fondo del ádyton, por debajo del trípode profético. De esta grieta salía una exhalación (pneúma) que la Pitia recibía, y que la ponía en ese estado de delirio gracias al cual profería las palabras o los gritos que le inspiraba el dios, pues la personalidad de Apolo sustituía, de alguna manera, a la suya, y oscurecía su razón.
Sin embargo, las excavaciones de Delfos no han logrado dar con el ádyton, y parecen haber probado que en ese lugar no existe actualmente ningún “agujero con vapores”. Otros sugieren que los temblores de tierra y los deslizamientos de terrenos, tan frecuentes en Delfos en la antigüedad y hasta en nuestros días, habrían podido modificar la constitución del suelo y cerrar la hipotética grieta.
En todo caso, los miembros del clero, denominados habitualmente los “profetas”, eran, sin duda, los encargados de la tarea de dar forma a los oráculos y de redactarlos, por lo general en verso. Esto ha generado dudas acerca de la legitimidad de esos oráculos.
Sin embargo, los especialistas sostienen que, si en ciertos casos se deseaba sobornar a la Pitia, y no a los profetas, para obtener una respuesta favorable, era porque ella era la principal responsable de los oráculos. Y si se descubría la intriga, la Pitia era la destituida. Se afirma que esta función era realizada por una mujer de poca cultura, una simple campesina elegida por sus costumbres, no por su grado de instrucción. Sentada sobre el trípode, se expresaba mediante gritos y onomatopeyas tanto como mediante palabras claramente articuladas.
Esta “materia bruta” del oráculo exigía un trabajo de interpretación y de elaboración. La respuesta final era el resultado de una colaboración entre la Pitia y los funcionarios del santuario, los profetas, encargados de darle forma.
Un ejemplar del oráculo elaborado era, entonces, entregado a los consultantes que, de ser necesario, los delegados de las ciudades tenían que transmitir fielmente a quienes los habían solicitado. Otro ejemplar era conservado en los archivos de Delfos. De este modo el oráculo atrajo en gran cantidad a particulares y pueblos, los que no osaban emprender ningún asunto de importancia sin haber solicitado antes sus consejos o sus revelaciones.
Adivinación y Filosofía
En la antigüedad, la adivinación era una institución oficial. En todas partes, en Egipto, en la Mesopotamia, en Israel y, más tarde, en Roma, los jefes de Estado y los conductores de ejércitos debían consultar obligatoriamente el oráculo antes de iniciar empresa alguna, ya que, en caso de fracasar, podrían exponerse al reproche de no haber solicitado antes la opinión de los dioses.
Cicerón escribe al comienzo de su tratado Sobre la adivinación:
“Constituye una antigua creencia, que se remonta hasta los tiempos heroicos y que se halla confirmada por el sentimiento unánime del pueblo romano y de todas las naciones, que existe entre los hombres una cierta facultad de adivinación. Los griegos la llamaban mantiké, es decir, el presentimiento, la ciencia de las cosas futuras, ciencia sublime y provechosa, por la cual la naturaleza humana alcanza su máxima cercanía con la potencia divina. En esto, como en muchas otras cosas, nosotros hemos mejorado a los griegos, ya que hemos dado a esta facultad superior un nombre tomado de la divinidad: divinatio, mientras que los griegos, según la interpretación de Platón, le hallaron uno en la palabra furor (manía, de donde viene la palabra mantiké). Lo seguro es que no veo ninguna nación, por ilustrada y sabia o por grosera y bárbara que sea, que no crea en una revelación del porvenir y que no reconozca a algunos la facultad de predecirlo”.
Como observa Cicerón, la palabra latina divinatio indica que la actividad significada por ese término se halla en estrecha relación con las cosas divinas, con la religión. En efecto, la adivinación supone ante todo la creencia en una Providencia que cuida del hombre y colabora en ayudarlo revelándole lo que ignora.
Numerosos ejemplos muestran claramente qué importancia tenía la adivinación para la conducción de los ejércitos y la política de los Estados aún a fines del siglo de Pericles, en una época en que, sin embargo, la fe religiosa había disminuido notablemente después de las críticas de tantos filósofos y sofistas. En la época arcaica, en los siglos VII y VI, y hasta la primera mitad del siglo V, las cosas eran muy diferentes. Leyendo a Heródoto es posible darse cuenta de la importancia casi increíble que tenían por entonces los oráculos.
Sin embargo, sería erróneo pensar que los filósofos griegos, en conjunto, se opusieron a la adivinación y, de manera más general, a la religión, de la cual ésta formaba parte. Por el contrario, muchos de ellos, y no de los menores -Sócrates, Platón, los estoicos-, se abocaron a dar una “justificación racional” del fenómeno profético.
Sócrates aconsejaba a sus discípulos que fueran a consultar a la Pitia cada vez que estaban perplejos. Es conocida la valoración filosófica que Sócrates extrajo de la máxima délfica “Conócete a ti mismo”.
Su amigo Querefonte consultó a la Pitia para saber si había en el mundo un hombre más sabio que Sócrates, y el oráculo le respondió que no. Esto motivó la investigación del filósofo para comprender el verdadero sentido de ese oráculo. Por lo que es conocido su gran respeto por la adivinación y, en particular, por el oráculo de Delfos.
Jenofonte, que fue su discípulo, escribe en las Memorables:
“He aquí la conducta que Sócrates seguía con sus amigos. Los impulsaba a hacer lo mejor posible las cosas de resultado cierto. En cuanto a aquellas cuyo resultado era incierto, los remitía a la adivinación. Decía que para administrar bien los Estados y las familias son necesarios los oráculos. Todas las ciencias humanas son accesibles a la inteligencia, pero lo que tienen de más importante los dioses se lo reservan y los hombres solo ven en ello tinieblas”.
Sócrates también pretendía poseer dentro de sí una voz interior, una especie de genio premonitorio que le daba a veces graves advertencias para impedirle realizar tal o cual acción.
El sistema filosófico de Platón, por su parte, se funda en la primacía de la razón y en el empleo del método “dialéctico”. Cabe preguntarse, entonces, cómo, según él, los profetas y las profetisas, cuyos medios de conocimiento son muy diferentes de los de los filósofos, pueden aprehender de algún modo la verdad.
Es conocida la respuesta que dio Platón a este interrogante en el Fedro: fuera de la dialéctica, y, por debajo de ella, hay un tipo de conocimiento “intuitivo” que poseen ciertos hombres y a ciertas mujeres por una gracia divina. Este conocimiento es tan diferente de la dialéctica que solo surge cuando se produce una cierta anulación de la razón, llegando casi a un estado de inconsciencia.
Así, este “delirio” enviado por dioses, adopta cuatro formas: la de las iniciaciones en los cultos de misterios, la de la inspiración poética, la de la exaltación amorosa y, finalmente, la de los profetas y profetisas. No es asombroso, por lo tanto, que Platón, discípulo de Sócrates, haya reservado al oráculo de Delfos un papel tan importante en la organización de la ciudad ideal que construyó por el razonamiento.
Se lee en la República:
“Es a Apolo, el dios de Delfos, a quien corresponde dictar las leyes más importantes, más hermosas y las primeras, aquellas que conciernen a la fundación de templos, a los sacrificios y, en general, al culto de los dioses, de los demonios y de los héroes, y también a las tumbas de los muertos y a los honores que es menester tributarles para que nos sean propicios. Pues esas cosas nosotros las ignoramos y, como fundadores de un Estado, si somos sabios no nos remitiremos a otro más que a él, ni seguiremos otra guía, pues este dios, intérprete tradicional de la religión, se ha establecido en el centro y el ombligo (omphalós) de la tierra para guiar al género humano.”
Esas líneas de la República se hallan corroboradas en varios pasajes de las Leyes, donde Platón, al fin de su vida, expresó nuevamente su total confianza en el oráculo de Delfos para todo lo concerniente a la religión y la moral.
Se afirma, incluso, que la benevolencia de Platón hacia el oráculo de Delfos fue recompensada. Después de la muerte del filósofo, la Pitia -que en vida de Sócrates había proclamado a éste el más sabio de los hombres- respondió a la pregunta de “si era necesario colocar entre las estatuas de los dioses la de Platón”, es decir, si convenía considerar al filósofo como a un ser casi divino:
“Harás bien en honrar a Platón, maestro de una doctrina divina”, se afirma que contestó.
Aristóteles, por su parte, no despoja al “entusiasmo” de todo carácter divino, ya que su “física” -que, para nosotros, pertenecería más bien al dominio de la “metafísica”-, mantiene y conserva un importante carácter religioso.
Otros aspectos característicos de Delfos
Permanentemente se oye allí el sonido de las cigarras. En la antigua Grecia la cigarra era un animal mítico, símbolo de calor y brillo del sol. En la mitología griega, la cigarra fue consagrada por Apolocomo animal sagrado, y se la consideraba un símbolo de inmortalidad.
Según Platón, las Musas convirtieron en cigarras a aquellos hombres que estaban tan absortos en el arte de la canción, que se olvidaban de comer y beber. Esta asociación se debe a que los griegos suponían que las cigarras no consumían alimentos ni bebían agua.
El punto central del santuario, el Templo dórico de Apolo, fue destruido por un incendio en el año 548 a. C. Luego reconstruido, sobrevivió hasta el 390 d. C, año en el que el emperador cristiano, Teodosio I, por verlo como símbolo del paganismo, silenció el oráculo con la destrucción del templo y la mayoría de las estatuas y obras de arte, en nombre de la cristiandad. Otra construcción notable en el emplazamiento es el Teatro construido en el siglo IV a.c., que es uno de los mejor conservados del mundo griego y donde podían presenciar los espectáculos unos 5000 espectadores.
Se encuentra en las inmediaciones del templo de Apolo, apoyando sus gradas en la ladera del monte Parnaso, lo que le dota de unas espectaculares vistas de todo el santuario y del valle de Cirra, repleto de olivos. Otras edificaciones que se destacaban eran unas 20 tesorerías, construidas para albergar las ofrendas y dedicatorias de las ciudades-estado de toda Grecia. También llamados “tesoros” eran pequeños templos o capillas en los que se conservaban las donaciones que los ciudadanos de una polis entregaban al santuario. Entre los conservados se destaca el Tesoro de Atenas, ofrecido como agradecimiento por haber vencido en la batalla de Maratón, y que llegó a ser el más importante.
Hasta tal punto llegaron a ser influyentes los oráculos, que sin ellos no podría entenderse el funcionamiento de la democracia ateniense, dado que teñían todos los aspectos de la vida de la antigua Grecia, en el ámbito social, político y hasta económico, desde la fundación de las colonias durante el proceso de colonización griega, hasta la organización de campañas militares, pasando por la toma de decisiones políticas.
Delfos se convierte, a su vez, en un admirable centro de informaciones, debido a que los peregrinos llegaban al Oráculo desde todas las costas del Mediterráneo, sobre todo cuando se realizaban los Juegos Píticos. Los Juegos Píticos tenían lugar en el Estadio, construido al noroeste del santuario de Apolo, en la parte más alta del santuario, con capacidad para unos 6500 espectadores.
Estos Juegos comenzaron en algún momento en el siglo VI a. C. y se celebraban inicialmente cada ocho años. Su único evento era, al principio, una competencia musical en la que los cantantes solistas se acompañaban de una cítara para cantar un himno a Apolo.
Posteriormente, se añadieron más concursos musicales y pruebas atléticas al programa, y los juegos se celebraban cada cuatro años. Solo los Juegos Olímpicos los superaban en importancia. El principal premio para los vencedores de los Juegos era una corona de laurel.
Para los griegos, Delfos era el centro del mundo, ya que en la mitología Griega Zeus había soltado dos águilas, una hacia el este y otra hacia el oeste, y Delfos fue el punto en el que se encontraron tras rodear el mundo.Este hecho estaba representado por el ὀμφαλός (omphalós, ombligo), una piedra en forma de cúpula que también marcaba el lugar donde Apolo mató a la Pitón.
El museo arqueológico de Delfos
Fundado en 1903 y objeto de varias remodelaciones, el Museo Arqueológico de Delfos alberga los restos del santuario encontrados hasta el momento, incluyendo elementos arquitectónicos, estatuas y objetos que datan desde la prehistoria hasta el final de la edad antigua.
Está organizado en catorce salas en dos plantas, y expone, especialmente, esculturas. Se destaca allí la esfinge de Naxos que data del año 575 – 560 a. C. y fue esculpida por los habitantes de la Isla de Naxos. En el museo hay también una copia romana del onphalós. La piedra, en forma de medio huevo, fue encontrada durante las excavaciones cerca del templo de Apolo, pero originariamente estaba dentro del templo.
Los Juegos Píticos incluían carreras de carros. Y la escultura de bronce del “Auriga de Delfos” representa a uno de los vencedores de esta carrera. Es la única pieza que se ha recuperado de todo el conjunto que hacia el 475 a. C., un príncipe de Siracusa dedicó a la victoria de su carro.
El rostro mantiene un gesto sereno en el que ha desaparecido la sonrisa propia del período arcaico, para dar paso a una expresión más severa. En efecto, la representación de aquella peculiar “sonrisa arcaica” anterior, se ha interpretado como un rasgo tendiente al realismo, que indicaría que el rostro así diseñado manifiesta un estado de bienestar o, también se ha sugerido, un sentimiento de felicidad a través de la ignorancia, o, incluso, como un deseo de complacer a los dioses.
Referencias:
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