Sócrates en el ágora

Platón: Apología de Sócrates

En esta entrada sobre la Apología de Sócrates, considerada una de las primeras obras de Platón, veremos que, más que un “diálogo”, es una versión del alegato que Sócrates habría realizado en su propia defensa ante los tribunales atenienses, a fin de establecer los hechos que lo involucraban y evaluar si eran justos o injustos. De allí que se hable aquí de “apología” (ἀπολογία) lo que significa para los griegos “hablar en defensa” o “en favor de” alguien o algo. Sócrates era natural de Atenas, nacido en el 470 o el 469 a. C., ya que los documentos que se refieren a su juicio y ejecución los sitúan en la primavera del 399, y Platón dice que en ese momento su edad era de setenta años.

Platón, Apología de Sócrates, editorial Gredos

Por lo tanto, la Apología de Platón es una fuente contemporánea con el suceso, ya que probablemente fue escrita una década después del juicio. Además de esto, es el reporte de un testigo ocular, dado que Platón alega haber asistido al juicio de Sócrates y haber estado entre los que ofrecieron pagar una fianza por él. Sin embargo, por otro lado, existen dos problemas con este texto: el primero es que Platón no es imparcial, ya que en su relato resulta evidente que defiende a Sócrates en vez de, simplemente, narrar los acontecimientos. Y el segundo es que Platón es un poeta, por lo que no podemos descartar la posibilidad de que la Apología tenga mucho de ficción y no sea el reporte fiel de lo que ocurrió allí.

Sin embargo, es importante destacar que gran parte de lo expuesto por Platón coincide con la descripción del juicio que hace el historiador, militar y filósofo Jenofonte, en los dos primeros capítulos del primer libro de su Memorabilia (en su traducción al latín), luego editado en español como Memorables o también como Recuerdos de Sócrates. Así, la conclusión parece ser que, más allá de las diferencias que también presentan, las versiones de Jenofonte y Platón son muy similares porque ambas cuentan lo que en efecto sucedió en Atenas en el año 399.

Apología de Sócrates

“No sé, atenienses”: la docta ignorancia

Una apreciación interesante al comenzar es que Platón, no sin cierta de astucia, habría puesto ya desde la primera frase de la Apología de Sócrates la expresión “no sé”, con la intención de hacer sobrevolar por toda la Apología la noción de la “docta ignorancia”, idea popularizada recién en el Renacimiento, pero con claras referencias a la conocida actitud de Sócrates de humildad epistemológica, que exige reconocer nuestras limitaciones en cuanto a la capacidad de conocer. Esto quedará claro en su insistencia acerca de que si uno no sabe algo, pero al menos sabe que no lo sabe, tal reconocimiento es ya mucho más valorable que la actitud de aquellos que ostentan una ignorancia más profunda, pero de la que ni siquiera son conscientes.

Platón: Apología de Sócrates

Con esta caracterización de su maestro en mente, entonces, vemos que Platón hace comenzar la exposición de Sócrates afirmando que lo que él ignora es qué impresión pueden haber causado en los asambleístas que escuchan este juicio las acusaciones que acaban de haber oído leer por parte de sus acusadores. De manera que eso es lo que analizaremos primero aquí.

Antiguas acusaciones

“Ser demasiado hábil al hablar”

A partir de este momento, lo primero de lo que tendrá que defenderse Sócrates es de la acusación de ser “demasiado hábil al hablar”, como si se le advirtiera al público asistente -que, en definitiva, va a ser su jurado-, que no se deje seducir por unas bellas palabras propias de un orador o un retórico que se ha entrenado en hablar de modo que cautive a su público de manera engañosa. A lo que él comienza replicando que de ninguna manera las cosas son así, que es todo lo contrario; de lo que él se jacta no es de ser “hábil al hablar”, sino de decir la verdad, y solo si eso es lo que se entiende por ser hábil al hablar, puede decirse que lo es. Él espera, a su vez, de este jurado que sean “buenos jueces”, lo que para él consiste, precisamente, en que sean capaces de valorar si él habló con la verdad.

“Indagar en las cosas subterráneas y celestes”

Sócrates destaca a continuación que aquí lo han traído “nuevos acusadores”, pero que, en primer lugar, hubo otros “antiguos acusadores”, más anónimos, que hablaban sin conocerlo bien y dejándolo en ridículo, lo que puede haber influido en la imagen que se fueron haciendo de él, ya desde niños, quienes ahora asisten a este juicio. En este sentido, Aristófanes es el único comediógrafo de la época del que se conservaron obras completas, pero no fue el único en reírse de Sócrates. Se burló insistentemente de Sócrates haciéndole fama de “indagar en las cosas subterráneas y celestes”, lo que ha sido interpretado en el sentido de que lo acusaba de “cosmólogo”, de “filósofo de la naturaleza”, justamente como aquellos que más adelante serían llamados “presocráticos”.

Sócrates en el juicio
Sócrates en el juicio

Es cierto que hay abundancia de datos acerca del período de la vida de Sócrates en el que estuvo profundamente interesado en la ciencia natural. Sin embargo, aquí el propio Sócrates niega ser “un sabio que se ocupa de las cosas de los cielos, que investiga todo lo que hay bajo la tierra…”, y dice que ésas son acusaciones generales que se lanzan sobre cualquier filósofo cuando sus acusadores andan escasos de material. Lo cierto es que, a diferencia de estos cosmólogos, Sócrates fue el primero que se empezó a plantear las “cosas humanas”, y él mismo clarifica aquí que, de las cosas que hablaban tales filósofos de la naturaleza, él “no sabe ni poco ni mucho”, sencillamente no son sus temas.

En efecto, en este sentido, Sócrates dejó la ciencia por la ética; el estudio de la naturaleza por la consecución de principios prácticos. Pero, tal vez, a causa de sus anteriores estudios científicos, insistió en que la misma ética era un campo de conocimiento exacto, que reclamaba la aplicación de un riguroso método científico. Aristóteles diría más adelante que la ciencia debería estar siempre en deuda con él por ese método, a la vez que cuestionaba que lo hubiera ejercitado en una esfera para la que lo consideraba inadecuado.

“Hacer fuerte el argumento más débil”

Del mismo modo, desde antaño se lo juzga por “hacer fuerte el argumento más débil”, con lo cual parecen estar confundiéndolo con los sofistas, imagen de la que él se aparta contundente, incluida la suposición de que cobra por sus enseñanzas, como ellos. Cabe recordar que los sofistas no eran condenados a muerte en Grecia; al contrario, eran frecuentemente buscados por los padres para ser tutores de sus hijos, por lo que Sócrates dice que no puede ser confundido con un sofista, ya que estos “creen ser sabios, y están bien pagados”, en tanto él es pobre y dice no saber nada.

Sofistas
Sócrates es confundido con un sofista

Por otra parte, si se toma la palabra filosofía en el sentido de “búsqueda del conocimiento”, se justifica la antigua tradición de que fue él quien trajo la filosofía a las cuestiones humanas. Es decir, trató de hacer de la ética y la política el tema de una investigación científica que pondría al descubierto leyes o verdades universales, en oposición a escepticismo y al relativismo de los sofistas. En una atmósfera así, no era sorprendente que hubiera mucha confusión en los significados asignados a los términos morales y eso es lo que Sócrates observó, y censuró.

Si, por otra parte, los sofistas tenían razón, y su contenido era puramente relativo y cambiante, debería ser un error continuar usando las mismas palabras para cosas diferentes y deberían ser retiradas de la circulación. Son embrago, él estaba convencido de que la primera alternativa era la verdadera, y de que era ilegítimo e inútil para un orador el exhortar al pueblo a adoptar una cierta línea de conducta por ser la más sabia o la más justa, antes de que se pusieran de acuerdo sobre lo que eran la sabiduría, la justicia o la bondad. Por lo tanto, aquí estaba planteando Sócrates por primera vez la cuestión fundamental de con qué derecho empleamos términos generales, y de cuál es el contenido objetivo de tales términos. Así, Aristóteles supo reconocer que tal tarea era simplemente un requisito indispensable para lo que, según él, era mucho más importante: el descubrimiento del recto modo de vida.

“Creerse el más sabio”

Entre estas acusaciones antiguas estaba también, en efecto, la de haber adquirido fama de poseer cierta sabiduría. Adivirtiendo, entonces, a sus oyentes que esperen a que cuente toda la historia y no protesten de antemano, afirma que les dirá de dónde puede haber surgido esta imagen suya de, supuestamente, “creerse el más sabio”. Dice:

Oráculo de Delfos
Oráculo de Delfos

“Atenienses, no protestéis ni aunque parezca que digo algo presuntuoso; las palabras que voy a decir no son mías, sino que voy a remitir al que las dijo, digno de crédito para vosotros. De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía.”

Y continúa:

“Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto.”

“Así, pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: ¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo es tuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir…”

Este episodio narrado por Sócrates alude al famoso santuario de Apolo, de prestigio en toda Grecia y más allá de ella. La pitonisa, o Pythía, pronunciaba en trance frases inconexas que eran interpretadas por los sacerdotes. Tras este relato, entonces, Sócrates explica que, a partir de allí, él mismo inicia una investigación con la idea de que, si en algún lugar encontraba alguien que lo superara, allí mismo refutaría el oráculo, demostrando que las cosas no eran como vaticinaba el dios.

La pitia en Delfos
La Pitia da el oráculo

Va primero a los políticos, e indaga en primer lugar a uno al que muchos tenían por sabio, pero que, al interrogarlo, comprendió que no lo era. Al dejarlo al descubierto, dice, se ganó su enemistad y la de muchos presentes. Sin embargo, repitió el proceso con otras figuras relevantes de la política y siempre con el mismo resultado. Luego enfrentó a los poetas, otros personajes muy reconocidos en Atenas, que él admite que hacen muy bien su creación, pero que cuando quieren explicar por qué escriben lo que escriben, de dónde surge su inspiración poco o nada saben. Finalmente abordó a los artesanos que, según él lo ve hacen bien las cosas, ejercen su la técnica y conocen por qué hacen lo que hacen pero cuyo su error radica en que una vez que han adquirido fama como buenos artesanos creen que pueden extender su autoridad a territorios que no son el propio.

Por lo tanto, cierra el relato de este episodio diciendo que tuvo reconocerle al dios que él era el más sabio. Pero, ¿en qué sentido? En el sentido de que al menos él, en su tarea diaria, sí reconocía no saber muchas cosas, mientras que estos personajes de la ciudad ignoraban su propia ignorancia. Por eso agrega que, poniéndolo como ejemplo, el dios parece decir:

“Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdades digno de nada respecto a la sabiduría.”

Pero si a esto se añade que los jóvenes que lo acompañaban espontáneamente se diviertían oyéndolo, y con frecuencia lo imitaban e intentaban examinar a otros, se entenderá por qué los examinados por ellos se irritaban con él y decían que “un tal Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes”. Así que reconoce que, efectivamente, toda esta investigación le granjeó muchos enemigos.

Las nuevas acusaciones

Sócrates acusado de corromper a los jóvenes

Entonces ya podemos ver por qué los más ofendidos tras esta actividad lo llevan a juicio. Se trata de Meleto, Ánito y Licón; Meleto, irritado en nombre de los poetas; Ánito, en el de los demiurgos (es decir artistas, artesanos) y de los políticos, y Lícón, en el de los oradores. Y vemos ahora que Meleto es la figura central en la discusión sobre tales nuevas acusaciones, por lo que todo el tiempo Sócrates se va a estar dirigiendo sólo a él. El propio Sócrates repite la nueva acusación que acaba de serle leída, y dice así:

“Sócrates delinque corrompiendo a los jóvenes y no creyendo en los dioses en los que la ciudad cree, sino en otras divinidades nuevas.”

En cuanto a esta acusación, tanto Platón como Jenofonte sugieren que el cargo de “corromper a los jóvenes” estaba presentado en términos más bien vagos. En su escrito, Platón hace que Sócrates lo relacione con la cuestión del ateísmo, y Jenofonte, por su parte, lo defiende en este punto contra todos los cargos posibles, como por ejemplo, que los incitaba al libertinaje, a la glotonería, a faltar al respeto a sus padres, y a interpretaciones inmorales de los poetas, etc.

Primera parte de la acusación: “Sócrates corrompe a los jóvenes”

En primer lugar, Sócrates analiza la primera parte de esta acusación y le pide a Meleto que se acerque y le vaya respondiendo a unas preguntas sumamente simples con respecto a sus acusaciones.

I. ¿Sólo él los “corrompe”?

Comienza entonces preguntándole a Meleto -dado que él les hace mal a los jóvenes-, quiénes le hacen bien. Éste, algo perturbado por la pregunta, solo atina a responder “las leyes”. Pero Sócrates de inmediato le insiste por personas concretas. Y entonces, con actitud demagógica, Meleto mira a su auditorio y dice: “los jueces”. Pero Sócrates avanza y le pregunta si “todos”. Y Meleto comprende rápidamente que no puede hacer diferencias delante de ellos acerca de quiénes sí, y quiénes no. Por lo tanto, tiene que admitir que su posición es ésa: que todos ellos  -jueces, miembros del Consejo y miembros de la Asamblea-  hacen bien a los jóvenes.

 Meleto interrogado por Sócrates
Meleto interrogado por Sócrates

Con ello le da pie a Sócrates para que exclame con ironía, cuántos bienhechores tienen  entonces los jóvenes… Y realiza una analogía para poner aún más incómodo a Meleto. Qué curioso, dice, porque ante el cuidado de los caballos por ejemplo, es solo el entrenador, el especialista, el que puede entrenarlos, -y no todos los demás que ignoran todo sobre ellos. Es indudable que en esta actividad es más bien uno o, a lo sumo, unos pocos los que pueden hacer bien esa tarea. Por eso dice Sócrates que en general, suele ocurrir al revés, que muy pocos saben cómo actuar, cómo enseñarles, y la mayoría lo haría pésimamente mal.

II. “Si así fue, fue involuntariamente”: El recurso al intelectualismo moral

Pero hay más. La mayoría de la gente no ignora que cuando uno corrompe a otros o los maleduca, después padece las consecuencias de esa mala educación. Por lo tanto, con ello pretende hacer reconocer a Meleto que no es razonable suponer que él querría corromper a los jóvenes de manera voluntaria, porque quién querría generarse un problema a futuro de esa manera. Llega así al remate de su argumentación cuando le dice a Meleto que si, en efecto, él corrompió a los jóvenes, fue de manera involuntaria, y que si obró de manera involuntaria, entonces, es muy errado de su parte condenarlo. Lo que debería suceder, por tanto, es que se lo lleve aparte y, hablando buenamente, se lo corrija e instruya para que supere su error.

Es aquí donde muchos han creído ver un ejemplo más de su célebre y muy discutida teoría, posteriormente conocida como el “intelectualismo moral”, según la cual quien sabe lo qué es lo correcto, quien sabe qué es lo bueno no puede evitar hacerlo.

El intelectualismo moral es una concepción que indica que el comportamiento humano depende únicamente del conocimiento del bien y del mal: si un ser humano sabe lo que es correcto no puede hacer el mal, y si lo hace es porque su conocimiento de lo que es bueno es incompleto. Este intelectualismo socrático dominó el pensamiento griego hasta la aparición de Aristóteles, quien introdujo elementos voluntaristas a la conducta moral. Aristóteles consideró que uno puede saber muy bien, de forma intelectual, qué es “lo bueno”, pero no tener la fuerza de voluntad necesaria para hacerlo. Según Aristóteles, además del conocimiento, se requiere de la práctica habitual de la virtud y el desarrollo de un carácter adecuado. La virtud, según su perspectiva, es un hábito que se cultiva a través de la repetición y la práctica constante, no solo mediante el conocimiento intelectual.

Aristóteles
Aristóteles

En cambio, el intelectualismo moral de Sócrates establece una continuidad absoluta entre saber el bien y realizarlo; por lo tanto, si uno no realiza el bien es porque “no sabía”. Pese a las discusiones al respecto, lo que podría decirse en favor de esta interpretación es que “saber qué es lo correcto”, para Sócrates, significa, en realidad, conocer también las implicancias de lo que se hará; y, a la inversa, cuánto dañaría al propio agente, a largo plazo, el obrar mal. Por lo que se está apelando, en definitiva, a una idea de “saber” mucho más profunda que la meramente cognitiva. Lo cierto es que, según esta concepción, si hace el mal es sólo por ignorancia, y al ignorante hay que instruirlo, no llevarlo a juicio. Ese es el argumento que Sócrates busca instalar aquí.

Por otra parte, podría agregarse que Sócrates, con su idea de que “la virtud es conocimiento”, hizo girar a la filosofía en una dirección completamente nueva, dejando a sus sucesores la tarea de matizar esa simple afirmación mediante el examen y el análisis de los conceptos que subyacen en sus términos. Estableció, así, algo que necesitaba ser dicho, y que el avance de la filosofía, si bien no lo refutaría nunca, le asignaría su debido lugar como parte de un todo más amplio.

Segunda parte de la acusación: El cargo de asebeia

Pero la cuestión continúa con el análisis de la segunda parte de la acusación acerca de en qué sentido Sócrates corrompía a los jóvenes. Y se dice aquí que era por no creer en absoluto en los dioses, lo que equivaldría a una acusación de ateísmo, que en esos tiempos en Atenas, en los que la religión era parte de los deberes cívicos de todo ciudadano era una acusación muy severa. La asebeia (en griego antiguo: ἀσέβεια) era un cargo criminal en la antigua Grecia por “profanación y burla de objetos divinos”, por “irreverencia hacia los dioses del Estado” o por “falta de respeto hacia los padres y antepasados muertos” , también traducido al español como impiedad. Con respecto a la impiedad, los atenienses garantizaban a los ciudadanos una cierta libertad de conciencia privadamente, pero no toleraban que una persona, sin una autorización adecuada, introdujera nuevos cultos e intentara convertir a generaciones más jóvenes.

Dioses griegos
Dioses griegos

Sócrates le recuerda, entonces, a Meleto su acusación concreta que dice que él “enseña a no creer en los dioses en los que cree la ciudad, sino en otros espíritus nuevos”. Y Meleto admite, primero, que ésa es su acusación. Pero ante la repregunta de Sócrates acerca de si entonces lo está acusando de no creer en los dioses en absoluto, Meleto contesta que es así. A lo que Sócrates responde que es claro que en esto se contradice, dado que es como si dijera: “Sócrates delinque no creyendo en los dioses, pero creyendo en los dioses”, es decir, tales “espíritus, o divinidades nuevas”.

Lo que ocurre aquí es que las “divinidades” a las que se está aludiendo son los “demones”, que en singular es trasliterado como demon, daimon o daimón (en griego, δαίμων), concepto que antigua Grecia, estaba relacionado con fuerzas o entidades intermedias, hijas de dioses y otros seres, incluidos los seres humanos. Ellos representaban una conexión entre el mundo divino y humano, y se asociaban con la intuición y la inspiración. Así el demon era una especie de guía espiritual que influenciaba el destino y el carácter de una persona. En el caso de Sócrates, éste muchas veces apelaba a su demon, un espíritu que consideraba que estaba con él desde niño, y tomaba forma de voz, disuadiéndole de lo que estaba por hacer si no era bueno para él.

De este modo, dado que los atenienses no permitían comunidades religiosas privadas y no autorizadas, desde el punto de vista jurídico, el cargo más serio que podía ser levantado contra Sócrates era el de que él corrompía los jóvenes que lo rodeaban al actuar como un oráculo privado dando consejos provenientes de su demon.

Atenas
Atenas

No obstante, es esto lo que le permite a Sócrates burlarse de Meleto al decir: “Pero Meleto, ¿qué hombre creería que hay hijos de dioses y que no hay dioses? Sería, en efecto, tan absurdo como si alguien creyera que hay hijos de caballos y burros, los mulos, pero no creyera que hay caballos y burros…”

De manera que Sócrates ha refutado a Meleto en dos momento centrales: primero, el de que no es posible que sea el único que corrompe a los jóvenes, pero, además, que si hubiera hecho eso es por ignorancia y, por lo tanto, debe ser instruido y no condenado; y en segundo lugar, lo refuta ante esta contradicción de acusarlo de no creer en divinidades creyendo en divinidades. Este es, por tanto, el núcleo de la autodefensa de Sócrates escrita por Platón.

“Ponerse en riesgo de morir”: no importa si cumple su misión de “tábano de Atenas”

Pero, a partir de allí, se siguen repasando otras acusaciones que pueden ser consideradas menores frente a éstas pero interesantes también. No faltaron, se nos dice, quienes se habían quejado de que Sócrates se ocupara en asuntos que lo ponían en riesgo de morir. Como si se le acusara de ser un imprudente, un insensato. A lo que él responde que, en realidad, no entiende por qué se asume que el riesgo de morir sería algo necesariamente malo.

Partenón
Partenón en la Acrópolis de Atenas

Afirma que creer que hay que temer a la muerte es, una vez más, creer saber lo que no se sabe. De modo que esto él seguirá filosofando aunque lo ponga en riesgo de muerte, tal como muchos héroes anteriores a él hicieron, dado que realizaron obras que consideraban correctas más allá de que eso implicara correr peligro. Sin embargo, su punto es, justamente, por qué están tan seguros de que la muerte es algo malo, e insiste en que es una soberbia propia de ignorantes pretender saber lo que no saben.

Más aún, si le dijeran que retirarían su condena si él dejara de hacer lo que hace, afirma que jamás dejaría de hacerlo, ni aunque le costara la vida. Y aquí alude a una vez más a la misión que el dios Apolo le ha encomendado. Con lo que llega a uno de los momentos más conocidos de la historia de la filosofía cuando admite que el dios lo ha puesto en la ciudad como un tábano. Dice:

“En efecto, si me condenáis a muerte, no encontraréis fácilmente, aunque sea un tanto ridículo decirlo, a otro semejante colocado en la ciudad por el dios del mismo modo que, junto a un caballo grande y noble pero un poco lento por su tamaño, y que necesita ser aguijoneado por una especie de tábano, según creo, el dios me ha colocado junto a la ciudad para una función semejante, y como tal, despertándoos, persuadiéndoos y reprochándoos uno a uno, no cesaré durante todo el día de posarme en todas partes. No llegaréis a tener fácilmente otro semejante, atenienses, y si me hacéis caso, me dejaréis vivir. Pero, quizá, irritados, como los que son despertados cuando cabecean somnolientos, dando un manotazo me condenaréis a muerte a la ligera, haciendo caso a Anito. Después, pasaríais el resto de la vida durmiendo, a no ser que el dios, cuidándose de vosotros, os enviara otro…”

Sócrates en el Ágora

“No dedicarse formalmente a la política”

Sócrates reconoce aquí que podría parecer raro que, si es tan útil para la vida política de la ciudad, no se ha dedicado más formalmente a la actividad política, pero a esto él mismo responde:

“¿Acaso creéis que yo habría llegado a vivir tantos años si me hubiera ocupado de los asuntos públicos y, al ocuparme de ellos como corresponde a un hombre honrado, hubiera prestado ayuda a las cosas justas y considerado esto lo más importante, como es debido?”

Y aclara entonces que las pocas incursiones que tuvo cerca del mundo político hacían que lo vieran como enemigo, dado que siempre actuaba contracorriente, en nombre de una justicia mayor más profunda.

 “No traer a su familia para pedir clemencia”

Finalmente, alude también a que todos pueden estar sorprendidos de que no haya traído al juicio a sus familiares, tal como era costumbre en la época, sobre todo a sus hijos, para solicitar piedad en nombre de su familia. Pero advierte que de ninguna manera él caería en esa actitud totalmente indigna de quienes hacen eso, porque con ello estaría negando toda la historia de su vida.  Él no está aquí para obtener piedad sino para que se haga justicia.

Sócrates no acepta traer a los hijos al juicio

Dice:

“Sea, pues, atenienses; poco más o menos, son éstas y, quizá, otras semejantes las cosas que podría alegar en mi defensa. Quizá alguno de vosotros se irrite, acordándose de sí mismo, si él, sometido a un juicio de menor importancia que éste, rogó y suplicó a los jueces con muchas lágrimas, trayendo a sus hijos para producir la mayor compasión posible y, también, a muchos de sus familiares y amigos, y, en cambio, yo no hago nada de eso, aunque corro el máximo peligro, según parece.”

El dictamen de culpabilidad

Llegado este punto hay un corte en la narración y a continuación escuchamos a un Sócrates que ya ha recibido su veredicto de culpabilidad. Lo entendemos cuando dice:

“Al hecho de que no me irrite, atenienses, ante sucedido, es decir, ante que me hayáis condenado, contribuyen muchas cosas y, especialmente, que lo sucedido no ha sido inesperado para mí, si bien me extraña mucho más el número de votos resultante de una y otra parte.”

Lo cierto es que Sócrates no creía que la diferencia entre la absolución y la acusación iba a ser por tan poco. Se dice que hubiera sido absuelto si 30 jurados hubieran votado diferente. Si este número es correcto, entonces podríamos inferir que los votos tuvieron una distribución de algo así como 280 contra Sócrates frente a 220 a favor de su inocencia.

¿Se lo encontró culpable también por razones políticas?

No faltan aquí quienes interpretan que Platón omitió en su Apología las acusaciones políticas. Y que podría ser que, en efecto, Ánito haya acusado a Sócrates de haber criticado a las instituciones democráticas, especialmente la democracia por sorteo que imperaba en ese momento en Atenas.

Sin embargo, ¿es verosímil que los acusadores culparan a Sócrates de ofensas políticas que no fueran mencionadas en las Apologías de Platón y Jenofonte, sino solo en el Memorabilia de este último? Hay quienes creen que sí, dado que es notable que en ambas apologías Sócrates haya respondido solo a Meleto y no haya tenido nada que decir respecto a Licón y Ánito. Es posible inferir, entonces, que si alguno de los acusadores le imputó cargos políticos a Sócrates tuvo que haber sido Ánito, dado que, según nos dice Platón, representaba a los políticos en el juicio.

Jenofonte, autor de Memorabilia o Recuerdos de Sócrates
Jenofonte

En el Memorabilia de Jenofonte, los dos cargos políticos contra Sócrates son los siguientes: primero, que Sócrates induce a aquellos con los que conversa a desdeñar las leyes, calificando de “locura” el sorteo para escoger a los magistrados, puesto que nadie estaría dispuesto a elegir un timonel, un arquitecto o incluso un profesor de música de la misa forma -aun cuando las equivocaciones en estos asuntos serían mucho menos fatales que los errores que conciernen a la polis-.  Y en segundo lugar, que Sócrates fue asociado a Critias y Alcibíades quienes ocasionaron “los desastres más grandes de la ciudad”.

De este modo, Sócrates habría sido hallado culpable, en realidad, no sólo por lo que creía sobre los dioses sino, probablemente, también por su posición crítica frente a las instituciones democráticas atenienses. De manera que es inevitable asociar esta última cuestión a la “parresía”. Este es un término griego que se compone de pan que significa “todo” y reo, que significa “decir”. Parresía significa, así, “decir todo”, especialmente en el sentido de decir valientemente todo lo que uno tiene que decir, a quien fuere sin callarse nada, es decir, hablar con franqueza y sin miedo.

Por lo tanto, la democracia ateniense se parecería a las democracias modernas, en las que la libertad de expresión y conciencia son destacadas como ideas centrales, pero donde no siempre se vive a la altura de los propios ideales. En este sentido, lo que resultaba verdaderamente peligroso de Sócrates no eran tanto sus puntos de vista sobre la democracia -si los hubiera dicho más privadamente-, como la propagación constante de dichos puntos de vista a todos los que acudían a sus discusiones diarias en el Ágora.

Ágora de Atenas
Ágora de Atenas

Hay quienes destacan, no obstante, que aunque la condena y ejecución de Sócrates demostraría que Atenas no siempre vivió a la altura de sus propios ideales, también es cierto que dichos ideales no fueron tan solo palabras vacías en la medida en que el juicio de Sócrates fue único en la historia de Atenas, y, después de todo, Sócrates vivió 70 años en los que es sabido que criticó con regularidad las instituciones democráticas.

La propuesta de Sócrates de pena alternativa a la pena de muerte

Lo cierto es que se llega así al momento en que el acusado tiene derecho a proponer la pena que realmente cree merecer, frente a la pena de muerte solicitada por sus acusadores. Y entonces, con evidente actitud provocativa, Sócrates se adelanta y pide al jurado que no se enojen por lo que va a decir, pero que sinceramente considera que así como los jugadores olímpicos cuando ganan son mantenidos por esa institución del estado llamada Pritaneo, incluso más que ellos merece él ese beneficio, por ser la conciencia moral de la ciudad, aunque ellos se muestren incrédulos frente a eso.

Como señala Guthrie, según la ley ateniense, el mismo acusado podía proponer una pena menor a la solicitada por los acusadores, de modo que si en ese momento Sócrates hubiera propuesto el destierro, es muy verosímil que habría sido aceptado. Por lo tanto, dice, no es necesario acusar a Ánito y sus socios de pretender obsesivamente la muerte de Sócrates. Habrían quedado contentos -y probablemente, más contentos, dice- si simplemente se lo hubiera apartado de la escena ateniense, si hubiera ido a un exilio voluntario y se hubiera dejado el caso en una cuestión de “rebeldía”.

Atenas vista desde la Acrópolis
Sócrates descarta pedir el exilio

Lo cierto es que, ante su actitud provocativa, cuando llega la votación final para definir la pena, la propuesta de Meleto, de la pena de muerte, pasa con una mayoría aún más grande que la que dictaminó el veredicto de culpabilidad en primer lugar. Sócrates concluye, entonces, su alegato pronunciando sus célebres palabras acerca del valor de “una vida examinada”:

“Si, por otra parte, digo que el mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aún menos. Sin embargo, la verdad es así, como yo digo, atenienses, pero no es fácil convenceros.”

Y luego de conocer el veredicto final anuncia que se va a dirigir, a partir de ahora, a aquellos que han votado por su absolución, a los que los va a considerar “verdaderos jueces”. Dice entonces:

“Con los que habéis votado mi absolución me gustaría conversar sobre este hecho que acaba de suceder, mientras los magistrados están ocupados y aún no voy a donde yo debo morir.”  

Y más adelante:

“Reflexionemos también que hay gran esperanza de que esto sea un bien. La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar.  Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. Pues, si alguien, tomando la noche en la que ha dormido de tal manera que no ha visto nada en sueños y comparando con esta noche las demás noches y días de su vida, tuviera que reflexionar y decir cuántos días y noches ha vivido en su vida mejor y más agradablemente que esta noche, creo que no ya un hombre cualquiera, sino que incluso el Gran Rey encontraría fácilmente contables estas noches comparándolas con los otros días y noches. Si, en efecto, la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche.”

Sócrates dice que la muerte puede ser como una sola noche sin soñar

“Si, por otra parte, la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces? Pues si, llegado uno al Hades, libre ya de éstos que dicen que son jueces, va a encontrar a los verdaderos jueces, los que se dice que hacen justicia allí: (…) y a cuantos semidioses fueron justos en sus vidas, ¿sería acaso malo el viaje? Además, ¿cuánto daría alguno de vosotros por estar junto a Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? (…) Yo estoy dispuesto a morir muchas veces, si esto es verdad…”

“…esto no sería desagradable, según creo. Y lo más importante, pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién cree serlo y no lo es.”

“Sin embargo, les pido una sola cosa. Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles las mismas molestias que yo a vosotros, si os parece que se preocupan del dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la virtud, y si creen que son algo sin serlo, reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan de lo que es necesario y que creen ser algo sin ser dignos de nada. Si hacéis esto, mis hijos y yo habremos recibido un justo pago de vosotros. Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios.”

Sócrates
Sócrates

El legado de Sócrates

Como destaca Guthrie, el servicio de Sócrates a la filosofía fue el mismo que el que él proclamaba haber prestado al pueblo ateniense, es decir, el de ser un moscardón que los provocaba y picaba para que actuasen espontáneamente. Gran parte de su influencia se debió no tanto a lo que decía, como al efecto magnético de su personalidad, y al ejemplo de su vida y de su muerte; a la coherencia y a la integridad con la que seguía su propia conciencia antes que aceptar cualquier creencia o decreto legal simplemente por estar aceptado o mandado. Pero, a su vez, admitía incuestionablemente el derecho del Estado a tratarle como creyera oportuno si él no podía persuadirle de lo contrario. En consecuencia, e inevitablemente, en los años que siguieron a su muerte, los más diversos filósofos y escuelas argumentaron que seguían sus huellas, aunque, al menos algunos de ellos, se apartarían mucho de sus conclusiones.

El propio Platón, por mucho que haya podido basarse en la reflexión socrática, es consciente de su verdadero espíritu cuando hace decir a Sócrates que la educación no consiste en transmitir un conocimiento prefabricado, ni en conferir a la mente una capacidad que antes no tenía -como se daría la vista a un ojo ciego-. El ojo de la mente no es ciego, dirá Platón, pero en mucha gente mira hacia el camino equivocado, por lo que educar es, ni más ni menos, que rectificarlo para que mire en la dirección correcta.

Referencias

Guthrie, W.K. C. (1994) Historia de la filosofía griega (III). Madrid: Gredos.

Hansen, M.H. (2016). “El juicio de Sócrates desde el punto de vista ateniense”. Universitas Philosophica, 33(67), pp. 17-52.

Platón (2003) Diálogos: Apología de Sócrates, Madrid: Gredos

Ramis, J. P. (2005) “Reflexiones sobre el trasfondo político en el juicio contra Sócrates”. Atenea 491, Universidad de Concepción, pp. 57-69.


Azcárate, P. Reflexión sobre el Argumento de la Apología https://www.filosofia.org/cla/pla/azc01043.htm

Hansen, M.H. “El juicio de Sócrates desde el punto de vista ateniense” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/El-juicio-a-Socrates.pdf

Ramis, J. P. “Reflexiones sobre el trasfondo político en el juicio a Sócrates” https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Trasfondo-politico.pdf

Platón, Apología de Sócrates https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Apologia-de-Socrates.pdf

Mondolfo, R. El pensamiento antiguo https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Rodolfo_Mondolfo_El_pensamiento_antiguo.pdf

Mondolfo, R. Sócrates https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Mondolfo-Socrrates.pdf

Guthrie, W.C.K. “Sócrates”, en Historia de la filosofía griega https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Guthrie-Historia-de-la-filosofia-griega-vol.-III.-Siglo-V.-Ilustracion.pdf

Guthrie, W.C.K sobre la Apología de Sócrates https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Guthrie-Platon.pdf

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/memoria_de_socrates_de_jenofonte.pdf

Jaeger, W. Paideia https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/pdfcoffee.com_werner-jaeger-paideia-los-ideales-de-la-cultura-griega-libros-i-ii-iii-y-iv-pdf-pdf-free.pdf

Mapa conceptual de Apología de Sócrates https://filosofiaenimagenes.com/wp-content/uploads/2024/06/Apologia-de-Socrates-1.pdf


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